David Bustamante: “Yo inventé la deconstrucción masculina: me criticaban por llorón”

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27 Sep 2024
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Cuando llego a la cita en un hotel del centro de Madrid, diez minutos tarde por el eterno caos de obras y tráfico, David Bustamante —David para los amigos, Busta para los fans, Titín para la familia— está aprovechando el tiempo apretándose un sándwich de varios pisos con huevo y patatas fritas. Aunque pasan las 12 del mediodía, aún no ha desayunado tras su sesión de entrenamiento físico y se muere de hambre, se disculpa, mientras ofrece a los presentes, entre ellos tres colaboradores de su discográfica, un trozo del emparedado para acabar antes. Después, pide permiso para dar un par de caladas a un cigarro: “Quiero dejarlo, pero no puedo” y posa para el fotógrafo, pero sin quitarse las gafas de sol. Hoy tiene las ojeras en flor, dice y, coqueto, prefiere camuflarlas tras las Ray-Ban. No sabe cómo le entiendo. Como hemos empezado hablando de las obras de la calle y él ha recordado que empezó a trabajar como albañil, empiezo bromeando:

¿Sabría poner un tabique ahora mismo?

Sin ningún problema. Los materiales han cambiado, pero eso no se olvida. Trabajé de albañil desde los 14 a los 19, que empecé mi carrera en Operación Triunfo. Ahora los jóvenes no quieren hacer esas cosas, pero en mi época era una salida. Mi padre mantuvo a tres hijos con una empresa pequeña de siete obreros. Nos ganábamos muy bien la vida, pero, por lo que sea, ahora a la gente le cuesta trabajar en ese tipo de oficios.

Es un trabajo duro y no siempre bien pagado.

Lo es. Se pasa frío, calor, duelen las manos y la espalda. Esa fue mi mili. Trabajaba con mi padre y mi sueldo lo dejaba en casa. Me apañaba con la paga del fin de semana.

¿Cuánto manejaba?

Mil duros, cuidao: 5.000 pesetas. Ahora, con 30 euros, no vas a ningún sitio, pero entonces con eso eras capitán general.

¿Sigue contando en pesetas?

Tengo esa costumbre. Cuando empezó mi carrera en OT, en 2001, pasamos de la peseta al euro. Y, todavía, para darle valor a las cosas, los convierto en pesetas. Se lo cuento a mi hija, que tiene 16 años. Lo que vale un coche, una casa, o un iPhone. Si son 1.200 pavos, son 200.000 pesetas, el sueldo de muchos.

Uy, 16, pura edad del pavo. ¿Cómo lo lleva?

Pavo, no; pavo y medio. Encima, niña. Que me hace una caída de ojos y me derrito. Lo llevo muy bien: soy estricto y creo que buen educador. La mamá, [la actriz Paula Echevarría], también, ¿eh? En eso nos llevamos increíblemente bien y estamos muy pendientes de llevarla por el buen camino. Me aprueba todo, es lo único que le pido. Eso le digo: si aprueba todo va a tener una vida ideal.

¿Es difícil conseguir que los hijos tengan los pies en la tierra siendo ambos progenitores ricos y famosos?

Desde pequeña, mi hija sabe de dónde vienen su papá y su mamá. Ha visto el piso de 70 metros cuadrados donde vivían sus abuelos con tres hijos y la cama de 80 desmontable donde dormía su padre. Mi hija ha tenido una vida privilegiada: viajes increíbles, hoteles de cinco estrellas, casas estupendas, porque, además, tiene todo por partida doble. Pero, sobre todo, lo que tiene es muchísimo amor. Yo a mi hija no le compro los bolsos, los modelitos y los caprichos y todo lo que quiere. Lo que hago es cogerla de la mano y preguntarle qué le pasa, y lo dejo todo por estar con ella. Ese es el verdadero lujo.

David Bustamante, coqueto, no quería quitarse las gafas de sol para las fotos, pero, al final, concedió hacer un guiño al fotógrafo.

Dice que las de su nuevo disco, ‘Inédito’ son canciones que compuso durante la pandemia, pero que “no se atrevía” a sacarlas. ¿Qué temía?

Equivocarme, porque, cuando te va bien, es difícil arriesgarte. Nunca he tenido ambición de hacer canciones por dinero. Me puse a escribir casi como terapia, y, cuando tuve unas cuantas, se las di a escuchar a mis amigos, a mi familia, y me dijeron: ‘Es ahora’. Siempre quise tener las mejores canciones posibles, y cuando me di cuenta de que esas canciones salían de mí, me dije: ‘Es el momento de apostar’.

¿Tenía miedo al ridículo, a defraudar?

No, jamás, porque cuando las cosas se hacen con talento, cariño y dedicación no hay ridículo posible. El ridículo es disfrazarse de quien no eres, cuando haces algo que nace de ti, es muy difícil caer en él.

¿Es difícil que a un amigo, encima artista, le digan siempre la verdad?

Mis amigos me dicen la verdad porque tengo un entorno muy puro, alejado de la música. Tengo amigos desde los cinco años, mi cuadrilla de toda la vida, ellos me ayudan a pinchar la burbuja si la hubiera. Entonces, siempre vengo fresco, con ganas y sin vicios.

¿Alguna vez los ha tenido? Vicios, digo.

Nunca, Soy una persona superdeportista, disciplinada, familiar. He sido siempre un disfrutón, pero nunca una bala perdida, si no, no llevaría 23 años de carrera.

En esa carrera ha hecho de todo, además de cantar. Bailar, cocinar, boxear, ser jurado en ‘realities’, actor en un musical... ¿Se considera un buscavidas?

No tengo complejo ninguno en buscármela. Me gustan los retos. En todo. Soy cabezón, pico piedra, soy persistente hasta que lo consigo, y, cuando lo consigo, necesito otra cosa. Pero solo asumo retos que me pongan. Entonces, lo doy todo.

¿Componer ha sido un reto, en este caso, creativo?

Mucho, porque, además, soy muy pejiguero, no me gusta cambiar acentos, me gusta que la cuarta frase resuma la anterior, y, sobre todo, me gusta que me emocione yo y me ponga la piel de gallina cuando estoy componiendo.

¿Cuánto hay que leer para escribir?

Si hay que leer, claro que leo. No soy un gran lector de novelas ni de nada, pero sí lo soy de libros viejos, sin nombre ni protagonismo de ningún autor importante, pero que son de rimas, de poesías. Escucho mucha música, leo las letras de artistas que me conmueven y ahí aprendo muchísimo. Cuando quiero encontrar un sinónimo o antónimo, lo busco, así, además, aprendo. Soy muy curioso y quiero hacer las cosas bien, por eso no hay miedo al ridículo. Porque a todo lo que hago le pongo todo el cariño, todo el empeño y el máximo respeto.

¿Cuánto amor propio tiene?

Todo el del mundo.

¿Y autoestima? No es lo mismo.

Claro que no es lo mismo. La autoestima va y viene. Los artistas somos muy sensibles. Subimos, bajamos. A veces entramos en pequeñas depresiones que se convierten en ansiedad. Hay momentos en los que te ves mejor, otros peor, envejecemos. Hay días que nos miramos al espejo y no nos reconocemos, y otros en los que nos queremos y nos encanta lo que vemos. La autoestima va un poco con eso. Hay veces que voy seguro de mí mismo y otras, no.

Cuando no, ¿de dónde tira?

De lo conseguido, de mis valores, de lo que soy, de lo que provoco en las personas que quiero. Tengo muchas cosas buenas para dar. Igual no tengo un buen día, pero también merece uno caer y no ser siempre el centro de atención, el que divierte y el que anima a los demás.

¿Siempre ha sido el cascabel de la casa?

Siempre. Me sale solo. Es mi forma de ser. Yo me subía a la mesa a cantar delante de mi familia. He sido superextrovertido. Yo, callado y en segundo plano, no sé estar. Si lo estoy, malo. Entonces, se nota mucho tu ausencia, y te sueltan esa frase tan desafortunada de ‘¿Qué te pasa?’, y, entonces, haces esta cosa terrible que no se debe hacer: fingir, y decir que estás bien.

¿Lo que se calla lo canta en este disco?

Tengo el disco de mi vida, sin duda. No he querido cantar bonito, sino desde dentro. Hay despecho, desamor, amor, acoso, relaciones tóxicas, romanticismo, sexo sin necesidad de ser explícito. Me abro en canal.

¿Tanto ha vivido?

Joder, con perdón. En 42 años he vivido tres vidas de muchas personas. Llevo trabajando desde los 14 años, he viajado por todo el mundo, he cantado en 20 países, he hecho cosas increíbles y me lo he pasado muy bien.

¿Y eso que no es ‘Superman’, como cantaba en la canción?

No, soy un hombre sencillo que, como la canción, quiere enamorar al público. Soy una persona normal, extraordinariamente normal. Huyo de la hipocresía, de la farándula, de la mentira y de las máscaras. Mi forma de vivir y de relacionarme es de verdad. No me gustan las redes sociales, ni los estrenos, ni el postureo, me da pereza.

¿Se ha sentido desclasado, o mirado por encima del hombro en esos ambientes?

Muchas veces, toda mi vida. Siempre hay alguien interesado en hacértelo notar, pero puedo decir que, a todas las personas que se han acercado a mí, por lo que sea, les ha ido mejor que antes. Me siento muy querido en la profesión. Yo llego a un sitio y la gente se alegra de verme, y eso es muy bonito. Además, yo tengo un nombre ya. Creo que he hecho cosas importantes. Te puede ir mejor o peor, tener épocas de que peguen más tus canciones, y otras, menos, pero nunca he perdido la fe en mí.

El 97% de los españoles dice conocerle. ¿Cómo cree que lo ve la gente?

Que soy buena persona, divertido, extremadamente generoso, y, como artista, creo que tengo una muy buena voz, que soy muy sensible, que me entrego y me emociono a la hora de cantar. Entonces, cuando hay piel a la hora de cantar, suele haberla a la hora de escuchar.

Me da que es usted muy sentimental.

Mucho. Creo que todo artista tiene que serlo, pero, sí. Yo me emociono con una película. De siempre. Es mi forma de ser. A mí me hicieron bullying en OT, por ser un adelantado en mostrar cómo un chico, un hombre, lloraba en público. Perdona, es que yo inventé la deconstrucción masculina: me criticaban por llorón, y hoy, gracias a Dios, con la evolución de la sociedad, ya no se ven esas cosas de forma negativa.

O sea, que le llamaban “moñas”.

No se han atrevido. Soy sensible, pero también tengo muy mala leche, y unas espaldas muy anchas [ríe].

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