deborah.kuphal
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Una de las mejores formas de asegurarse una buena madurez es no haber sido jamás completamente joven. A Robert Smith la inocencia y el desparpajo posadolescente le duraron medio disco. Así, en la primavera de 1980, con apenas 21 años, lanzaba el segundo largo de The Cure sumido en un mundo de pesadumbre, uno precioso que no iba a abandonar durante prácticamente toda aquella década y que logró que incluso en los momentos en que la luz se colaba en su oscuridad —siempre más acogedora que tétrica—, aquello que entregaba jamás se confundiera con algo fruto de la efervescencia y el carpe diem ese. Smith casi jamás ha escrito un tema que no pueda cantar hoy a sus 65 años. Es como si hubiera empezado a poner dinero en su plan de pensiones cuando aún tenía el carné joven.
Ahora, por fin, tras 17 años de estruendoso silencio discográfico, durante los cuales casi nunca ha dejado de tocar e incluso ha flirteado con ponerse de moda un par de veces, lanza el disco con el que lleva soñando desde 1996. Aquel año se le ocurrió lanzar un sencillo, ‘The 13th’, acompañado de unos mariachis y se asustó tanto que quedó casi paralizado ante la posibilidad de que aquel joven de alma vieja pudiera devenir algo terrible: un viejo de alma joven. En fin, que este Songs of a Lost World es una barbaridad. Robert Smith es una de las personas más inteligentes y sensibles que ha dado la historia del rock. No es que hiciera mucha falta recordarlo, pero estas ocho canciones lo hacen. Por las dudas.
Mucho se ha hablado desde que se lanzara ‘Alone’, el primer single de adelanto de esta pieza musical de 49 minutos, sobre su duración y sobre que Smith no empezara a cantar hasta el minuto tres. Lo que, en términos de Spotify, en el que los segundos se multiplican como los años de los perros, es una eternidad que a muchos usuarios de la plataforma les permite escuchar discos enteros y cambiar incluso de gustos musicales. Pensar que hay en esta y en otras letanías de este largo algún tipo de posicionamiento vital en contra de estos tiempos acelerados, del algoritmo o de lo que sea que los más viejos del lugar quieren denunciar esta semana, es no conocer a Smith. Era viejo antes que todos ellos y no va a perder el tiempo en escribir nada contra nada. Solo lo hace a favor de su bienestar, y el suyo, cuando escuchamos este disco, es el nuestro. Vive de noche y duerme de día. Cuando vas, él ya vuelve.
El ritmo es lento y a veces frío, casi congelado. Inmersivo desde el momento en que la producción envuelve, muta y juega con la forma en que percibimos los instrumentos. Las cuerdas, las teclas. Incluso la batería desarrolla matices distintos en cada tema. Envolvente en ‘And Nothing is Forever’. Cadencioso e hipnótico en ‘I Can Never Say Goodbye’. Apocalíptico en ‘Warsong’. Majestuoso en esa barbaridad que es ‘Endsong’. Solo en un par de pasajes el álbum acelera un poco el ritmo, y lo consigue hacer sin perder las credenciales que hacen a Songs of a Lost World tan reconocible, algo realmente complicado en este tipo de trabajos, donde de golpe acostumbra a aparecer una aceleración en el ritmo absolutamente descontextualizada, que suena a decisión más que a consecuencia. Aquí, la fabulosa ‘Drone:nodrone’ coge los registros del álbum y los lleva al terreno del funk gótico, mientras que la no menos reseñable ‘All I Ever Am’ hace lo propio abandonándose a la melodía más cristalina y pop. Media sonrisa.
David Bowie pasó casi las últimas tres décadas de su carrera teniendo que escuchar que cada vez que lanzaba un buen disco este era el mejor desde Scary Monsters. Hasta que lanzó Blackstar que era mejor que Scary Monsters. Y se murió 48 horas después. De Songs of a Lost World se dice que es lo mejor de The Cure desde Disintegration. Igual es hasta mejor que ese. Pero no lo vamos a decir por no gafarlo, porque a Robert Smith lo necesitamos vivo. Tiene mucho aún por dar. Y, además, si él se va, ¿quién la va a plantar cara a Ticketmaster? Oasis, seguro que no.
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Ahora, por fin, tras 17 años de estruendoso silencio discográfico, durante los cuales casi nunca ha dejado de tocar e incluso ha flirteado con ponerse de moda un par de veces, lanza el disco con el que lleva soñando desde 1996. Aquel año se le ocurrió lanzar un sencillo, ‘The 13th’, acompañado de unos mariachis y se asustó tanto que quedó casi paralizado ante la posibilidad de que aquel joven de alma vieja pudiera devenir algo terrible: un viejo de alma joven. En fin, que este Songs of a Lost World es una barbaridad. Robert Smith es una de las personas más inteligentes y sensibles que ha dado la historia del rock. No es que hiciera mucha falta recordarlo, pero estas ocho canciones lo hacen. Por las dudas.
Mucho se ha hablado desde que se lanzara ‘Alone’, el primer single de adelanto de esta pieza musical de 49 minutos, sobre su duración y sobre que Smith no empezara a cantar hasta el minuto tres. Lo que, en términos de Spotify, en el que los segundos se multiplican como los años de los perros, es una eternidad que a muchos usuarios de la plataforma les permite escuchar discos enteros y cambiar incluso de gustos musicales. Pensar que hay en esta y en otras letanías de este largo algún tipo de posicionamiento vital en contra de estos tiempos acelerados, del algoritmo o de lo que sea que los más viejos del lugar quieren denunciar esta semana, es no conocer a Smith. Era viejo antes que todos ellos y no va a perder el tiempo en escribir nada contra nada. Solo lo hace a favor de su bienestar, y el suyo, cuando escuchamos este disco, es el nuestro. Vive de noche y duerme de día. Cuando vas, él ya vuelve.
El ritmo es lento y a veces frío, casi congelado. Inmersivo desde el momento en que la producción envuelve, muta y juega con la forma en que percibimos los instrumentos
El ritmo es lento y a veces frío, casi congelado. Inmersivo desde el momento en que la producción envuelve, muta y juega con la forma en que percibimos los instrumentos. Las cuerdas, las teclas. Incluso la batería desarrolla matices distintos en cada tema. Envolvente en ‘And Nothing is Forever’. Cadencioso e hipnótico en ‘I Can Never Say Goodbye’. Apocalíptico en ‘Warsong’. Majestuoso en esa barbaridad que es ‘Endsong’. Solo en un par de pasajes el álbum acelera un poco el ritmo, y lo consigue hacer sin perder las credenciales que hacen a Songs of a Lost World tan reconocible, algo realmente complicado en este tipo de trabajos, donde de golpe acostumbra a aparecer una aceleración en el ritmo absolutamente descontextualizada, que suena a decisión más que a consecuencia. Aquí, la fabulosa ‘Drone:nodrone’ coge los registros del álbum y los lleva al terreno del funk gótico, mientras que la no menos reseñable ‘All I Ever Am’ hace lo propio abandonándose a la melodía más cristalina y pop. Media sonrisa.
David Bowie pasó casi las últimas tres décadas de su carrera teniendo que escuchar que cada vez que lanzaba un buen disco este era el mejor desde Scary Monsters. Hasta que lanzó Blackstar que era mejor que Scary Monsters. Y se murió 48 horas después. De Songs of a Lost World se dice que es lo mejor de The Cure desde Disintegration. Igual es hasta mejor que ese. Pero no lo vamos a decir por no gafarlo, porque a Robert Smith lo necesitamos vivo. Tiene mucho aún por dar. Y, además, si él se va, ¿quién la va a plantar cara a Ticketmaster? Oasis, seguro que no.
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