kmclaughlin
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Una reproducción del cuadro de Salvador Dalí Fuente necrofílica manando de un piano de cola abre una película verdaderamente surrealista. Esta sí, ahora que se endilga el adjetivo a cualquier cosa extravagante o rara que ocurre en la vida o en el cine, y que poco o nada tiene que ver con el movimiento ni con los postulados surrealistas. Quentin Dupieux, director francés acostumbrado en títulos como Mandíbulas, Increíble pero cierto y Fumar provoca tos a la liberación arbitraria de la imaginación, una de las bases de la corriente, ha compuesto una desternillante comedia surrealista alrededor de la figura de uno de sus adalides, y no tanto por la obra pictórica en sí que va apareciendo entre sus imágenes, caso de esa fuente piano que ejerce de primera figuración de su apuesta por una peculiar comicidad, sino sobre todo por el modo en que se desarrolla su narrativa, se establece su reparto, se manejan el tiempo y el espacio, y se provoca el desconcierto a través de la ausencia de lógica. Todo ello, desde un imparable y sanísimo cachondeo.
Se supone que Daaaaaalí! (así, con seis aes, para marcar la peculiar pronunciación que el propio pintor adjudicaba a su apellido como mezcla de soberbia interior y sobreactuación exterior) cuenta la tentativa de documental de una joven periodista acerca de la figura del pintor, aún vivo. Pero la película de Dupieux nunca tiene un relato que se desarrolle con una cierta coherencia, y el impulso de lo irracional está presente en todo momento ya desde la configuración del reparto. Cinco actores distintos interpretan a Dalí, y en modo alguno según épocas vitales o por personalidades; de hecho, hay secuencias en las que en unos planos está Édouard Baer y en otros está Gilles Lellouche o Pio Marmaï, como una suerte de insensata sucesión de rostros y tipos, todos con su característico bigote y su insoportable vanidad.
Comedia excéntrica y paródica, Daaaaaalí! reúne en una escueta hora y cuarto de metraje lo consciente y lo inconsciente, el mundo de la razón y el de los sueños, en torno al singular modo de ser y de estar del artista catalán, a su casa de Cadaqués, a sus extravagancias (que en la película él mismo califica como “ausencias divinamente místicas”) y a las relaciones con su enigmática esposa, Gala, cara de estreñida, actitud de estreñida en cada plano. El centro de actuación de Dupieux no es tanto la obra artística del pintor catalán como su personalidad, su lenguaje y su modo de hablar. Y además sin un tiempo concreto, aunque bien podríamos estar en 1983 gracias a una referencia tan absurda como la propia película: un enlace temporal a través de la final de Roland Garros de aquel año, jugada por Mats Wilander y Yannick Noah, y que en algún momento se ve por televisión.
Con momentos desternillantes (la conversación sobre “las dos ubres” de la maquilladora del documental), sublimes (el interminable pasillo por el que habla y habla Dalí sin llegar a ningún sitio, como una metáfora de su propia personalidad pública), y una música de Thomas Bangalter, miembro de Daft Punk, que se inicia en modo electrónico y culmina con una especie de extraña balalaika, en un mismo pasaje deliberadamente repetido hasta el delirio, Daaaaaalí! muestra también a un hombre vulnerable que en los pocos fragmentos en los que es representado por un anciano senil adquiere un delicioso toque de amargura.
Como en algunas de las grandes películas surrealistas de Buñuel, el trabajo de Dupieux está asentado en la viñeta, en el momento icónico, en el artefacto disparatado no exento de crítica, y en el feliz desconcierto. La comedia burguesa sobre un artista que comenzó en la anarquía y acabó burgués.
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Se supone que Daaaaaalí! (así, con seis aes, para marcar la peculiar pronunciación que el propio pintor adjudicaba a su apellido como mezcla de soberbia interior y sobreactuación exterior) cuenta la tentativa de documental de una joven periodista acerca de la figura del pintor, aún vivo. Pero la película de Dupieux nunca tiene un relato que se desarrolle con una cierta coherencia, y el impulso de lo irracional está presente en todo momento ya desde la configuración del reparto. Cinco actores distintos interpretan a Dalí, y en modo alguno según épocas vitales o por personalidades; de hecho, hay secuencias en las que en unos planos está Édouard Baer y en otros está Gilles Lellouche o Pio Marmaï, como una suerte de insensata sucesión de rostros y tipos, todos con su característico bigote y su insoportable vanidad.
Comedia excéntrica y paródica, Daaaaaalí! reúne en una escueta hora y cuarto de metraje lo consciente y lo inconsciente, el mundo de la razón y el de los sueños, en torno al singular modo de ser y de estar del artista catalán, a su casa de Cadaqués, a sus extravagancias (que en la película él mismo califica como “ausencias divinamente místicas”) y a las relaciones con su enigmática esposa, Gala, cara de estreñida, actitud de estreñida en cada plano. El centro de actuación de Dupieux no es tanto la obra artística del pintor catalán como su personalidad, su lenguaje y su modo de hablar. Y además sin un tiempo concreto, aunque bien podríamos estar en 1983 gracias a una referencia tan absurda como la propia película: un enlace temporal a través de la final de Roland Garros de aquel año, jugada por Mats Wilander y Yannick Noah, y que en algún momento se ve por televisión.
Con momentos desternillantes (la conversación sobre “las dos ubres” de la maquilladora del documental), sublimes (el interminable pasillo por el que habla y habla Dalí sin llegar a ningún sitio, como una metáfora de su propia personalidad pública), y una música de Thomas Bangalter, miembro de Daft Punk, que se inicia en modo electrónico y culmina con una especie de extraña balalaika, en un mismo pasaje deliberadamente repetido hasta el delirio, Daaaaaalí! muestra también a un hombre vulnerable que en los pocos fragmentos en los que es representado por un anciano senil adquiere un delicioso toque de amargura.
Como en algunas de las grandes películas surrealistas de Buñuel, el trabajo de Dupieux está asentado en la viñeta, en el momento icónico, en el artefacto disparatado no exento de crítica, y en el feliz desconcierto. La comedia burguesa sobre un artista que comenzó en la anarquía y acabó burgués.
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‘Daaaaaalí!’: el feliz desconcierto de una comedia verdaderamente surrealista
La película de Quentin Dupieux nunca tiene un relato que se desarrolle con una cierta coherencia, y lo irracional está presente ya desde la configuración del reparto con cinco actores creando a Salvador Dalí
elpais.com