Shad_Nolan
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De lo que se va conociendo de la tragedia del litoral, me ha producido especial conmoción las personas que realizaron una última llamada para despedirse de los suyos. Con el fango desbordado. En la barbarie de las cosas que no podemos controlar, algunos marcaban un número de teléfono por última vez, quizá con la intención de llamar a dos o tres de los suyos, no sólo a uno. ¿A quién decides avisar? De todos los que te rodean, ¿qué es lo que toma la decisión en nuestra cabeza de que sea una u otra, ya sea un padre, una mujer, un hermano, un hijo…? ¿Qué frase es la adecuada? ¿En dónde empieza el miedo y dónde la necesidad de decir una última frase que consuele la mala noticia que trasmites? Yo, personalmente, no sabría a quién de todos llamar. Pienso en que quizás a mi hijo, aunque, por otro lado, no podría soportar que fuera la última vez. ¿A un padre? Sería cruelmente doloroso para él dejarlo con esa última frase para siempre en su memoria, en su desgarradora falta . Pienso en el dolor que sería decírselo a tu mujer, a la madre de tus hijos, sabiendo que faltarás a los tuyos el resto de sus vidas y dejándola el recuerdo de esa despedida en forma de huida, como de abandono porque te dejo sola con todo esto. Ya lo siento. Y no poder remediarlo. Igual de espantoso que marcar el número de un amigo, de un compañero de armas. Puede que esa hubiera sido mi opción elegida de estar en la piel de aquellos, de los que se han ido avisando su muerte en una especie de crónica de una muerte anunciada al otro lado del teléfono. De entre todas esas despedidas, de las que hemos tenido la pena de conocer, me resulta escalofriante la de esa madre, Lourdes, que le pide a su mejor amiga que cuide de sus hijos. La familia salió de Paiporta para irse de compras a Valencia, pero la bestia de la riada se comió el coche en el que se trasladaban. Antonio vio cómo la furia de lo incomprensible se llevaba a Lourdes y a su hija Angeline, de tres meses de edad. Desde el techo y sujetando con vehemencia a su bebé, Lourdes sacó el móvil para llamar a su amiga, a su compañera de vida para pedirle que cuidara a sus otros dos hijos de 10 y 13 años. Debió de pensar que Antonio también moriría. Pero en ese último instante, en medio del horror y con el mundo entero rompiéndose a sus pies, su coraje, su valentía, su preocupación fueron los otros dos hijos que tenía. Porque cuando nada tiene explicación , algunas personas buenas toman las decisiones adecuadas con el criterio de los elegidos. De esos que siempre tomarán el camino correcto por muy difícil que sea. Puede que esos niños hayan perdido a una madre y una hermana. Pero su padre, Antonio, y la mejor amiga de su madre jamás permitirán que no vayan por el camino correcto de la vida.
Alfonso J. Ussía: Crónica de una muerte anunciada
Con el fango desbordado. En la barbarie de las cosas que no podemos controlar, algunos marcaban un número de teléfono por última vez
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