Tras completar el visionado de la serie documental –dura poco y se hace larga– que dirige y protagoniza Jorge Ponce, 'Medina, el estafador de famosos', uno se pregunta si fue en el primer o en el segundo capítulo cuando entendió que todo aquello era una broma, muy de agradecer como caricatura de un género, el de las reconstrucciones criminales, que inflige a las víctimas un daño gratuito, a la medida de quienes quizá sientan nostalgia vicaria del hiperrealismo de llanto y pañuelo forjado por Paco Lobatón, Nieves Herrero y otros pioneros del dolor en almoneda y 'prime time'. El humor blanco de Ponce representa una oportuna purga para limpiar tanta negrura y tanto negocio sucio. Que su compañía de actores localizara o no a Antonio Medina siempre fue lo de menos.–Mejor llama a Saúl.–O a Cristina Fallarás.Cuando la búsqueda se convierte en el verdadero hallazgo es que estamos ante algo grande, exclusivo de creadores con tan escaso sentido de la vergüenza y con dotes tan desarrolladas para la autoparodoia como el ya citado Ponce o la comadre Fallarás, Lobatona de magreos perdidos. Quién sabe dónde. Donde la espalda pierde su nombre. Por ahí vamos bien encaminados.El 'true crimen' avanza por terrenos inexplorados, limpios de sangre, como en el caso de Medina, timador de poca monta, o sucios de otros fluidos, de babas para arriba o para abajo, como en el expediente Fallarás. Quién sabe de dónde.Lo que en el argot de las plataformas, contaminado por los anglicismos, se conoce como 'true crime' –dramatización de fechorías, mayormente sanguinolentas– se sostiene casi exclusivamente sobre el testimonio, y es la fuerza de la palabra dolida y entrecortada, muy superior a la de la imagen, por escabrosa que resulte a primera vista, la que le da empaque, hasta estremecer a un público que de manera egoísta ignora la herida que provoca en quienes se sienten 'víctimas revictimizadas'. Al que le pique que se arrasque y al que le duela que se medique. Salud mental, que dijo Errejón. El testimonio, la confesión, la confidencia... Palabras. Comadres. El 'true crime' es el pasatiempo de moda y el negocio de la década. Aquel «Hermana, yo si te creo» es hoy el motor de una industria de ocio y odio en la que no cabe, sanador, el humor blanco.
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