
No se puede decir que Kraven, el cazador ruso de piezas mayores nacido como enemigo de Spider-Man en 1964, haya tenido mucha suerte hasta la fecha: había aparecido en numerosas series animadas, pero nunca en carne y hueso; estuvo a punto de salir en Black Panther, pero se quedó en el banquillo, y la idea de convertir al villano en héroe con una película a su nombre coleaba desde 2018 en las oficinas de Sony. Tenía que dirigirla Antoine Fuqua, por su sintonía con el guionista Richard Wenk –autor de El Equalizador–, pero acabó recayendo en J.C. Chandor (Margin Call, El año más violento), con Aaron "Kick-Ass" Taylor-Johnson, que ya fue Pietro Quicksilver Maximoff en Los Vengadores, ahora como Sergei Kravinoff, cazador de grandes criminales mundiales.
Sony tuvo la audacia de promocionar la película lanzando gratuitamente los que, en efecto, salvo un par de planos, son los primeros ocho minutos de la película. Hizo bien, porque constituían una excelentísima presentación de personaje: Aaron Taylor-Johnson se confirmaba como la mejor elección posible, hablando en ruso con mono de presidiario tatuado en medio de la nevada estepa siberiana y al son enloquecidos coros del ejército ruso. El villano convertido en justiciero se colaba en una cárcel de rusos malcarados para acabar con un jefe mafioso con el diente arrancado a un tigre que servía de alfombra en la celda del susodicho, que seguía dirigiendo su criminal organización desde la prisión. Esa muerte le roba el corazón a cualquiera, y toda la secuencia se urdió haciendo gala de ingenio, buen humor y una elegancia visual muy soviética.
Se confirmaba así la buena noticia de que el ruso iba a traer sangre de la buena al universo Marvel –parecía el inicio de una nueva era calificada R–, y es verdad que, a lo largo de las dos horas de metraje, hay una violencia inusitada en este tipo de producto, aunque ninguna tan memorable como la del diente del tigre alfombrado. La inocente ilusión de que se venían dos horas muy macarras de peleas con mafiosos rusos, como si Balabanov hubiese resucitado a lo grande, se disuelve brutalmente a golpe de flash-back de media hora para explicar los orígenes de los super-poderes del super-cazador: super-fuerza, super-vista, super-olfato y no tanto super-velocidad, porque unos cazadores furtivos se le escapan en jeep.
Luego se desquitará marcándose otra carrera con un todoterreno negro. Hay un super-chiste olfativo, pero se echa en falta más humor. Hay que decir que Kraven hubiera estado mejor sin super-poderes, dejándolo en musculoso campeón de parkour, pero, claro, entonces esto no sería mundo Marvel.
En esa media hora de recuerdos adolescentes, ya todo el mundo habla inglés, con la excusa argumental de que, al igual que su hermano Dmitri (Billy Barratt /Fred Hechinger) –el flojo de la familia, que acabará tocando el piano en un bar–, Kraven ha sido educado en Estados Unidos, a donde va a buscarlos su malvado padre, un Russell Crowe que habla inglés con acento ruso (no queda muy claro si se supone que habla ruso, o si habla inglés porque al personaje le apetece), para llevárselos de cacería a África, donde el chaval conocerá a Calypso –un personaje femenino a cargo de Ariana DeBose casi testimonial (aunque le dejan dar una muerte importante)–, se enfrentará a un León digital (sobreabundancia de animales digitales, paradójicamente para mostrar la conexión con la naturaleza de Kraven) y se ganará sus superpoderes. El contraste entre los primeros siete primeros minutos balabovianos, y esa media hora de Memorias de África, ya plantean un escenario de expectativas frustradas. Luego vienen los incansables intentos de remontada.
El regreso a la actualidad convierte a Kraven en una especie de Tarzán en la ciudad –Londres, en este caso–, por la que se pasea descalzo y en la que prefiere dormir al raso. Los parlamentos aburridos van alternando con efectos digitales feos, incluso sorprendentemente toscos, y escenas de acción más o menos conseguidas, que son, más allá del carisma y la simpatía que despierta Taylor-Johnson, las que van manteniendo el interés de un viaje superheroico bastante rutinario envuelto en un drama familiar que alguien pensó que podría pasar por la versión fast-food de los Hermanos Karamazov –¡los hermanos Kravinoff!–, con algunos villanos tan desagradables como el de Alessandro Nivola, que es como La Cosa con piel de Rinoceronte.
Es más que probable que, en próximas secuelas, Kraven se de cuenta de que su manera de repartir justicia a muerte le convierte en un villano como aquellos a los que mata, y se acabe enfrentando, como en los cómics, a Spider-Man, que lo lleva todo con más responsabilidad. Su peor pesadilla son las arañas, eso se deja claro aquí, para que sirva de sutil pista de lo que está por venir.
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