Costa-Gavras: “Quiero que mi muerte sea con dignidad, valentía... y si dura mucho, que me pongan la inyección”

Cristian_Bednar

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A sus 91 años, al cineasta franco-griego Costa-Gavras ya le queda poco que demostrar. “Sí que contar, porque ahí está el mundo”, apunta. Y en esa observación, tras décadas de thrillers políticos (Z, Estado de sitio, Desaparecido, La caja de música) y de dramas sociales y económicos (Amen, El capital, Comportarse como adultos), le ha llegado el momento de hablar de lo que él considera parte intrínseca de la vida: la muerte. “A mi edad, si no lo voy encarando...”, ríe. En el concurso de San Sebastián, el director presenta El último suspiro, una adaptación libre del libro homónimo de otro intelectual francés de peso, Régis Debray, coescrito con el médico de cuidados paliativos Claude Grange, en el que reflexionan sobre cómo (de mal) afronta la sociedad actual la muerte, y mucho más cuando un ser humano se convierte en el juguete de una enfermedad terminal.

Con todo, El último suspiro no es una tragedia. Surge cierto humor sobre los pacientes a los que el médico atiende. El cineasta tiene un hermano médico en Boston (como el escritor de la película), con el que ya ha conversado sobre su futuro deceso por si se plantea el caso (”Y va y me dice que no, que él no me ayudará a una posible eutanasia”), porque Costa-Gavras espera que su muerte sea “con dignidad, con valentía... y si dura mucho, que me pongan la inyección”. Vista su forma física, uno espera que eso pase dentro de 15 o 20 años. “¿Quince años? Eso es muchísimo”.

Su hermano es un buen ejemplo de “que hasta los mejores médicos están imbuidos de esa mentalidad de alargar la agonía”. Así que por un lado le llegó el libro de Debray, “un amigo de hace muchos años”, y por otro entendió que era el momento de que “el cine ayude a entender la muerte un poco mejor”.

Kad Merad y Denys Podalydès, como el médico y el filósofo de 'El último suspiro'.

En su discurso, el director va mezclando francés y un español que salpica con palabras italianas. Es didáctico en sus respuestas y asegura que es necesario que todos hablemos de la muerte: “Yo, el primero. No me cansa hacerlo porque me parece importante. Desde el inicio del guion entendí que acometía un viaje sobre el último viaje. Obviamente, debí hallar el ritmo cinematográfico y los personajes, y algunos me los entregó la realidad: muchos de los médicos y enfermeros que aparecen en pantalla son quienes de verdad se dedican a esa profesión”. ¿Qué descubrió en los centros médicos de cuidados paliativos? “Un mundo completamente aparte del nuestro. El personal trabaja haciendo su labor, como si estuvieran con sus padres o madres. Eso sí, sin angustias, sin tristezas. Y ese fue un descubrimiento esencial para mí”.

Costa-Gavras se frota las manos. La conversación entra en los terrenos que él desea: “No hay bastante interés en los cuidados paliativos. Eso, lo primero. Lo segundo: ¿qué hacemos con la gente que envejece, que envejecemos, con buena salud? Porque esta gente puede un día decir: ‘Quiero morir’. ¿Cómo les ayudamos? En Francia pronto se llegará a 30.000 habitantes con más de cien años. Muchos viven bastante mal, ya no conocen a quienes les rodean, porque se han muerto sus amigos, sus hijos... Por eso el índice de suicidio es tan alto a partir de los 80 años, porque los dolores te agarran y porque muchos de esos suicidios esconden personas desesperadas que se aplican esa eutanasia”.

Costa Gavras, con tres de las actrices de su película: desde la izquierda, Marilyne Canto, Charlotte Rampling y Ángela Molina, en San Sebastián.

¿Por qué se habla tan poco de la muerte? “Cuando eres niño nos asustan con ella. ‘Cuidado, si haces eso, te puedes morir’. En la adolescencia y la juventud te crees inmortal. Y más tarde nos dejamos devorar por la angustia. Me llama mucho la atención la cantidad de pornografía que nos rodea y qué fácil es acceder a ella, como si pensáramos que eso es una celebración vital, y lo poco que reflexionamos sobre la muerte. Cuando todos, antes o después, la vamos a encontrar”.

El cineasta no quiere que esta sea su última película, pero tampoco sabe. Si lo fuera, El último suspiro prosigue con brío una carrera de compromiso irrefutable con lo social y con la justicia, algo que Costa-Gavras considera parte de ser de izquierdas. A él, ¿le preocupa su legado? “A mí me gusta la palabra ideología. No me parece ningún término apestoso. Para mí, en este filme hay ideología en los silencios, las caricias, los cuidados. Otra cosa es cuando muchos usan una falsa terminología de la ideología para defender el fanatismo. Ahí no, por eso no paso”. Y respira hondo: “No sé yo si la izquierda de hace medio siglo es la de ahora... He hecho pocas películas [una veintena] comparado con otros cineastas. Porque he mantenido mi filosofía personal, he antepuesto mi vida, mi familia, mi feminismo y mi manera de encarar el trabajo a la economía“.

Kad Merad, Ängela Molina y Denys Denis Podalydès, en 'El último suspiro', de Costa-Gavras.

Lo que le lleva a otra preocupación que no aparece en El último suspiro aunque sí en filmes precedentes: la solidaridad hipócrita del siglo XXI. “Me enfada mucho. Como al inicio del siglo XXI se decidió que se habían muerto las ideologías, dejamos de hablar de la calidad de vida, escondimos bajo la alfombra temas que a mí me preocupan. Se ha muerto el comunismo y con eso a otra cosa. Vaya cortina de humo. Lo que ocurre es que, ¿sabes de lo único que hablamos hoy en día? De dinero. Y es terrible”, comenta subiendo el tono.

¿Tienen solución estos problemas? Al director le brillan los ojos. “Creo que sí, y por eso, en parte he filmado este largometraje. Se llama humanidad”. A lo largo de la narración aparecen numerosos personajes que viven sus últimos días, horas, encarnados por una pléyade de grandes actores. “Todos aceptaron a la primera, incluida Charlotte Rampling, a la que convencí señalándole que su papel era cortísimo y enviándole el guion”, ríe el cineasta.

A la primera paciente con la que se sienta el filósofo le quedan días de existencia. Él le pregunta en qué cree, y descubre que esa anciana ha disfrutado de una vida plena por varios continentes, que sabe más de creencias, religiones y reencarnaciones que el intelectual, que al inicio no ha sido capaz de ver más allá de un cuerpo enfermo. “Me encanta ese personaje femenino, que no estaba en el libro, porque ilustra la ceguera de la sociedad al ver en los ancianos solo esa cáscara de viejos”. ¿Y Costa-Gavras, en qué cree? “¿Yo? En la vida”.

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