Cuando Francis Ford Coppola encontró al antropólogo David Graeber

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27 Sep 2024
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Cine, vino, comida, escondites y aventuras. Así se describe Zoetrope Family Cinema, el imperio de Francis Ford Coppola (Detroit, 85 años), en su web. Cinco sustantivos que reflejan los intereses del cineasta estadounidense, aunque quizás habría que añadir uno más: libros.

Coppola es un lector de largo aliento desde que, siendo niño, una poliomelitis lo tuvo en cama más de un año y su hermano mayor August —luego padre del actor Nicolas Cage— le prestó libros de James Joyce o André Gide. La importancia que da a la lectura en su obra cinematográfica le ha llevado a incluir el nombre del autor de la obra adaptada en el título de algunas de sus películas, como es el caso de El padrino de Mario Puzo, Drácula de Bram Stoker o Legítima defensa de John Grisham. Y su carrera cinematográfica ha estado sembrada de intentos de adaptaciones literarias, como La hermandad de la uva, de John Fante; En el camino, de Jack Kerouac; El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, y últimamente Los reflejos de la luna, de la novelista neoyorquina Edith Wharton.

También ha ocurrido con Megalópolis, que este viernes llega a las pantallas españolas. El verano del año pasado, cuando estaba acabando la película, el cineasta desveló en Instagram una serie de libros con “enorme influencia” en el filme: El juego de los abalorios (Alianza, 2012), de Herman Hesse, que alerta sobre las ideologías que acaban atando el pensamiento; El cáliz y la espada (Capitán Swing, 2021), de Riane Eisler, que desmonta el canon patriarcal detallando el fundamental papel de las mujeres en la sociedad; Los orígenes del orden político (Deusto, 2016), de Francis Fukuyama, sobre cómo se crearon las instituciones políticas a lo largo de la historia; The war lovers, de Evan Thomas, que explica el peso de personalidades como Roosevelt, William Randolph Hearst y Henry Cabot Lodge en la configuración del imperio americano, y El giro (Crítica, 2014), de Stephen Greenblatt, que investiga hasta qué punto un poema del Imperio Romano —firmado por Lucrecio— fue decisivo en la transición del pensamiento medieval al moderno.

A esta lista Coppola añadió nada menos que tres obras de David Graeber: Trabajos de mierda (Ariel, 2018), En deuda. Una historia alternativa de la economía (Ariel, 2021) y El amanacer de todo. Una nueva historia de la humanidad (Ariel, 2022), coescrito con el arqueólogo británico David Wengrow, un despliegue tal que induce a pensar si, por un instante, se valoró la posibilidad de titular la película Megalópolis de David Graeber. El primer libro citado investiga la cadena de perfiles laborales inútiles que demanda el capitalismo, el segundo es la historia de la jerarquía y la dominación económicas que llevó al capitalismo neoliberal y el tercero estudia las tres formas de libertad desarrolladas a lo largo de la historia humana: desobedecer, alejarse de la sociedad y/o transformarla.

David Graeber posa en una charla sobre el movimiento Occupy italiano el 13 de junio de 2012.

“Parece probable que Graeber y Coppola compartieran puntos en común en la búsqueda de proyectos colectivos y de un nuevo tipo de creatividad. Ambos cuestionan el culto romántico burgués al genio individual, sabiendo que los grandes logros del pasado fueron obra de muchas manos”, reflexiona el crítico cultural Marcus Rediker. Es la idea que, para Rediker, subyace en el poema de Bertolt Brecht Un obrero lee la historia: “¿Quién construyó las siete puertas de Tebas?”. La respuesta: “Los libros están llenos de nombres de reyes. Pero, ¿fueron los reyes quienes levantaron los escarpados bloques de piedra?”.

El propio Coppola corrobora la tesis. En noviembre del año pasado, en Madrid, invitado por el World Bussines Forum, el cineasta reflexionó sobre el legado del antropólogo estadounidense, fallecido hace cuatro años. “Graeber nos enseñó que durante el 75% de toda nuestra historia hemos estado gobernados por consejos igualitarios de hombres y mujeres en los que no había ningún palacio o castillo. Es decir, la mayor parte de todo nuestro tiempo histórico adoptamos las decisiones que mejor convenían a nuestro grupo de manera conjunta”, explicó.

Rediker subraya que Graeber, que fue profesor en la London School of Economics —después de que la universidad de Yale se negara a renovarle el contrato por su apoyo al sindicato de estudiantes de posgrado—, demostró la capacidad de los humanos de vivir en un mundo más democrático e igualitario, sin jerarquías opresivas. “Insistía en que había otras formas de vida reales y que simplemente las habíamos olvidado por nuestra manera rígida y determinista de ver el pasado”, reflexiona Rediker, autor de Barco de esclavos. La trata a través del Atlántico (Capitán Swing, 2021).

Peligro de colapso social​


De eso habla precisamente Megalópolis, de la urgente necesidad de pensar mirando hacia delante, de la necesidad de echar mano de la imaginación y pensar cómo reconstruir una sociedad de valores caducos que nos llevan al borde del colapso social. Según explicó el propio Coppola en una entrevista en el podcast de filosofía Daily Stoic, la pregunta que subyace en el filme es: “¿Realmente la sociedad en la que vivimos es la única posible?”

Con un infalible sentido del tiempo —de forma intermitente, lleva trabajando en Megalópolis desde hace cuatro décadas— la película se estrena en Estados Unidos apenas 40 días antes de una de las elecciones más determinantes en la historia del país. “Es una película fuera del cine contemporáneo, muy metafórica y visual, con una visión muy crítica de la sociedad estadounidense. Es una película que finaliza con la frase ‘este es el tiempo del futuro”, reflexiona al teléfono Esteve Riambau, historiador de cine y exdirector de la Filmoteca de Cataluña.

La mirada de Coppola siempre ha sido crítica. Ya fue así en El padrino, la película que le dio fama mundial, un filme oscuro que logró romper todos los esquemas y reconfigurar la industria cinematográfica (un título tan mítico que el director Barry Levinson anunció su objetivo de rodar una película basada en su creación y su rodaje, con Oscar Isaac interpretando a Coppola y Jake Gyllenhaal en el papel del productor Robert Evans).

Adam Driver y Nathalie Emmanuel, en 'Megalopolis', de Francis Ford Coppola.

Hoy, más de medio siglo después de su estreno, El padrino sigue siendo una película “fresca, viva, que reflexiona sobre el poder que corrompe y sobre el hecho de que alguien esté atrapado en un destino que no quiere”, explica Harlan Lebo, especialista en cine y autor de The Godfather Legacy: The Untold Story of the Making of the Classic Godfather (El legado de ‘El padrino’: La historia no contada de la realización del clásico ‘El padrino’). Para Lebo, la célebre trilogía sobre los destrozos sociales y personales que causa el abuso de poder expresa las inquietudes de Coppola en materia política, “si nos referimos a la política como la manipulación constante para conseguir objetivos concretos, sean en el buen o en el mal sentido”, reflexiona al teléfono desde su casa en las afueras de Los Ángeles.

Políticas o no, las películas de Coppola reflejan una mirada rabiosamente personal, nutrida de vivencias, lecturas y largas conversaciones y debates con el equipo que conforma cada película. Cuando Coppola empezó en el cine hace más de sesenta años, el amor al proceso creativo, a la improvisación y al trabajo coral —herencia de sus primeros años como hombre de teatro— era condición inequívoca en su trabajo. Y ahora también es así. Adam Driver, el actor protagonista de Megalópolis —donde interpreta a César Catilina, una especie de mago-arquitecto que tiene la capacidad de detener el tiempo y que ha inventado un revolucionario material de construcción que se adapta al entorno que le rodea— reveló en Cannes que tras el primer día de rodaje, el director les advirtió: “¡No estamos siendo lo suficientemente valientes!”.

El mismo Coppola lo ha explicado varias veces: para él, el cine —como la vida— es una aventura colectiva, guiada por el placer de la exploración. Su épica ambición, tan vanguardista —en iluminación (El padrino), sonido (La conversación), estructura (El padrino II), narrativa (Corazonada) o efectos especiales (Drácula de Bram Stoker)— busca la expresión artística rompiendo límites y buscando nuevos caminos por los que transitar en compañía.

Revolución en el estudio​


Siendo uno de los directores vivos más conocidos del mundo, Coppola siempre ha sido una rara avis en Hollywood, alguien que quiso cambiar el funcionamiento creativo y empresarial en la industria del cine. “Coppola es más político que histórico. En su obra el concepto de utopía tiene peso, está muy presente”, dice Riambau, autor de Francis Ford Coppola (Cátedra, 2008).

En los años setenta, a través de la productora American Zoetrope —una comunidad de guionistas, productores y cineastas y otros artistas renegados del establishment cinematográfico de entonces— trató de revolucionar el sector, creando nuevas ideas, opciones de financiación y reglas de distribución. Como un caballo de Troya en el corazón de Hollywood, con las llaves de los míticos estudios Warner en el bolsillo, Coppola empezó a merodear a deshoras por allí con amigos suyos, locos por las asombrosas posibilidades narrativas y técnicas del cine. Eran camaradas como George Lucas o Brian de Palma, entre otros. Quería aterrizar a la realidad una utopía en tecnicolor, otorgando al director la última palabra a la hora de crear una película. “Coppola es alguien que nunca ha encajado en los estudios. Y no le perdonaron lo de Zoetrope. Lo machacaron de forma implacable por intentar romper las normas del sistema”, subraya Riambau.

Cuando el escritor John Millius, miembro de aquella especie de comuna, empezó a explicar historias de la guerra de Vietnam sobre jovencísimos soldados desquiciados y altos mandos militares racistas obsesionados con el surf, pensaron en hacer una película de ello. La escritura del guion —obra de Millius, titulado provisionalmente El soldado psicodélico— tuvo como novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que ganó mucho más peso cuando Coppola —que ofreció la dirección de la película a su amigo Lucas, pero este estaba empezando a obsesionarse con una historia de combates en las galaxias— decidió dirigirla él mismo.

Una imagen de la película 'Apocalypse Now'.

Entonces la industria le dio la espalda y le negó todo apoyo financiero, y aquel prodigio cinematográfico de menos de 35 años y ya con cinco Oscar con su nombre —uno por el guion de Patton y otros cuatro por el guion y la dirección de El padrino y El padrino II—, tuvo que poner dinero de su bolsillo para hacer Apocalypse Now. Y la historia se repite con Megalópolis: la película ha costado 120 millones de dólares (107 millones de euros) y los ha pagado Coppola gracias a la venta de parte de su negocio de viñedos y bodegas en el valle californiano de Napa.

Solo el tiempo dirá si Megalópolis llegará a formar parte de la memoria y el corazón del público —como la trilogía de El padrino, Apocalypse Now o Drácula— o se hundirá en el olvido. Quizás la grandilocuencia y ambición resulten excesivas. Como advirtió el propio director en el documental Corazones en tinieblas —sobre la filmación de Apocalypse Now, dirigido por su esposa Eleonor (fallecida en abril y a la que dedica Megalópolis)— “nada es tan terrible como una película pretenciosa”. “Me refiero a una película que aspira a algo realmente estupendo y no lo consigue. Eso es una mierda”.

Sea lo que sea, el legado cinematográfico de Coppola está entre los más grandes. Y su periplo vital parece que también. Así lo ve Sam Wasson, autor de la biografía Path to paradise. A Francis Ford Coppola story, quién confesó en una entrevista que investigar y conocer al cineasta le cambió personalmente, convirtiéndolo en alguien más optimista y esperanzado. Según Wasson, el sentido de la experimentación del director italo-americano le ayudó a perdonarse los fallos y a vivir en paz, “sin tener respuestas para todo”, comprendiendo que la vida es un perpetuo ensayo.

Ahora, una vez estrenada Megalópolis, Coppola sigue su camino, pensando en proyectos cinematográficos, leyendo, comiendo y bebiendo vino, entusiasmándose por la perspectiva de nuevas aventuras hasta que —según confesó en una entrevista para France 24— como un cepillo de dientes eléctrico, simplemente deje de funcionar y se pare.

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