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Pedro Zuazua Gil
Guest
Para que los colores oro y púrpura de la camiseta de Los Ángeles Lakers pasaran a formar parte de la historia del baloncesto fue necesario algo de azar, bastante talento y la peculiar forma de ser de una ciudad. La dosis de serendipia llegó de la forma más pura. El 19 de abril de 1979 se hicieron dos llamadas simultáneas desde la sede de la NBA en Nueva York. Una línea contactó con Chicago. Otra, con Los Ángeles. Al teléfono, representantes de los principales clubes de baloncesto de ambas ciudades. ¿Cara o cruz?, se escuchó desde Nueva York. Estaba en juego el primer turno de elección en el draft. Los Bulls pidieron cara. Salió cruz. Y así fue como el azar decidió que Magic Johnson se incorporara a los Lakers. Su gran talento llegaba para sumarse al de otra gran estrella -Kareem Abdul-Jabbar- y al de un grupo de jugadores con hambre de victorias. Al mismo tiempo aterrizaba Jack McKinney, un entrenador improbable para un equipo como aquel. Su propuesta era que los partidos fueran un correcalles. Lo consiguió, sufrió un desgraciado accidente y Pat Riley retomó el estilo . A todos esos elementos hay que añadir un peculiar propietario -Jerry Buss, que además de 67 millones de dólares puso el edificio Chrysler a cambio del equipo y del pabellón- y una ciudad dada al espectáculo y al exceso en la que las fiestas, el sexo y la droga eran el pan suyo de cada noche.
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