Cuando el mundo real da más miedo que cualquier ficción: por qué se han disparado las ventas de cómics de terror

remington77

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Ya lo proclamó Stephen King: lo suyo era a la literatura el equivalente a un Big Mac con patatas fritas en la gastronomía. El tiempo ha probado que la narrativa de terror puede servir auténticas hamburguesas gourmet. A veces bien sangrantes. Es lo que está pasando con el cómic de este género, que en los años recientes ha servido algunas obras maestras incontestables. De la cocina de autores como Jeff Lemire o James Tynion IV han salido aplaudidas series gráficas como Sweet Tooth o Gideon Falls, en el caso del primero, y Hay algo matando niños o The Nice House on the Lake, en el segundo. Forman parte de esa generación bregada en las viñetas de superhéroes que ha tomado distancia de Marvel o DC para crear colecciones propias desde las que narrar los horrores que asolan este descarrilado mundo.

La trilogía 'The night eaters (Devoradores de noche)', de Marjorie Liu y Sana Takeda, se gestó en paralelo a las secuelas inmediatas del covid.

No es casualidad que este repunte del terror en la ficción se produzca justo después de un trauma colectivo como la pandemia. Lo confirman a su paso por Madrid la guionista Marjorie Liu y la dibujante Sana Takeda, ganadoras de varios premios Eisner por su saga Monstress, una fantasía épica en la que el monstruo habita en el interior de la protagonista. Su actual trilogía, The Night Eaters (Devoradores de noches), parte de un momento muy concreto, cuando todos andábamos con mascarilla, con unos padres emigrados de China que someten a sus hijos nacidos en EE UU al influjo de una casa plagada de demonios. “Es increíble lo rápido que parecemos haber olvidado los estragos de la covid, sin embargo ese miedo permanece en nuestro inconsciente. Escribí el primer tomo en cuatro días, tras pasar el verano de 2020 viendo películas de terror todos los días. El mundo exterior resultaba tan escalofriante que, en vez de quitarme el sueño, el terror me ayudaba a cogerlo. Probablemente los horrores cotidianos no hayan variado tanto en los últimos ochenta años: guerras, cambio climático… La diferencia es que con las redes sociales no hay escapatoria, vivimos asediados por el clickbait desde que amanecemos hasta que nos acostamos”, explica Liu. “Nuestro día a día se ha convertido en un combate contra la ansiedad. Y algo tan sencillo como una novela gráfica sirve para encararla y contenerla. Estamos todos tan insensibilizados por el terror real que el de ficción ya no nos afecta igual. Por eso nos hemos visto obligados a generar narrativas más sofisticadas, para competir con el impacto de la realidad”, completa Takeda.

El éxito de las series de James Tynion IV, la estrella comiquera del momento, responde a esa misma catarsis. La apuntan tres de sus más estrechos colaboradores, todos españoles: Álvaro Martínez Bueno, dibujante y cocreador de The Nice House on the Lake; Fernando Blanco, dibujante y cocreador de la reciente w0rltr33, y Miquel Muerto, colorista de Hay algo matando niños. Todos ellos transitan por la senda del cómic estadounidense pavimentada en los noventa por artistas españoles como el añorado Carlos Pacheco, Salvador Larroca o Pasqual Ferry.

'The nice house on the lake', de James Tynion IV y Álvaro Martínez Bueno, ahonda en las ansiedades del aislamiento contemporáneo y las consecuencias del colapso de la cultura consumista.

The Nice House on the Lake, lo más parecido a un superventas de este nicho en España, es un paradigma: 10 personajes son invitados de vacaciones por un amigo común a una opulenta casa en el lago para descubrir que son los últimos habitantes de un planeta reducido a cenizas, y que esa burbuja llena de comodidades es su último destino posible. Martínez Bueno traduce su triunfo: “La empezamos a desarrollar en octubre de 2019, justo antes del estallido de la pandemia, algo que resultó premonitorio y nos animó a cargar las tintas en determinadas emociones. Más que de sustos, es una serie de pura angustia donde planteamos un apocalipsis capitalista: se acaba el mundo y unos pocos elegidos tienen acceso a todo lo material, pero nadie está contento ni es libre. Muchas de las fantasías posapocalípticas que triunfan ahora, como la serie de Prime Fallout [basada en el videojuego del mismo nombre], juegan con esos elementos de aislamiento y decadencia de la cultura consumista”. Su buena acogida traerá a partir de verano un segundo ciclo (que no secuela) titulado The Nice House by the Sea. “Lo estoy haciendo para asustar a mi terapeuta”, adelantaba Tynion a The Hollywood Reporter. Mientras el cómic de terror japonés mantiene su obsesión por la amenaza nuclear y las mutaciones físicas (con autores como Junji Ito o Shintaro Kago), el norteamericano ha entrado en una dimensión más existencialista.

Un virus digital convierte a la población en asesina en 'w0rldtr33', de James Tynion IV y Fernando Blanco, que exploran las peligrosas derivas de la cultura posinternet.

En esta radiografía de los miedos colectivos, w0rldtr33, también de James Tynion IV, cuyo primer volumen acaba de ver la luz en España, amplía el debate hacia las secuelas de los avances tecnológicos. Así lo razona su dibujante, Fernando Blanco: “La serie bebe del terror y el ciberpunk. Arranca a finales de los noventa, cuando pensábamos que la irrupción de internet nos iba a hacer más libres y no a convertirnos en adictos a los likes, cuando los hackers eran modernos Robin Hoods y no vulgares ciberdelincuentes, cuando las IA no eran instrumentos del turbocapitalismo. Y nos lleva a nuestro presente cuasidistópico, posmoderno, nihilista y aterradoramente real; y apunta a ese futuro cercano donde nuestros personajes lucharán por salvar los últimos resquicios de humanidad que nos quedan. El terror funciona como retrato de los miedos que habitan en el subconsciente de la sociedad. Es normal que ese boom del género que vemos en cine y teleseries se haya instalado también en los cómics”.

Desde el mismo germen de la novela gótica, con todo el pánico que trajo consigo la Revolución Industrial, el terror se ha convertido en el perfecto refugio en tiempos de incertidumbre. Con los cómics no podía ser de otra forma. El estrés postraumático tras la II Guerra Mundial y el baby boom que trajo consigo cimentó unas audiencias sin precedentes para este producto de escapismo en EE UU. Las viñetas de terror comieron terreno a las de detectives y superhéroes. Hasta que el psiquiatra infantil Fredric Wertham, autor del ensayo Seduction of the innocent, se plantó en 1954 ante el Senado para denunciar que solo traían consigo la corrupción moral y un aumento en la criminalidad juvenil. William Gaines, por entonces el más exitoso editor de tebeos terroríficos al frente de Entertaining Comics (más conocida como EC), tuvo que comparecer ante un subcomité para testificar que “el problema no es lo que los chavales leen, sino lo que ven en el mundo real”. El asunto se saldó con el nacimiento de la Comics Code Authority (la autoridad del código de cómics), un comité regulador censor de contenidos. Gaines acabaría cerrando EC para centrarse en su publicación humorística MAD.

Todas estas restricciones no lograron dinamitar la imaginación de los chavales lectores que vendrían después a lidiar con los traumas bélicos de la Guerra Fría y Vietnam, como Stephen King, Ramsey Campbell o Clive Barker. Los años ochenta, los de la Doctrina Reagan contra el monstruo comunista soviético, se tradujeron en una explosión salvaje del cine de terror, desde el más autoral (John Carpenter, David Cronenberg) hasta el orgullosamente serie B. La transformación en los cómics fue menos palpable. Con los superhéroes viviendo su segunda era dorada, el terror encontró una trinchera en la filial de DC Vertigo a principios de los años noventa, casa de Hellblazer, de Alan Moore, o The Sandman, de Neil Gaiman. Estas fueron las lecturas con las que se forjarían como autores Scott Snyder (American Vampire) o el hijo de Stephen King, Joe Hill (Locke & Key). El equivalente editorial hoy es Image Comics, casa independiente que acoge a influyentes autores como el canadiense Jeff Lemire, que acaba de publicar en español la prometedora Carretera fantasma, nominada al premio Eisner 2024 a mejor serie nueva.

Nadie mejor que Rick Grimes, el policía protagonista de 'The walking dead', para resumir los temores de las distopías posapocalípticas tras el 11-S:

El género vivió su enésima vuelta de tuerca tras el 11-S. De repente, ya nadie estaba a salvo. Un par de años después vino a constatarlo Robert Kirkman, hoy mandamás de Image, con la salida del primer número de The Walking Dead (aquí traducido como Los muertos vivientes). Su propio artífice la presentaba así: “En cuestión de meses la sociedad se ha desmoronado, sin gobierno, sin supermercados, sin correo, sin televisión por cable. En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a vivir”. O, más claramente, en palabras de su protagonista, el policía Rick Grimes: “¡Nosotros somos los muertos vivientes!”. En The Walking Dead importaban más los dramas humanos que los cuerpos necróticos. Los zombis eran, como dijo el cineasta Frank Darabont cuando decidió adaptarla a teleserie en 2010, “el glaseado de la tarta”. El primer episodio se convirtió en el más visto de la historia en AMC, con 5,3 millones de espectadores.

'Hay algo matando niños', de James Tynion IV, sirve de metáfora contemporánea para una generación sin futuro.

La saga impresa de Kirkman terminó abruptamente en 2019, sin previo aviso a los lectores. Su autor lo justificó así: “El final tenía que llegar como cualquier muerte en una historia de zombis: por sorpresa”. Hay algo matando niños, de James Tynion IV, vino a tomar el relevo entre esos lectores huérfanos con su oportuno lanzamiento un par de meses después. Batió récords: 175.000 copias vendidas del primer número en EE UU (la mitad de lo que puede colocar un número exitoso de Batman). Por supuesto, Netflix ya está preparando la serie, con los creadores de Dark al mando.

La premisa de este thriller sobrenatural es sencilla: hay algo matando niños, literalmente, por los pueblos de EE UU, y una antiheroína fugada de una organización secreta quiere frenarlo. Aquí asoma sutilmente otro gran miedo contemporáneo: ¿cómo acabar con el monstruo que hemos creado y que se está cargando a las nuevas generaciones? Miquel Muerto, colorista en esta serie responsable de añadir expresividad al ya de por sí expresivo dibujo de Werther Dell’Edera, se ríe solo de escucharlo. Este barcelonés de 31 años apunta a una ansiedad generacional. “Vivimos una distopía invisible, como la rana en una olla a fuego lento que no se da cuenta de que está hirviendo hasta que revienta. Hemos normalizado la precariedad y visto que no hay ningún futuro; que vamos a encadenar una crisis tras otra hasta que ya no quede nada. ¿De qué vamos a hablar sino del terror los que estamos haciendo cómics con 30 o 40 años? Para recuperar nuestra identidad, no nos queda otra que buscar un relato propio”.

En 'Killadelphia', Rodney Barnes rebautiza una Filadelfia asolada por la corrupción, la pobreza, el desempleo, la criminalidad... y vampiros negros sedientos de sangre y de restitución histórica.

En paralelo a los temores contemporáneos, ha habido un repunte de los monstruos clásicos. Muerto el zombi (valga la expresión), el vampiro ha vuelto a un primer plano. Autores como Cullen Bunn, con The Midnite show, el propio Tynion IV, con Universal monsters: Dracula, o Henry Zebrowski y Marcus Parksdan con Operación amanecer, dan una vuelta al estereotipo. También asoma un chupasangres más sofisticado, que aborda problemas sociales arraigados en el presente. El mejor ejemplo es Killadelphia, de Rodney Barnes (guionista en teleseries como American gods). Esta serie gráfica, aplaudida por el humorista Chris Rock, el cineasta Jordan Peele o el rapero Snoop Dogg, salda cuentas con el racismo histórico de EE UU convirtiendo la ciudad de Filadelfia en un nido de vampiros negros dispuestos a esclavizar a la población humana. Barnes confiesa: “Es como The Wire pero con más salpicaduras de sangre. Utilizo lo vampírico para explorar los pecados de la política estadounidense y el abandono de los barrios del centro de la ciudad. Eso es lo bueno que tiene el terror: que sirve para hacer comentarios sociales sobre el espíritu de la época sin necesidad de ir sermoneando a nadie”. A veces un buen susto vale más que mil palabras.

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