David Otero: “Fui feliz con El canto del loco, pero soy infinitamente más feliz ahora, aunque tenga mucho menos”

leann.nitzsche

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David Otero (Madrid, 1980) fue el guitarrista y uno de los dos compositores de El Canto del Loco, posiblemente el grupo español de pop-rock más popular de la primera década del milenio, y uno de los últimos que consiguió superar el millón de discos vendidos antes de que el streaming cambiara las leyes del juego. En 2010 dejaron de cantar juntos. Su último batería, Jandro Velázquez, dejó la música; el bajista, Chema Ruiz, formó varios grupos de cariz alternativo y poca repercusión (Belgrado, Salvador Tóxico y Trötegalôpe) y Dani Martín inició una carrera en solitario de éxito. Otero (que es primo de Dani) lo hizo con más calma, primero con dos álbumes publicados con el seudónimo de El Pescao y, ya desde 2017, con su nombre y apellido. Inteligencia natural es su sexto larga duración y la excusa para mantener esta entrevista con ICON a través de videollamada. El músico se conecta desde un automóvil aparcado, con el cinturón de seguridad puesto, aunque a mitad de entrevista se lo quita. Podría ser una metáfora, pero no lo es.

En su nuevo disco se muestra crítico con el progreso tecnológico y con las redes sociales. ¿Le han llegado a afectar los comentarios que leía en ellas sobre usted? Sí, totalmente. De hecho, yo tomé la decisión hace tiempo de no leer prácticamente nada. Hago mis vídeos, los subo, pero no estoy pendiente de si alguien me manda un mensaje concreto, criticando y tal. Twitter, de hecho, me lo quité hace tres años. Esas herramientas pueden ser muy valiosas para contar y para exponer algunas cosas pero tienen muchísimo peligro en tu desarrollo emocional.

Usted nunca ha tenido reparos en comentar que iba a terapia. ¿Cuándo comenzó a hacerlo y por qué? Empecé en el año 2006 con psicoanálisis, pero no ha sido constante, he ido pasando por muchos momentos de terapia en mi vida. Cuando tenía 18 años, empecé a salir con la que era mi primera novia. Ella iba al psicólogo y me interesaba muchísimo. “¿De qué hablas? ¿qué os decís?”. Tengo la suerte de que mi mujer es psicóloga, mi suegro es psiquiatra y tenemos un entorno donde la salud mental y el entendimiento de qué somos como personas se trata de una manera muy natural, y el conflicto con las emociones también. Para mí es una pieza más dentro de tu salud, como tener un nutricionista o una persona que te dirija un tratamiento físico para estar sano.


En 2006 fue precisamente el momento de mayor eclosión popular de El Canto del Loco. ¿Su decisión de ir a terapia tuvo algo que ver con la gestión de aquel éxito tan repentino y desmesurado? Tuvo que ver más con una investigación sobre mí mismo, sobre cómo había crecido, quién era yo, estaba a punto de ser padre, vivía en Argentina… Estaba muy alejado, de hecho, del éxito de El Canto del Loco, porque nos habíamos tomado un descanso de unos meses y traté más temas relativos a mi familia, a las relaciones que he tenido con otras personas y cómo enfrentarme a la paternidad. Lo de la popularidad arrolladora que tuvo la banda yo siempre lo he vivido con mucha naturalidad y sabiendo que era parte de una ficción. Me veía como un actor que hace una serie que tiene éxito. Ahí hay una parte en que no es la persona quien tiene éxito, es el personaje, y ese es a quien ve la gente. El público veía una parte de mi vida que era yo subido a un escenario tocando canciones o saliendo en los vídeos, pero no tenía ni idea de quién era yo.

¿Por qué cree que sus seguidores tenían una idea equivocada? Cuando empezó El Canto del Loco lo enfocaron desde la compañía como un proyecto de fans, y nos molestó mucho. Éramos muy jóvenes entonces, claro, queríamos ser auténticos roqueros, entonces empezamos a luchar un poco contra aquello. Luego, cuando pasan muchos años, te das cuenta de que lo más importante que ha habido ahí ha sido haber escrito nuestras propias canciones y tener la potestad de haber dicho: “Es que esto lo hicimos nosotros”. En aquellos primeros momentos te importaba lo que podían pensar o quién podían pensar qué eras, pero al final, con el tiempo, solo van quedando las canciones.

En su carrera en solitario, usted no volvió a interpretar temas de El Canto del Loco hasta que regrabó varios de ellos en su álbum Otero y yo, de 2021. ¿Necesitaba establecer distancia con su grupo anterior hasta reconciliarse con su legado? Totalmente. Me había prohibido a mí mismo cantar cualquier canción de El Canto del Loco, aunque la hubiera compuesto yo. No sé, es un proceso súper loco, ¿no?, el que vive uno consigo mismo, como que te impones ahí ciertas barreras que son invisibles y que además solo ves tú, como si esas canciones no existiesen. Y era por miedo, seguramente, por miedo a comparar, a que escuchasen eso con otra voz distinta a la de Dani… Yo tenía 30 años cuando empecé en solitario, pero me sentía todavía inmaduro para poder enfrentarme a eso. Tuve que hacer todo el proceso de mi duelo, mi reconciliación, y volver a conectar, a sanar y cerrar la herida. Hasta que, de repente, me encontré con que, en mi casa, cantaba canciones de El Canto del Loco yo solo y hubo un día que me pregunté: ¿por qué no lo voy a poder cantar?

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¿Le agobiaba mucho que se enfrentase su carrera con la de Dani Martín? No, porque son incomparables. Tengo claro cuál es mi papel, dónde estoy, con qué medios cuento y quién es él. Lo tengo clarísimo y estoy encantado del rol que me ha tocado vivir en ese aspecto. No hace falta compararnos para ver la realidad y no, no me ha molestado nunca.

Pero, socialmente, el decrecimiento se suele ver como algo negativo. Su primo agota ocho Wizinks y usted ha vuelto a las salas pequeñas. ¿Cómo ha asimilado ese cambio de paradigma? Como un aprendizaje. Claro que me ha pasado, que me llegara gente y me dijese: “Pero, tío, esto es un fracaso, porque ya no tienes popularidad, fama ni dinero”, pero hubo un momento en el que ya no éramos felices en la banda. Yo antepuse mi salud mental y mi felicidad personal a todo lo que te pudiera dar una carrera de éxito. Ese crecimiento era inversamente proporcional a mi crecimiento personal. También fui muy feliz con el grupo, pero soy infinitamente más feliz ahora a pesar de tener menos capacidad de hacer cosas, con mucho menos presupuestos, con mucho menos márketing, con mucho menos de todo.

¿Por qué dejó de ser feliz con El Canto del Loco? Fuimos súper honestos al dejarlo, no tardó mucho en tomarse la decisión, fue en cosa de meses, y yo creo que eso es algo de lo que estoy muy orgulloso, de mí y de mis compañeros, de decir: “¡Qué huevos tuvimos de no estirar el chicle por dinero, por fama, y de ser fieles a lo que sentíamos!”. Eso no lo hace mucha gente.

Sí, ¿pero por qué ya no eran felices? ¿Qué era lo que estaba pasando? Contarle eso en cinco minutos es imposible, pero haciéndole una especie de tráiler, digamos que se había perdido el sentido personal de hacer las cosas por amor al arte, por compartir, por conectar con la gente de verdad. Había una maquinaria detrás por parte de mánagers e industria que hizo que se rompiese un poco aquello.

Su último mánager era Carlos Vázquez, “Tibu”, a quien denunciaron por apropiación indebida y acabó condenado a prisión. A este hombre no le dedico ni un minuto de mi tiempo. De hecho, cuando le hacen huecos ahí en medios y da entrevistas, es como… Lo que tiene que hacer es ponerse a trabajar y pagar lo que debe.

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Una práctica común en la industria siempre ha sido la de utilizar a instrumentistas de sesión en las grabaciones en lugar de los músicos del grupo, sobre todo cuando están empezando. ¿Les sucedió también a ustedes? Yo en concreto sí grabé las guitarras del primer disco (El canto del loco, publicado en el 2000), pero las baterías y los bajos no los tocamos nosotros como banda. Yo llevaba más años, tocaba mejor o, yo qué sé, me había formado más y lo hacía de forma decente y aceptable, pero la batería y el bajo no nos dejaron grabarlos nosotros y fue algo que nos molestó muchísimo. Tuvimos una bronca bastante grande con todos, desde el productor, con quien no nos gustó mucho trabajar, hasta con la discográfica. Nosotros les decíamos que necesitábamos más tiempo y todo fue como: “¡Rápido, ya!” En el segundo disco (A contracorriente, de 2002) ya nos negamos, dijimos: queremos un productor que nos haga caso, que nos entienda, que comprenda nuestra música y que no traiga a un músico de sesión a grabarnos las baterías. Por eso El Canto del Loco comenzó realmente con el segundo disco, cuando empezamos a trabajar con Nigel Walker, y con quien seguimos hasta el final.

El productor de aquel primer álbum era Alejo Stivel, de Tequila. (Asiente)

¿Qué fue lo mejor y lo peor de lo vivido en El canto del loco? Lo mejor fue cuando la conexión entre nosotros era mágica y fluíamos, eso era brutal. Lo que pasa que era una conexión muy natural, muy real, pero luego, cuando todo empezó a crecer tanto se distorsionaron mucho las realidades y cada uno veía las cosas de una manera muy diferente. Es como una fuerza centrífuga, si estás muy en el centro te mantienes cerca, pero cuando hay fuerzas que te intentan llevar hacia los lados sales disparado. Yo creo que eso fue lo mejor y lo peor a la vez: el sentir que, de estar tan unidos, pasamos a no tener ganas de estar juntos.

Usted siempre ha sido una persona muy viajera. ¿Le ayudó eso a tener los pies más en el suelo? Ha sido fundamental para mí, uno de los pilares de mi vida. He tenido la suerte de viajar sobre todo a lugares muy humildes, con muchas necesidades, en diferentes proyectos de cooperación. Fuimos a Kenia, a Perú, y también me sentí bastante involucrado con el tema del tsunami de Tailandia. Justo yo volvía de viaje y a las pocas horas arrasó el tsunami en una playa donde había estado hacía horas y se murió todo el mundo. Fue devastador. Igual suena duro lo que le voy a decir, pero si mañana te mueres la gente va a decir: “¡Ay, qué pena! ¿Qué hacía?”. Y ya está. Si te crees que eres tan importante en la vida de la gente tienes un problema gigante, porque estás fuera de la realidad. Cuando conectas con personas que lo están pasando mal, que tienen hambre, que tienen frío, que no tienen casa… La realidad del mundo no es España, donde somos unos privilegiados, sino la de millones y millones de personas que viven muy jodidas. Entonces es cuando dices: “¡Hostias! ¡Qué egoísta por creerme yo que estoy aquí en la cresta de la ola!” Cuando adquieres conciencia de ello, igual tus prioridades se ajustan.

Debe ser difícil pensar en eso cuando está en un camerino o un hotel aclamado por una legión de fans. Me pasa una cosa curiosa. A menudo me encuentro con gente que me dice: “¡Joder, era súper fan tuya!” o “Me escribía David en la frente”, “Estaba enamorada de ti”. Yo siempre respondo: “¡Y qué suerte que hayamos crecido!, ¿verdad?”, y la gente se ríe conmigo. Es que eso no lo veo normal, realmente yo nunca he sido fan de nadie. Vivimos en una ficción. Al final todo eso que construimos es un personaje que nos ayuda a hacernos creer que soy músico, que he grabado canciones, pero la realidad de la vida creo que está en otro lado y muchas veces, por desgracia, nos olvidamos de ello.

Ahora que vuelve Oasis, ya se puede decir que torres más altas han caído. ¿Cuál es la oferta más golosa que les han hecho para reunir a El Canto del Loco? Le juro por mi vida que no me han hecho nunca ninguna oferta porque vuelva el grupo, nunca jamás. Y tampoco es una cuestión de que me ofrezcan nada, no es un tema de dinero, es un tema de cómo me encuentro yo conmigo y con mi vida, Por cierto, ¡qué mal me ha venido la vuelta de Oasis! Creo que soy el único que no se alegra.



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