blaze.huel
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Miguel Ríos es historia del rock español. Más allá de sus discos, de sus producciones, de su propuesta artística, Miguel Ríos hizo del rock de estadio algo necesario y natural, salto de las discotecas de playa a las plazas de toros. Todavía faltaba un circuito de salas, pero para eso faltaban unos cuantos años de dinero público y música movida. Más allá de todo, gracias Mike. El libro, editado por Efe EME y escrito por José Miguel Valle es nutritivo y funcional. Es rock y es historia.
Antes de salir de gira hay que grabar un disco. El disco se planea tras la victoria del PSOE en las elecciones de 1982, la de Italia en el Mundial (con Sandro Pertini celebrando los goles de Paolo Rossi como si no hubiera mañana). Cada día somos más europeos y por eso, con Carlos Narea en la producción y la guitarra de John Parsons (uno de los habituales en las sesiones y grabaciones de los discos de rock pureta hasta mediados de los ochenta) y la batería de Sergio Castillo. Todos se huelen, desde el Musical Express hasta el Rock Espezial que la percusión electrónica-geométrica de los Tom Toms Simmons tendrán un espacio. En Madrid, en Eurosonic, las voces. Y cuando terminan Miguel Ríos se fuma un Winston. Miguel sabe que el rollo está en Topo, en Salvador, en los teloneros de la gira, Luz Casal y Leño.
100 días de gobierno socialista. Más de dos millones de parados. Joaquín Almunia le dice a Felipe que no hay manera de crear los 800000 puestos de trabajo que prometió en campaña. El presidente González se enciende un pitillo y sueña con bonsáis y joyas. OTAN de entrada no. Pero, igual sí. Por eso nos vamos a los Electry Lady Estudios de Nueva York. Ahí, donde Hendrix dejo impregnada su alma en los amplificadores, allí donde unos meses más tarde Charly García produciría Clics Modernos. Miguel repasa las letras de Ramoncín, de Moncho Alpuente, el amor por computadora, el amor robot. Y revisa las melodías flojísimas, los restos que le ha dejado Bryan Ferry. Lo mejor es volver a Roque Navaja y tratar de acercarse a los poetas, a Joaquín Sabina y Xaime Nogueral. Pero ahí, en la sala del toisón de oro, siempre estará el Barrio Húmedo. De Rockola a León
La gira va a ser complicada. Porque todavía hay Gobernadores Civiles, alcaldes y presidentes de equipos de fútbol y, lo que es peor, muchas veces se mezclan. Entre los restos de camisas viejas, camisas nuevas, progres y menos progres. Carlos Tena la lía con las Vulpes. Caja de ritmos y volver a empezar. Las revistas, el Popular 1, las ligas vascas de los años de plomo (ya volveremos a eso). La vuelta a España de Hinault, la de Serranillos, el disco en Pachá. El nuevo alcalde es Tierno Galván, ¿encontrarás Miguel su sitio? Dice que casi tiene cuarenta. Me entra la risa. Pienso en Bunbury, Auserón… en el Miguel Ríos de 2024.
Vinilos a la venta en El Corte Inglés, en Simago y, claro, por correo en Discoplay (ya solo recuerdo La Tipo). ¿Cómo saldremos con tanta estructura? Escuadra y cartabón para hacer una gira racional, un trago de KAS. KAS, por cierto, había dejado de patrocinar su equipo ciclista en 1979 y volvería, con el mítico Sean Kelly, en 1985, así que está claro que en estos años se aprovechó el dinero de publicidad para ayudar a Miguel Ríos. Los Bordini y Luz, la Celeste Carballo española: «La era del vídeo, la del fin del Milenio». Qué inocentes. Estaban Tequila y Moris desde Argentina y Burning y Leño desde Madrid. Así que se queda con Rosendo y los demás. El disco, pues dice Diario 16 que suena medio bien, pero el Rock Espezial no lo ve, letras de coleguismo internacionalista que tampoco aportan demasiado. Y, claro, demasiado sonido claro y sintético, ANTIGUO, tendencioso, anodino. No a la guerra, no a la OTAN, no a lo nuclear, colegas.
Llega el momento de abrir la gira. Ahí está La Romareda, estupenda después de los arreglos del Mundial 82 (hoy, mientras escribo este artículo, pienso que ya están dándole otra vuelta), con Matías Uribe marcando el territorio y el amistoso alcalde progre Ramón Sainz de Varanda. Es la Romareda, tío, colega, pelas, talegos, dos libras, dos verdes. Hace siete años, con Uribe también delante, presentaba la fallida Huerta Atómica en el mítico Teatro Argensola de la capital aragonesa.
Miguel Ríos ofrece una hora y media, seis temas de bises y Matías, como era de esperar, lo apoya. Es una manera, dice Matías, de normalizar el rock. Antes, Luz Casal presenta su primer LP y los Leño, corre corre, el tren y sorprendente. Zaragoza corta con cuchillas de cierzo y Miguel Ríos lleva un pañuelo. Y también dos baterías y los metales de Jorge Pardo, un tipo que estuvo en el flamenco, que aprendió a tocar tras noches y noches de tener a Camarón de la Isla en su sofá, en el piso de estudiantes que tenía en Madrid.
De Zaragoza, como prueba, ensayo en directo: Madrid. Madrid sabe que las Plazas de Toros hacen perder dinero. Los deberes fiscales y el recuerdo de Simon&Garfunkel (que se habían vuelto a juntar en los ochenta). Así que por ocho libras y con la compañía de algún porro, se hace Vallecas. Allí, ya lo he contado, no falta la plana mayor del PSOE: Javier Solana, Pilar Miró, los progres de manual, Víctor y Ana, compositores como Roque Navaja y dos de los padres fundadores del yeyé español, Massiel y Micky. En Madrid podrían estar Johnny, Pepe y Eduardo Pinilla haciendo mover caderas. En diciembre de 1983 Toño había cantado en el último concierto de Burning. Miguel del 83 al 90. ¿Qué pasará en el año 2000? (Ojo, no pasará nada). Aplauden los medios, la prensa escrita (incluyendo Tomás Cuesta, quién lo diría): Diario 16, Pueblo, EFE, ABC… pero en El País la crítica no es amable. Ojo, que no será la última vez. Parece que, por entonces, la gente en el País no era tan servil como una década más tarde con los colegas de Felipe.
La coleguilad, Ese concepto: vender rock como refrescos o cuánto nos costará a los españoles la parte contratante del Ministerio de Cultura. Quizá, también, es porque entonces había crítica de verdad en los medios de comunicación y no simples reseñas. Pero, por favor, no me echen la culpa a mí. Yo he ido a ver a Miguel Ríos tres veces con mi padre. Es más, la gracia siempre será la autenticidad de poner en un espejo la versión de Maneras de vivir de Leño y la de Miguel Ríos. La sensación, por cierto, al leer este libro, es que más allá del valor artístico de la gira (que con un repertorio traído de Rock and Ríos y de uno de los discos menores del granadino, típicos de los ochenta) se pone en canción el dinosaurio de la industria musical, la falta de circuitos de medio aforo, el esfuerzo de Miguel Ríos para llevar a cabo la dignificación del pop como elemento cultural y, claro, las primeras gotas de la tormenta de dinero público, municipal, provincial… que otros grupos y solistas disfrutarían los siguientes años.
Disfruto con la lectura del libro y con la lista de los artistas que aparecen en sus páginas, los que hacían una parada en la mortecina España de principios de los ochenta: Supertramp, Eddy Grant, Rod Stewart… todos en el declive de la década tras haber triunfado en los setenta. Pero el tiempo del afterpunk y los nuevos románticos estaba por llegar y Miguel, Miguel iba a otro ritmo. Ni mejor ni distinto, diferente. En Granada, en el sur, el recuerdo de la prisión (aunque, seamos serios, un mes por fumar un canuto compensa la leyenda y el aura que arrastró los años siguientes). Mola. Huelva.
Los estadios aparecen en sus páginas como lo hacían en los cromos que me compraba mi padre, la primera división de cartón y pegamento, de últimos fichajes. El fútbol aparece en el libro, no solo por los estadios, como parte fundamental del entretenimiento del pueblo y, al imponerse todavía en el gusto de la sociedad, se impone en el uso del césped a la banda de Miguel Ríos. El Sánchez Pijúan, Las Gaunas, Nuevo Colombino o Rico Pérez.
En Sevilla, claro, podrían haber contado con alguna de las encarnaciones de Silvio, la cara B del rock en español, el folk religioso, el coñac y el anís, blanco y negro en Madrid. Silvio y Luzbel, Barra Libre, quien toque. En Sevilla aparece Francisco Sánchez Gordillo, alcalde emérito de Marinaleda, personaje inquietante, que fascina a Miguel. Pero Miguel, aún con su conciencia con sello auténtico, se encarga de que las entradas estén a la venta en el Corte Inglés. Cádiz, Línea de la Concepción, Marbella y Málagas. Pocos tóxicos, pitillos partidos por la mitad… del sur al norte.
Pero antes toca Murcia, y el autor nos recuerda el Mazarock, del que Miguel Ríos había sido cabeza de cartel en los años 1979 y 1980. Esta vez será la mítica Orquesta Mondragón de Javier Gurruchaga, uno de los proyectos más interesante y longevos de nuestra música. Más Mondragón, siempre. Como también recuerda a las bandas de la zona, por entonces: ¿Acero, el blues del colgao?. Y, claro, «a la cola, pepsicola». Si de refrescos hablamos, al pobre Miguel Ríos le recuerdan, una y otra vez, que no es auténtico en el negocio por llevar a KAS de su lado, pero al final, como muy bien comenta el autor, Adidas había echado una mano a Rod Stewart y Bruce Springsteen tenía la cerveza Miller siempre a mano. Miguel Ríos escucha nueva ola y punk elegante, cintas de Stranglers, Police o The Clash. Miguel Ríos es un punk rocker enamorado.
En Valencia, antes de tocar en el estado de Ciudad de Valencia, donde juega el Levante, se encuentra con la noticia de la muerte de Luis Buñuel en México. A él le dedica un tema en el concierto. La banda elegida por el autor, Zarpa. Muy interesante, como los Rigor Mortis de la parte de gira de Gerona, Lérida y Huesca.
¿Rock, qué es el rock? Cuero negro y tachuelas, pelo largo y botas. Pero Miguel Ríos fue el primero que besó a Pototitos, con lo que está de vuelta de todo. En Huesca uno de cada cinco oscenses acuden a verlo al Alcoraz. Es San Lorenzo y unos días más tarde estarán la plaza López Allúe, Joaquín Sabina y Joaquín Carbonell. Cuando, años más tarde, Sabina se afeite la barba, se invertirán las tornas mediáticas. Huesca, siempre moderna, se queda un poco fría frente al clasicismo de Miguel Ríos.
La llegada al País Vasco, sobre todo Vitoria, de donde es el dueño y la empresa KAS. Fernando Salaverri, José María Knörr… el Kas, que había dejado de patrocinar al equipo ciclista en 1979 y volvería en 1984, así que el dinero de las bicis se usó durante esos años en el rock. La lluvia estará presente, una y otra vez. También la violencia. ETA y los años de plomo. Incluso tienen que cambiar de seguridad y tener gente especializada contra los punks, los abertzales, la violencia. El agua siempre es un problema
Reportaje de Rock Espezial. El timo de las noches de verano. El baile de los vampiros. La cosa está en el enfrentamiento entre la revista y Gay Mercader. Dire Straits vs Crosby&Still&Nash. Según ellos, Miguel ha convertido el rock en un circo. Quizá tengan razón, al fin y al cabo llevan a los Bordini. En una feria de pueblo. Eslogan publicitario. No es arte, es política. Al final nos aprovechamos para meter caña a Supertramp.
Logroño, Pamplona, la plaza de toros de Pamplona, la cuarta de la gira. Ahí, claro, estaban los Barricada, con su aspecto a los Ramones, el primer LP producido por Ramoncín y poco antes de entrar a grabar el mítico ‘Noches de rock&roll’. Volviendo a la triste violencia, tienen que cambiar el autobús de la selección española por el de la francesa. Semana Grande y ETA acumula muertos y nucas, familias destrozadas, en los conciertos pancartas y GORA ETA. En el velódromo de Atocha, las ligas vascas. Hay una derivación eléctrica en el escenario. Peligro de muerte.
¿Si Miguel Ríos hubiera dicho algo sobre la violencia en el escenario? Años más tarde, en 1995, en Anoeta, y organizado por Javier Gurruchaga, faltó Miguel en el escenario. Sí estuvo Andrés Calamaro. Pero ni Serrat, ni Víctor Manuel ni Ana Belén aparecieron. Seguimos, dos noches en Bilbao, nada de San Mamés, dos otras ligas más. Campo de fútbol de Sestao. Las pintadas, el emblema de la serpiente y el hacha. ¿Podría, repito, haber hablado del sí a la política y no a la violencia Miguel Ríos aquellas noches? ¿Hubiera cambiado algo?
Santander en el estudio de El Sardinero. Debate sobre la droga, sin Javier Solana que se cae al final. ¿Qué estaba pasando con la heroína en España en 1983? Preocupaba más las bombas atómicas, el peligro nuclear. El aniversario de Hiroshima. Y Gijón, el Molinón, el mundo echaba de menos a Ilegales, con Jorge y su stick, a punto de ir a Madrid para explicar qué es el blues acelerado por las anfetaminas y el coñac. «Rock sí, circo no, Miguel atracador». Seguían con la tabarra. En Gijón se la quieren colar.
Nos acercamos al comienzo de la temporada de fútbol, cuando se hacían los torneos de verano con grandes equipos europeos y latinoamericanos recorriendo España y preparando al aficionado. El costa verde de Gijón había enfrentado al Spartak de Moscú y al Atlético de Madrid. El lodazal debía ser importante. Y grabaron, levantando informe notarial. Olé por Miguel. Y por ese rock en una tormenta que seguía persiguiendo. Era momento de dedicar ‘El blues del autobús’ a su letrista, asturiano de pro, Víctor Manuel. El final de la gira se acerca.
El pregón de Camilo José Cela antes de llevarse el Nobel. Y, en La Coruña, después de los problemas en algunos momentos de la gira, Miguel Ríos le dice a Carlos Narea que van hacia delante, llueva o no. En Riazor se había jugado el mítico Teresa Herrera, nada de pachangas ni preparaciones. Eso se tenía que ganar sí o sí, la final Bilbao frente al Peñarol. Fuegos artificiales, olor a mar, aguantan la lluvia y empieza a correr el rumor que Miguel Ríos entra en el panteón de los rockeros europeos, con Adriano Celentano en Italia y Johnny Hallyday en Francia. Luego a Balaídos, claro. Al Celta. Allí Luz Casal y su guitarra Eduardo Pinilla se unen a los Leño para hacer ‘Este Madrid’. El suelo acaba lleno de jeringuillas, es una marea de muerte que se extenderá durante los ochenta. Acaba Galicia con Orense. Allí sí que podrían haber estado Los Suaves. Es el 26 de agosto. Y las inundaciones en Bilbao son terribles. Pocos meses después moriría Eduardo Benavente.
Vuelven a Madrid. Allí en el estadio del Moscardó (donde habían tocado Dire Straits o Black Sabbath), dos días, los dos primeros de septiembre los organiza solo Miguel Ríos, sin KAS: boletos en Discoplay. Quiere que el éxito de la gira permita tener unas fechas solidarias. Y en Barcelona, el 4 de septiembre, en la Avenida María Cristina, con las entradas baratas, para apoyar a Amnistía Internacional, y Marinaleda con su programa de expropiación de fincas, las inundaciones del País Vasco y proyectos de apoyo a toxicómanos.
55 000 personas. Siete cámaras. Grabar el recital después del caluroso apretón de manos entre Miguel Ríos y Pascual Maragall. Acabará pasando por Televisión Española, por Radio 3 y, lo que más me gusta, se puede alquilar en VHS en los videoclubs. Qué tiempos.
El final, claro, es Miguel Ríos yendo a ver a Los Strangles en Rockola. Y apareciendo en la columna Spleen de Madrid de Francisco Umbral en negrita. No se puede pedir más. No hablamos del valor musical o artístico, hablo de abrir perspectivas, esfuerzos, sean privados, semiprivados o no. Máximo respeto por Miguel Ríos y, sobre todo, por el trabajo faraónico del autor. Grande, como siempre, la biblioteca de EFE EME.
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