Crear al borde del abismo: “Cuando estaba en los ensayos, desde un cuarto de hospital, no me sentía solo”

kiara95

New member
Registrado
27 Sep 2024
Mensajes
45
Solo faltaba un día para que empezara el rodaje. Parecía que la película, finalmente, iba a salir adelante. A pesar de las muchas dificultades, de las mil penurias. A pesar de que en muchos momentos pensaban que estaba maldita. Pero los actores y el equipo técnico habían llegado ya a Granada. Estaban viendo los espacios, la ciudad, la casa. El set de Segundo premio estaba montado. El proyecto, inspirado en el grupo de música Los Planetas, que tantas vueltas había dado y que había pasado de las manos de Jonás Trueba a las de Isaki Lacuesta, vería la luz.

De pronto, llegó el director:

— A mi hija le han diagnosticado leucemia. Me tengo que ir.

Su hija, Luna, tenía nueve años. Lacuesta cogió un taxi hacia el aeropuerto de Málaga. Tenía que llegar a Barcelona lo antes posible. El equipo de la película se quedó en shock. Un shock “súbito y salvaje”, como recuerda uno de los actores protagonistas, Daniel Ibáñez.

Ocho meses más tarde, en enero de 2024, y a 9.000 kilómetros de distancia de Granada, el actor y director Sergio Peris-Mencheta estaba en Los Ángeles con los preparativos de su obra de teatro 14.4. Un proyecto muy importante para él, una idea que llevaba muchos años en su cabeza. Ahmed Younoussi, marroquí, que cruzó el Estrecho de Gibraltar con nueve años —justo la misma edad de Luna— y que había conocido en 2009, iba a protagonizar un monólogo sobre su propia vida. El texto lo había escrito, junto a ellos dos, Juan Diego Botto.

Peris-Mencheta llevaba un tiempo con cosas raras en los análisis de sangre. Se encontraba bien, pero algo no iba bien. Tres meses antes de la fecha prevista para empezar los ensayos, llegó el diagnóstico definitivo: leucemia. Otro mazazo súbito y salvaje.

Pero la película siguió adelante. La obra de teatro siguió adelante. Esta es la historia de dos personas, Isaki Lacuesta y Sergio Peris-Mencheta, que en medio de un terremoto emocional —y, en el caso de Peris-Mencheta, también físico— se empeñaron en continuar haciendo lo que tenían previsto hacer. De cómo sus equipos les acompañaron en el camino. Y de la creación artística como forma de aferrarse a la vida.

Isaki Lacuesta con su hija Luna, en mayo de 2023, durante los días de rodaje de 'Segundo premio'.

Capítulo I “Hay que pararlo todo… o no”​


La reacción de Lacuesta y Peris-Mencheta ante el shock fue exactamente la misma. Querían hacer Segundo premio y 14.4 a toda costa. Lo necesitaban. Pero sus equipos, al inicio, no lo vieron igual: “Esto es una locura”, pensaron o dijeron casi todos. “Hay que parar. Es lo único sensato y razonable”.

“Mientras iba en el taxi hacia el aeropuerto, Isaki me llamó para decirme que podía dirigir la película a distancia”, recuerda Chloe Rosell, ayudante de dirección de Segundo premio. “Yo, la verdad, pensé que estaba tan afectado que no sabía lo que decía y que era evidente que había que abandonar el proyecto. Le respondí que lo importante era que llegara a Barcelona con su familia y que ya hablaríamos. Pero me dijo: ‘No, Chloe, esto lo voy a necesitar, tengo que hacer esta película’. Y ahí cambió todo para mí. Si él necesitaba seguir adelante, no había más que hablar. Creo que todo el equipo lo enfocó así a partir de ese momento. No podíamos cambiar lo que le estaba pasando a Luna, pero sí podíamos apoyar a Isaki en el momento más difícil de su vida con lo que él nos pidiera. Si era hacer esta película, la haríamos”.

Cuando Lacuesta tuvo claro cómo iba a ser el tratamiento de Luna, cuando supo que iban a pasar meses entre el hospital y una residencia, siguió dando vueltas a cómo organizar la dirección a distancia. Porque aquello no era tan fácil. Su cabeza, y la de todos, empezó a ir a mil. El director de fotografía, Takuro Takeuchi, había rodado publicidad en streaming durante la pandemia, y pensaron que podían montar un sistema con varios monitores en una habitación de la residencia de Luna.

“A mí me seguía preocupando la dirección de actores y toda la parte digamos más mágica de un rodaje, la reacción ante los imprevistos que surgen”, recuerda Rosell. “Pensé que no era algo que pudiera asumir yo sola y que necesitábamos a un segundo director en el set”. Lacuesta hizo, por su cuenta, la misma reflexión. En ese momento no sabía si tendría que ausentarse mucho y quería asegurarse de que la película se acabara. Con él o sin él.

No era tan fácil dar con alguien que les acompañara en la aventura. “Yo no veía posible seguir”, recuerda Takeuchi. “¿Cómo íbamos a hacer para meter en tan poco tiempo a un director nuevo en una película que tenía ya todo organizado? ¿Cómo iba a entrar alguien de repente en el universo que tenía pensado Isaki, que además es alguien con una cabeza muy particular, muy propia?”.

Lacuesta y Rosell, cada uno por separado, pensaron en la misma persona: Pol Rodríguez, que había sido ayudante de dirección de Lacuesta en Un año, una noche, su película sobre los atentados de la sala Bataclán en París, un rodaje que no había sido precisamente fácil. “Todos conocíamos bien a Pol”, explica Rosell. “Le encantan los desafíos, tiene una energía increíble y, sobre todo, es una persona lo suficientemente loca como para tirarse a la piscina con algo así”. “Cuando escuché su nombre pensé que con él sí podría funcionar”, añade Takeuchi. Se juntaron la confianza en su talento y la amistad que los unía a todos. En el caso de Lacuesta y Rodríguez, desde hace 25 años.

Cuando recibió la llamada, el nuevo codirector pensó también que era una gran locura y temía la gestión emocional de todo aquello. Pero tenía claro que iba a hacer lo que quería su amigo. Así que aceptó y pidió un mes para prepararse. Le dieron dos semanas. Y se tiraron los cuatro, juntos, de cabeza, sin saber si habría agua.

El proceso de 14.4 fue muy similar. “A mí también me pareció una mala idea en un primer momento seguir con la obra de teatro”, explica Juan Diego Botto. “Recuerdo mi primera conversación con Nuria [Moreno], la productora de Barco Pirata y mano derecha de Sergio. Yo pensaba que él tenía que centrarse en lo suyo, en afrontar la enfermedad, que no había nada más importante que su salud y que además iba a estar muy flojo. En ese momento ya sabíamos que el único camino posible para él eran varios ciclos de quimioterapia y radioterapia y un trasplante de médula. Me parecía que lo sensato y razonable era suspender la obra. Y que mi obligación como amigo era intentar parar aquello. Nuria pensaba lo mismo. Pero Sergio nos dijo que tenía mucho miedo a lo que le iba a tocar vivir y que lo único que le sacaba de ese estado mental era seguir adelante con la obra, tener algo a lo que agarrarse. Ante eso, no puedes hacer otra cosa que acompañarlo. Si quería seguir, había que hacerlo”.

Tras el diagnóstico, cualquier desplazamiento a Madrid era imposible. Tenía que quedarse en Los Ángeles y dirigir a distancia. El monólogo era complejo. La actuación, de una hora y cuarenta y cinco minutos, descansaba en una sola persona, Ahmed Younoussi, que había estudiado arte dramático pero no estaba acostumbrado a hacer teatro. Contaba su propia vida como niño de la calle que acaba migrando solo. “Esto era complicado, pero crearon un equipo maravilloso”, explica Botto. “Yo confié en Sergio, cerré los ojos y tiré para adelante”, añade Younoussi, que tiene ahora 35 años. “Y, a partir de ahí, sentí en todo momento que él estaba conmigo, a mi lado, aunque estuviese en una cama de hospital en Los Ángeles”.

Sergio Peris-Mencheta, fotografiado en su casa de Los Ángeles el pasado miércoles.

Capítulo II Isaki: “Luna me acompañaba a veces, veíamos juntos las escenas”​


El rodaje de Segundo premio y los ensayos de 14.4 de nuevo coinciden en lo esencial. A pesar del susto inicial, todo funcionó bien cuando empezaron a trabajar. Isaki Lacuesta y Sergio Peris-Mencheta, rodeados de monitores, dirigían sus obras a distancia. Lacuesta, junto a Luna. Peris-Mencheta, sobre todo desde el hospital.

“La enfermedad de Luna fue un golpe tremendo”, recuerda Cristalino, músico y uno de los protagonistas de Segundo premio. “Nos dejó completamente descolocados. Pero luego fue todo bien, mucho más fácil de lo que esperábamos. No hubo sensación de agobio. Hablábamos con Pol, hablábamos con Isaki a través del ordenador. Ellos hablaban mucho entre ellos. Lo que estaba pasando nos colocó la mente en un lugar especial, nos dio una sensación de equipo muy fuerte. Mantener el ánimo y la ilusión era muy importante para todos. Anclarnos a la vida y a la creación”.

“Al comienzo hubo que encontrar el punto de comunicación con Isaki”, explica Pol Rodríguez. “El segundo día tuvimos una pequeña crisis, pero lo hablamos, y nunca más”. “Se me pone la piel de gallina cuando recuerdo la primera toma que hicimos”, añade Takeuchi, el director de fotografía. “De repente, todo fluía de una manera especial y, de alguna manera, sencilla”. “Ese día, tras esa primera toma, todo el equipo se puso a aplaudir, con una emoción increíble”, recuerda Chloe Rosell. “Era la primera vez que yo presenciaba algo así”.

Lacuesta lo veía todo desde sus monitores. “Luna me acompañaba a veces”, recuerda. Quizá era una forma de analgesia de lo que les estaba pasando. A Luna, a él, a su mujer, Isa Campo, guionista. Mientras tanto, la niña se estaba curando. En los vídeos de los dos mirando las pantallas se la ve contenta, sonriente, comentando lo que aparecía en el set. “Le enseñaba algunas tomas”, recuerda su padre. “Isa y ella tenían sus rutinas, pero cuando veía que algo podía hacerle gracia, como unas escenas que rodamos con un cocodrilo, se las mostraba. Hubo cosas con las que se rio mucho. Su madre y yo nos dedicamos al cine. Es el mundo que ella ha conocido”.

El rodaje acabó en Nueva York. Con alguna locura de por medio. Rodríguez y Takeuchi estuvieron a punto de apagar las luces del puente de Manhattan por su cuenta y sin permisos. Con una escalera que se llevaron a escondidas y corriendo de madrugada. Hasta que llegó el equipo de producción a poner orden. A ese final de rodaje raro, fuera de España, llegaron ya todos justos de fuerzas. Pero lo acabaron, con sensaciones mezcladas de alivio, de orgullo, de emoción. Para los directores, aún quedaba el montaje.

Isaki Lacuesta y su hija Luna mirando en una pantalla escenas del rodaje.
Isaki Lacuesta y su hija Luna siguen una toma desde la habitación.
Dos de los actores protagonistas, Daniel Ibáñez y Cristalino, junto al codirector Pol Rodríguez, hablan con Isaki Lacuesta a través del ordenador.
Videollamada entre Isaki Lacuesta y uno de los actores, el músico Cristalino.
El actor Daniel Ibáñez comenta una escena a través del ordenador con Isaki Lacuesta.
En la pantalla del ordenador, el director Isaki Lacuesta. En el set, el actor y músico Cristalino.
La ayudante de dirección, Chloe Rosell, y el codirector, Pol Rodríguez, hablan con Isaki Lacuesta a través de la pantalla del ordenador.

Capítulo III Sergio: “Salvar la vida no dependía de mí, pero tener la obra montada, sí”​


“Solo pedí una infraestructura para poder ver todo en plano general y en plano corto”, explica Peris-Mencheta en videollamada desde su casa de Los Ángeles, donde vive. Está tumbado. Al principio parece cansado, pero cuando se pone a hablar de la obra, y de lo que supuso para él, brota una energía que le lleva a hablar casi sin pausa durante más de una hora y media. “Como era un monólogo, solo tenía que supervisar a un actor en escena, lo que facilitaba las cosas. Casi todos los ensayos fueron desde el hospital mientras me metían sangre, suero, plaquetas… pero para mí suponía olvidarme de todos mis males durante un rato y meterme en el mundo de Ahmed”.

Muchos días llegaba al hospital “hecho un desastre”, según sus propias palabras. A veces, incluso sin voz, pensando que iba a ser imposible hacer el ensayo. “Pero pasaba una cosa muy curiosa: empezaba, y llegaba la voz”, recuerda. “Paseaba por los pasillos del hospital y empezaba a dar notas: ‘Ahora vete para allá, muévete para acá’. Y entonces me di cuenta de lo que estaba aportando el proceso creativo al proceso curativo. Era alucinante. Me colocaba en un tipo de energía especial. Luego acababa el ensayo y caía fundido. Pero durante todo ese rato había sido yo otra vez”.

Intenta explicar cómo se siente alguien ante una enfermedad por la que sabe que se puede morir: “Hay dolores que no sabes ni explicar, sensaciones que no has tenido nunca. Es muy fácil obsesionarte. Entran cada 20 minutos para tomarte las constantes vitales. Te cagas. Vomitas. Todo a la vez. Y a la gente que te rodea, que te ama, que te cuida, no le está pasando lo mismo que a ti. Lo vives muy en primera persona, en soledad, de forma muy intensa. El único momento en el que no me sentía solo era ensayando. Me olvidaba de la enfermedad. Me dejaba de doler todo. No sentía ningún tipo de fatiga. Estaba conectado y concentrado, con los cinco sentidos puestos en la pantalla del ordenador. Y con un equipo que sabía que lo que estábamos haciendo era un milagro”.

“Ver a Sergio era un espectáculo”, recuerda Botto. “Los ensayos se hacían con videollamada. A veces estaba ocho horas, a veces dos. Lo que podía. Impresionaba verle tan delgado y sin pelo, ajustando su gotero, tratando de explicarse con herpes en la boca, tratando de explicar un movimiento. Delgado, delgadísimo. Pero era siempre él quien decía: vamos a seguir un poco más. Yo nunca había visto un nivel de entrega, de sacrificio y de amor al teatro como ese. Y se notaba su alegría. La primera vez que lo vi dirigir desde el hospital pensé: hay que seguir”.

No siempre fue fácil. Algunos días sí que se quedaba sin voz. Entonces, escribía en una pizarra y Marta [Solaz, su compañera, actriz, cantante y pintora], su apoyo fundamental durante todo este proceso junto a sus dos hijos, de 9 y 12 años, enseñaba la pizarra o leía lo que estaba escrito en voz alta. Cuando quería cambiar algo de la escenografía, se iba moviendo con el gotero mientras ella le intentaba interpretar y transmitir todo a los que estaban en Madrid.

Tuvieron 45 días para ensayar. Después había que estrenar. Pero, en medio, llegó el trasplante de médula. Su hermano fue el donante, desde España. Era un momento crítico.

— Antes del trasplante aceleramos todo —recuerda—. Yo no sabía si iba a salir vivo de aquello, y quería que la obra se estrenara sí o sí. Reuní a todo el equipo en la sala de ensayos y fue un momento muy emotivo, muy bonito. Les dije que les necesitaba al 200%, que teníamos que seguir para que, si a mí me pasaba algo, el proyecto estuviera listo.

— ¿Por qué? ¿Por qué tanto empeño ante una situación que era de vida o muerte?

— Salvar la vida no dependía de mí. Lo único que dependía de mí era tener la obra montada. Creía que esta historia era importante y quería que la gente la viera y la escuchara aunque yo ya no estuviera. Era el único propósito al que me podía agarrar. Cuando me hicieron el trasplante, que duró nueve horas, entré tranquilo porque sabía que la obra estaba lista. Tenía la sensación de haber cumplido.

Sergio Peris-Mencheta dirigiendo la obra desde su casa en Los Ángeles.
En Madrid, el actor y el resto del equipo siguen las directrices de Peris-Mencheta a través de la pantalla.
Peris-Mencheta dando directrices desde la cama.
Sergio Peris-Mencheta junto a su mujer, Marta Solaz, durante los ensayos a distancia de la obra.
Sergio Peris-Mencheta en Los Ángeles.

Capítulo IV “El arte cura, individual y socialmente”​


Segundo premio está entre las tres películas españolas preseleccionadas para los Oscar y se estrenó con excelentes críticas, las mismas que ha recibido 14.4. Después de las representaciones, en las Naves del Matadero de Madrid, muchos espectadores se acercaban al actor Ahmed Younoussi aún con lágrimas en los ojos. Y, lo que es más insólito, algunos días hubo incluso quien subió al escenario a darle un abrazo durante los aplausos. Cuando se estrenó la obra Sergio Peris-Mencheta se conectó desde su casa de Los Ángeles con Marta, por sorpresa, y apareció en la pantalla. Delgado y sin pelo, pero lleno de fuerza.

“Ha sido todo muy emocionante”, reflexiona Juan Diego Botto. “Además, el azar ha querido que estrenemos una obra sobre un niño que vino solo a España en un momento en el que este tema ocupa la centralidad del debate político. Si ver la obra hace que alguien mire a estos menores desde otro lugar, ya solo por eso habrá merecido la pena. Creo que el arte cura en un sentido amplio. Individual y socialmente. Hay algo muy doloroso en lo azaroso de un cáncer. ¿Por qué estoy enfermo? Y no hay un porqué. Sergio ha sabido suplir esta falta de sentido con el que sí tiene contar esta historia”.

“Lo que hemos hecho es un enorme acto de amor”, añade Peris-Mencheta. “Esa palabra tan mal usada muchas veces y que tanta importancia cobra cuando estás enfermo. Amor al teatro, al arte, a estar todos juntos a pesar de todo, a pensar que contar historias tiene sentido. A mí me ha salvado la vida”.

“Hay algo metafórico en esta obra, además”, opina Botto. “El estrecho de Gibraltar son 14,4 kilómetros. Es poco, pero para miles y miles de personas es algo infranqueable. Conseguir cruzarlo es toda una epopeya. Sergio ha tenido que cruzar su propio océano para poder contar esta historia. Él también ha vivido la vulnerabilidad, los obstáculos increíbles que te puede poner la vida, la fragilidad, el sentirte pequeño”.

Segundo premio ha tenido una carga emocional que yo nunca había vivido”, relata Chloe Rosell. “Tiene otra dimensión. Aún se me ponen los pelos de punta al recordar todo. Estoy a punto de llorar. Ha habido una entrega y una intensidad que yo nunca había visto ni sentido antes. Nos ha generado emociones más allá del cine y de nuestro trabajo”.

Epílogo Sergio y Luna​


Este reportaje se ha basado en tres entrevistas presenciales, una reunión a tres entre Isaki Lacuesta, Pol Rodríguez y Takuro Takeuchi, y tres videollamadas, una de ellas con Sergio Peris-Mencheta desde su casa de Los Ángeles. Presencialmente, o a través de la pantalla, era imposible no advertir la emoción detrás de las palabras de los que recordaban el rodaje de Segundo premio o los ensayos y preparación de 14.4.

Peris-Mencheta se está recuperando. La leucemia, técnicamente, está curada. “Aunque ahora tengo más pinta de enfermo que nunca, pero así son estos procesos”, explica. Son los efectos secundarios del trasplante, de la quimioterapia y de la radioterapia previas, que fueron sesiones muy duras. Ha empezado a caminar. La comida empieza a saberle a algo. Lo primero que notó fue el sabor a chocolate. La recuperación de un trasplante de este tipo suele durar dos años. Ya han pasado los primeros 100 días, los más delicados.

Durante los días que se representó 14.4 en las Naves del Matadero, en Madrid, la vio casi a diario, a distancia. Siguió haciendo anotaciones, hablando con Ahmed. En breve comienzan la gira y la semana próxima se reestrena otra obra suya, Cielos, en el teatro de la Abadía. Está grabando un documental sobre todo lo que le está pasando por si a alguien le sirve; y porque —de nuevo— lo necesita.

Sergio Peris-Mencheta, el pasado miércoles en su casa de Los Ángeles.

“Sin creatividad te mueres”, afirma. “A mí me ha ayudado a salir de la cueva del pozo oscuro. Estuve un tiempo mirando a mi familia sin poder dejar de pensar que me iba a morir, pensando ‘pobrecito de mí’, que me pase esto con 49 años. Pero un día, en la ducha, donde reflexiono mucho ahora, decidí que quería seguir contando cosas, y que si iban a ser mis últimos días, quería que me pillaran moviendo el culo”. Verlo hablar es como presenciar una fuerza de la naturaleza aceptando la fragilidad de la vida, pero decidido a saborearla despacio todo el tiempo que pueda.

“Estoy aquí”, escribió el 21 de agosto en su cuenta de Instagram junto a una foto risueña y desafiante. “Estoy vivo. Y la vida es la hostia. Me falta aún mucho para encontrarme bien, y sé que no volveré nunca a ser el de antes. Pero esta foto y este tema (la canción T.N.T. de AC/DC) reflejan mis ganas de vivir y de comerme la vida a bocaos”.

Luna Lacuesta Campo falleció en septiembre de 2023. No llegó a cumplir los 10 años. Parecía que todo iba bien, estaba curada, pero de repente algo dejó de ir bien. Murió de un día para otro. El trágico final ha marcado Segundo premio, y a todos los que participaron en ella, para siempre. “Cada vez que pienso en la película, pienso en Luna y se me encoge el corazón”, relata Chloe Rosell. “Fue muy duro para todos, una experiencia muy fuerte, una hostia en la cara. Te sientes impotente, sabes que no puedes alcanzar a compartir el dolor inmenso de esos padres, de Isaki, de Isa, que no les puedes ayudar. Pero nos queda al menos la entrega absoluta de un grupo de personas apoyando a otras en los momentos más difíciles de su vida”.

Isaki Lacuesta recogió el galardón del Festival de Málaga a la mejor película española, la Biznaga de Oro, el pasado 9 de marzo. Salió al escenario con una guitarra y todo el equipo arropándole detrás. Una veintena de personas sobre el escenario. Él, todos, visiblemente emocionados. No era una película más. No era un premio más. Tocó la letra de la canción Línea 1, de Los Planetas, con los acordes de El sitio de mi recreo de Antonio Vega, imaginando la voz de Albert Plá, recreando a Kiko Veneno.

Iba a hacerlo esta mañana

Levantarme de la cama

Comprar algo de comida

Y ordenar, por fin, mi vida


Fue su emotivo homenaje a lo que representan la música y el arte. Su poder intangible y transformador. Su capacidad para conectar profundamente con la emoción humana, para expresar verdades esenciales. “Nadie recordará quién era el ministro de Hacienda, o del Interior, cuando se enamoró por primera vez”, dijo Lacuesta sobre ese escenario de Málaga. “Pero todo el mundo recuerda cuándo escuchó a Kiko Veneno”.

Aquel día fue, por encima de todo, un homenaje a su hija Luna, sin la que no puede entenderse esta película. Esa canción la cantaba con ella.



Seguir leyendo

 

Miembros conectados

No hay miembros conectados.
Atrás
Arriba