Cuando Chiva era una fiesta

ebony38

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Volví a Chiva después de la riada y habían bajado la Vírgen del Castillo a la iglesia en la que, cuando llegan las fiestas, cada año meten el torico en al menos en una ocasión, dos si calientan al cura. La marca del agua le llegaba al Cristo por los tobillos. En lugar de la dulzaina de Marcial Pierres, en la radio del coche sonaba, nostálgica y azul, 'Pink Moon' de Nick Drake . Llovía sobre mojado, vibraban en el bolsillo las alarmas del fin del mundo, se habían acabado las metáforas sobre maremotos y de las de barro quedaban dos o tres. A mediodía regresé con Javier y los amigos al salón del Canario donde almorzamos en agosto después de correr dos o tres toros, con las piernas de chicle, una sed de siglos, un medio pedo graciosete y el cuerpo de cachondeo que se le pone a uno después de aguantarle unas zancadas a un toro en una calle. En Chiva corren el toro por los barrios del pueblo y lo detienen en algunas de las puertas de las casas que hace quince días arrancó el agua. El toro adquiere un carácter sagrado y fecundo, un empuje mágico y salvaje que bendice las casas en cuyas puertas se ata con una cuerda que, si la tocas, te pega un calambre de milenios.La cuesta por la que el 29 de octubre bajaba el agua con tropezones, en verano era un tobogán de pisadas y de gritos, de jadeos, de amigos y de fiesta. Antes de subir al Canario, Javier me llevó a la tienda de un chino aficionado a los toros a que me comprara un bañador, unas chanclas de dos pavos y una fundita rosa e impermeable que me regaló para meter el teléfono. Porque después del almuerzo del Canario, que era como de primera comunión de los 90, se montó una fiesta de cucañas con agua que caía de los aspersores y de las mangueras. Había un tipo disfrazado de Tina Turner y otro de señora gorda. Los pibes tractoristas con petos de colores bebían una cazalla que te abría las puertas de la percepción como si chuparas un sapo. Un tipo que juraba que era Ian Thorpe nadaba en la fuente con peces de colores, pinchaba un deejay tecnoponcista y, en general, se desplegaba una de estas fiestas de mi Españita que son el jardín de las delicias con barra de chapa al sol. Volví al Canario como un mausoleo de mí mismo, y recordé que la fiesta del toro coreografía la necesidad de vivir la vida siendo conscientes de que discurre a tres palmos de la muerte y en una carrera azarosa y sujeta al capricho de algún dios terrible dispuesto a cobrarse el precio de toda esta alegría. El toro, como el agua del barranco, viene a la calle a doblar las esquinas y a olisquear los telefonillos de los portales, y nos recuerda que toda esta luz da medida de esa gran sombra del barro que ahora nos rodea. Volveremos al Canario, a reír y a vivir y a jugarnos la vida en broma. No nos quepa duda.

 

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