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Rafa Cabeleira
Guest
Hay algo en el modo en que Álvaro Morata celebra sus goles que me produce cierta angustia. O al menos en los últimos tiempos, pues de él conservaba un recuerdo marginal de futbolista comedido, cauto en los festejos, nada ceremonioso. Su rugido en Córdoba, después de haber fallado un penalti minutos antes, me recordó a tiempos remotos donde el gol parecía una quimera llovida del cielo y los futbolistas corrían de un lado para otro, los compañeros en loca persecución sin saber dónde terminaba todo aquello y con el protagonista desgañitándose de una manera absolutamente inconsciente, un poco como esos niños que protestan por hambre o por sueño a grito limpio, sin pensar que algún día serán ellos los encargados de cuidar a otro y entonces echarán en falta esos tonos perdidos por haber abusado en el origen de la voz.
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Culpar a Morata
Con pocos futbolistas se habrá sido más injusto en este país que con el delantero madrileño
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