Mattie_Moen
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Cuando acecha la maldad es una sorprendente incursión en el terror rural a través de un endiablado mito pagano: el “encarnado”. La película, un éxito en Argentina, donde ha sido una de las más taquilleras del año, se presenta como una tromba de leyendas arcaicas, vísceras, pus y gritos que repele tanto como atrae. El quinto largometraje de Demián Rugna, ganador en el último festival de Sitges —el primer máximo galardón para una película latinoamericana—, es un dulce para los amantes del género, no apto para todos los estómagos. Profundamente desagradable y nerviosa, se trata de una perturbadora y macabra alegoría sobre cómo germina en un pueblo remoto una contagiosa posesión diabólica en la que nadie quiere creer.
La película arranca de cuajo, sin preámbulos ni suspense. Dos hermanos de gesto desquiciado, interpretados por Ezequiel Rodríguez y Demián Salomón, visitan una chabola vecina después de escuchar ruidos extraños en medio de la noche. Allí descubrirán la putrefacta posesión que marcará el resto de la película: un “embichado” abandonado a su suerte, reventado de pústulas y pus, y su “limpiador”, partido en dos. Sin escatimar detalles truculentos, Rugna precipita los acontecimientos hacia una espiral de caos y confusión por la que asoma un territorio desgarrado. Con elementos de road-movie y neo wéstern nos movemos por un mapa infestado de una locura que lo acaba impregnando todo gracias a un astuto realismo que mezcla creencias populares y sugestión, caciquismo y disfuncionalidad familiar y, sobre todo, satanismo infantil (“A la maldad le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad”, dice un personaje) y animal.
Cuando acecha la maldad no es una película de exorcismos y crucifijos al uso. Apela a miedos ancestrales con una urgencia que no da respiro para tirarse a una piscina emponzoñada, llevando al extremo su chapuzón. La tensión está provocada por una crispación y violencia desaforadas que golpean al espectador. Todo ese desmadre va mucho más lejos que su filme anterior, Aterrados (2017), y parece estar construido como una sangrienta advertencia ante un presente (allí y en todas partes) de odio desbocado.
La película nos habla de un ente demoníaco arraigado en el folclore popular, pero lo que parece latir detrás de su compulsión es la representación del pánico en su estado más primario ante la llegada de un oscuro poder capaz de corromper como un virus (la idea del contagio-zombie está presente desde el primer minuto) la inocencia de todo un pueblo.
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La película arranca de cuajo, sin preámbulos ni suspense. Dos hermanos de gesto desquiciado, interpretados por Ezequiel Rodríguez y Demián Salomón, visitan una chabola vecina después de escuchar ruidos extraños en medio de la noche. Allí descubrirán la putrefacta posesión que marcará el resto de la película: un “embichado” abandonado a su suerte, reventado de pústulas y pus, y su “limpiador”, partido en dos. Sin escatimar detalles truculentos, Rugna precipita los acontecimientos hacia una espiral de caos y confusión por la que asoma un territorio desgarrado. Con elementos de road-movie y neo wéstern nos movemos por un mapa infestado de una locura que lo acaba impregnando todo gracias a un astuto realismo que mezcla creencias populares y sugestión, caciquismo y disfuncionalidad familiar y, sobre todo, satanismo infantil (“A la maldad le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad”, dice un personaje) y animal.
Cuando acecha la maldad no es una película de exorcismos y crucifijos al uso. Apela a miedos ancestrales con una urgencia que no da respiro para tirarse a una piscina emponzoñada, llevando al extremo su chapuzón. La tensión está provocada por una crispación y violencia desaforadas que golpean al espectador. Todo ese desmadre va mucho más lejos que su filme anterior, Aterrados (2017), y parece estar construido como una sangrienta advertencia ante un presente (allí y en todas partes) de odio desbocado.
La película nos habla de un ente demoníaco arraigado en el folclore popular, pero lo que parece latir detrás de su compulsión es la representación del pánico en su estado más primario ante la llegada de un oscuro poder capaz de corromper como un virus (la idea del contagio-zombie está presente desde el primer minuto) la inocencia de todo un pueblo.
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‘Cuando acecha la maldad’: el virus de la posesión diabólica llega desde Argentina
La ganadora del festival de Sitges, un fenómeno de taquilla en su país, es una perturbadora y macabra alegoría sobre un pueblo contagiado de sangre y violencia
elpais.com