ray44
Member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 51
¿Qué sabemos hoy de China? Nos llega un rumor, filtrado, interesado, de datos económicos y noticias políticas. Sin embargo, en lo esencial, China sigue siendo una gran desconocida. Desde los tiempos de la Ruta de la Seda hasta las Guerras del Opio, Occidente ha proyectado sobre el país sueños y ambiciones. Antaño fueron los misioneros jesuitas, hoy son los hombres de negocios y las grandes tecnológicas (ahora que el dinero no es oro ni papel, sino un dato que exige una férrea custodia). Seguimos siendo una civilización fáustica y demiúrgica, debido en parte a que los ingenieros mantienen intacto el entusiasmo por el progreso (incluso al precio de intercambiar lo humano por lo inhumano); y debido, claro está, a nuestra codicia y ambición.
Entender la civilización china, su pensamiento, cultura e historia política, es hoy una tarea ineludible. Ya tenemos traducidas, por Herder, Atalanta, Alianza, Trotta, Bellaterra y Kairós algunas de las mejores historias y monografías sobre el pensamiento chino, que pueden ayudar a romper con la imagen tendenciosa de China que se filtra a diario en las noticias. China no es una amenaza para el orden global, aunque lo sea para nuestra supremacía.
El confucianismo es la más antigua de las filosofías chinas. Desde la época clásica, los confucianos fueron los maestros de las seis artes (ceremonias, caligrafía, música, arquería, caballería y matemáticas). Se encargaban de la educación de los aspirantes a funcionarios imperiales (que debían dominar los Cuatro libros). Un pensamiento que surge de las preocupaciones del docente y el consejero de Estado. Pero el confucianismo es también una tradición literaria, una forma de vida y un ideario político. Conjuga la erudición, la moral y la aspiración al buen gobierno. Trataremos de dilucidar aquí cómo funcionan, imbricadas, estas tres dimensiones, que durante siglos han perfilado (y lo siguen haciendo) las costumbres y formas de pensamiento en China. De hecho, se puede decir que nadie ha influido tan profundamente en la vida y el pensamiento chino como el maestro Kong. El confucianismo, lejos de ser una reliquia, es una tradición viva. Fue perseguido por la dinastía Qin (siglo -III), que ordenó la quema de los libros confucianos y el asesinato de sus eruditos, resurgió durante la dinastía Han (-206-220), convirtiéndose en la ortodoxia estatal, dando lugar a la fundación de la Gran Academia. El vínculo entre confucianismo y gobierno dinástico se consolida en este periodo. El confucianismo se convierte en la ideología del Estado e inicia una edad dorada en la que forja un legado cultural que aún prevalece: la dinastía da nombre al mayor grupo étnico de la China actual, la etnia Han. Desde entonces, las ideas de Confucio no han dejado de influir en las sucesivas dinastías. La ética confuciana contribuyó decisivamente a la estabilidad del Estado dinástico y su continuidad burocrática, aunque se verá afectada por el ascenso y caída de los emperadores. Entre la que cabe incluir a la última gran dinastía, la del comunismo oligárquico y burocrático (a pesar de los recelos iniciales de Mao Zedong).
En la China híbrida de hoy, el confucianismo se considera un valor en alza desde las más altas instancias del gobierno de Xi Jinping y se ve como una tradición abierta a la modernización del país, a un modelo socialista de mercado (el llamado “socialismo de características chinas”) y a los objetivos del Partido Comunista chino. En la vida económica, política y social del país, siguen activos los valores confucianos. El propio discurso del PCCh considera que estos valores no son algo del pasado, sino que pueden conducir a formar parte de una cultura mundial, respondiendo a las necesidades de las sociedades tecnológicas de la aldea global.
La singularidad china
Algunos condicionamientos marcan la evolución del pensamiento chino. En primer lugar, desde una época temprana hasta bien entrado el siglo XX, la población es mayoritariamente campesina. El ciclo natural (el mandato del Cielo) es el centro de la vida rural. Ningún crecimiento puede acelerarse, ningún envejecimiento retardarse. El segundo factor, decisivo, es la familia patriarcal. La piedad filial del hijo al padre, del súbdito al soberano, refleja un orden superior: la relación entre el Cielo y la Tierra. El emperador actúa simultáneamente como padre del pueblo e Hijo del Cielo. Otro factor importante es la propia lengua china, mucho más eficaz en la protección de influencias externas que la gran muralla. China es una civilización del libro, pero esos libros no están hechos de palabras, sino de ideogramas. Los pensadores parten de signos, no de palabras (agregados de sonidos desprovistos de significado). Cada signo es una entidad cargada de sentido. Cuando un filósofo habla de “naturaleza” piensa en el ideograma , compuesto del elemento segundo, que indica lo que nace o lo que vive, y del radical corazón/mente, que dirige su reflexión sobre la naturaleza. Es decir, no hay naturaleza sin observador. Lo que llamamos naturaleza es una urdimbre de percepciones. El pensamiento chino, a diferencia del cartesiano, se sitúa en lo real en lugar de superponerse a lo real. En ningún caso considerará que el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. Pues el corazón/mente (xin) no es separable de eso que llamamos naturaleza. Desde esta perspectiva, lo decisivo no es tanto la distancia crítica (debilidad de Occidente) como la simpatía de quien, con su observación, forma parte de la realidad y pretende armonizarse con ella.
El chino, además, no es una lengua flexiva. Las partes del discurso no están determinadas por la distinción entre el sustantivo y el adjetivo, carece de prefijos privativos o de sufijos que permitan la abstracción, de declinaciones o conjugaciones que permitan entender quien es quien en la frase. Las relaciones quedan indicadas únicamente por la posición de los signos en la cadena de la frase (cada uno de ellos constituye una unidad semántica). Además, tampoco existe el verbo Ser como predicado. Todas estas circunstancias hicieron que la tradición no desarrollara una lógica o una epistemología como se hizo en Grecia o India. No hay esa distancia entre el sujeto y el objeto, no hay razón fuera del mundo. Sólo hay inmersión y, en el sabio, armonía.
La escritura ideográfica sirve además de muro frente a la incorporación de conceptos extranjeros, que sólo pueden transliterarse fonéticamente. De ahí que el chino sea una lengua refractaria al extranjerismo. Al carecer de la distinción entre sustantivos, adjetivos y verbos, resulta difícil establecer la oposición entre sustancia y accidente. Y, sin tiempos verbales, se difumina la distancia entre pasado y futuro. Las historias del pasado se perciben como plenamente actuales. La lógica china es plenamente narrativa. De hecho, las historias constituyen por sí mismas conceptos o demostraciones. Tampoco existe en chino el verbo copulativo ser, lo que dificulta la ontología filosófica.
Confucianismo: religión de estado
Si el confucianismo es o no una religión es una cuestión todavía debatida por los especialistas. En cierto sentido, podríamos hablar de una “religión laica”, si se nos permite combinar ambos términos. Cuando el jesuita Mateo Ricci llega a la corte de los Ming en el año 1583, advierte rápidamente que para lograr una posición influyente y conseguir el apoyo del Estado, no debe afeitarse la cabeza como hacen los budistas (recordemos que el budismo en China es una influencia “occidental”), sino dejarse crecer el pelo como hacen los eruditos confucianos. Ricci profundiza en el estudio de los textos clásicos, todos ellos editados o comentados por Confucio, adopta la vestimenta del letrado ru y llegará a ser considerado un erudito de prestigio, aunque se mantendrá fiel a la agenda oculta de la Compañía. La versión jesuita del confucionismo tendrá eco en la Europa ilustrada. Voltaire, Leibniz y Wolff quedarán fascinados por las doctrinas sociales, éticas y políticas de Confucio, y la idea de un Estado gobernado según las máximas morales y políticas de las Analectas.
El origen de término confucianismo se lo debemos precisamente a Mateo Ricci, que es el primer europeo que estudia a fondo los textos confucianos y la figura de Kong Fu (el sufijo zi, significa “maestro” y fue latinizado cius: Confucius), que se considera el fundador de la “escuela de los letrados”. Una tradición humanista que en China se denomina ru jia, ru jiao o simplemente ru. Pero Confucio no fue, en ningún caso, un salvador, ni siquiera un “fundador”, sino alguien que revitalizó, comentó y fomentó, una forma antigua de entender el buen gobierno, de uno mismo y del emperador. La tradición ru, fue, desde tiempos inmemoriales, una tradición de letrados, lo que hoy llamaríamos una tradición humanista. Como forma de vida o profesión, podemos situar su origen en la época de la dinastía Zhou (s. XI - V a. EC.). Esa tradición se caracterizaba por la devoción a seis libros, los seis clásicos: el Libro de los ritos, el Libro de las odas, el Libro de los documentos históricos, el Libro de las mutaciones, el Libro de la música y los Anales de primavera y otoño.
Cuando los ilustrados empiezan a prestar atención a Confucio, muchos ven en él a un racionalista que rechaza lo sobrenatural y milagroso. Los filósofos están inmersos en el conflicto entre razón y religión que mantienen con los jesuitas y el maestro Kong les parece entonces un aliado. Pero la sinología no había hecho más que empezar (auspiciada por Leibniz) y esa visión era una visión interesada y falaz, típica del logocentrismo europeo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que se constató que a muy poca gente en China le importa mucho si el alma sobrevive tras la muerte o si el “Cielo” del que habla Confucio es un dios personal o un principio impersonal, asuntos todos ellos de vital importancia en dicha querella. La postura general de Confucio ante estos asuntos, como la de Buda, es que no deben distraernos de los asuntos humanos. No debemos olvidar que el confucianismo realiza sacrificios al Cielo, a los dioses de las montañas, a los ríos y los ancestros. Trata de armonizar no sólo al hombre con el hombre, sino también al hombre con el cosmos. Aunque puede decirse que el valor de estas ceremonias depende de la ceremonia misma y no de algún tipo de trascendencia. Más allá de esta práctica social, la especulación en torno a estos asuntos se considera ociosa y, en general, perjudicial. “El maestro no hablaba de milagros, prodigios, irregularidades o dioses” (7.21). Cuando se le preguntó por el servicio a los difuntos, Confucio contestó: “Si todavía no eres capaz de servir a los vivos, ¿cómo quieres servir a los muertos? Si todavía no sabes qué es la vida, ¿cómo pretendes conocer la muerte?” (11.12) La solución a esta disyuntiva se muestra en otro lugar de los Diálogos. No se trata de afirmar o negar, simplemente se trata de guardar “cierta distancia”. Spinoza lo entendería muy bien: no resistencia directa al mal, o a la estupidez. “Esforzarse en hacer bien al pueblo y mostrarse reverente con los ancestros y los dioses, pero manteniéndolos a cierta distancia, puede llamarse sabiduría” (6.22) Una idea que retomará William James: la oración por la oración misma, sin la necesidad de que haya un interlocutor. La atención se desplaza hacia lo humano y hay una actitud reacia hacia la especulación metafísica. Se trata de una cuestión más para el ingenio que para la argumentación seria (temas que, en la tradición china, sólo han discutido a profundidad los moístas, los seguidores de Mozi). El confuciano Xunzi, por ejemplo, asume sin cortapisas que la conciencia cesa tras la muerte y que el Cielo es altamente impersonal. Y el propio maestro Kong confirma que, “al estudiar lo de abajo, he llegado a comprender lo de arriba” (14.35).
La lectura sesgada que los ilustrados hicieron de Confucio, puede trasladarse al debate contemporáneo sobre la democracia en China, eterno argumento de Occidente contra el gigante asiático. En una sociedad que históricamente ha sido mayoritariamente campesina e iletrada, el sufragio universal carece de sentido. Lo que para nosotros es electoralismo, diversos partidos disputándose el favor de los ciudadanos, para los chinos son diversas familias, dentro de un único partido, disputándose el favor de compromisarios y funcionarios. Desde antiguo China se ha visto ante la exigencia de responder a los desafíos de Occidente. El primero de importancia fue el budismo (que llegó de la India), luego, tras la época colonial, la humillación japonesa y las Guerras del Opio, una herejía del cristianismo, el comunismo. En 2011 se instaló una estatua gigante de Confucio en las inmediaciones de la plaza del Tiananmén, frente a la figura de Mao. A los pocos meses fue retirada sin dar más explicaciones. Tras ciertas vacilaciones, la China de Xi Jinping ha iniciado un proceso de recuperación de la figura de Confucio, tras el despreció de Mao Zedong y su Revolución cultural, que pretendía preservar el comunismo chino de las amenazas del capitalismo y de una tradición autóctona de casi tres mil años de antigüedad. Confucio, considerado el primer filósofo chino, decía que él no inventaba nada, sólo preservaba y transmitía un saber antiguo, que remontaba a la dinastía Zhou. Hoy, conocer esta figura puede ayudar a entender al gigante asiático. Es muy probable que, en unas décadas, alrededor de China orbite el nuevo orden mundial. Se trata de una tarea urgente, tanto para las relaciones internacionales como para la mediación en conflictos.
Los inicios del pensamiento chino se sitúan en un grupo variopinto de letrados que concurrían en las cortes principescas desde mediados del primer milenio antes de nuestra era. A diferencia de la India, la filosofía china no nace en la selva del anacoreta, sino en torno al soberano. De ahí que sea fundamentalmente una filosofía política. Se disputa sobre la naturaleza humana, pero no con vistas a su salvación, sino al buen Gobierno. En general, para los filósofos chinos de hoy, los pensadores occidentales se han ocupado demasiado de asuntos “extrahumanos”, mientras que el pensamiento chino ha estado más orientado a la praxis política. No se trata de razonar cada vez mejor, sino de armonizar la propia vida con la naturaleza y la sociedad. En el periodo de los Reinos Combatientes, alrededor de las cortes orbitaban diferentes escuelas: moístas, legalistas, la escuela de los elementos, la del yin y el yang, taoístas y seguidores del Maestro Kong. La novedad de estos últimos será que la teoría política y el autocultivo son las dos caras de una misma moneda, que es tanto un tesoro privado como público. El confucianismo se ocupa del ser humano, de su ética, costumbres y organización social, relegando lo mitológico, lo escatológico y lo metafísico, a asuntos ociosos, más propios de poetas que de pensadores serios. Aunque conserva una cierta “visión del Cielo”, cuyas implicaciones son tanto éticas como políticas y cosmológicas.
Seguir leyendo
Entender la civilización china, su pensamiento, cultura e historia política, es hoy una tarea ineludible. Ya tenemos traducidas, por Herder, Atalanta, Alianza, Trotta, Bellaterra y Kairós algunas de las mejores historias y monografías sobre el pensamiento chino, que pueden ayudar a romper con la imagen tendenciosa de China que se filtra a diario en las noticias. China no es una amenaza para el orden global, aunque lo sea para nuestra supremacía.
El confucianismo es la más antigua de las filosofías chinas. Desde la época clásica, los confucianos fueron los maestros de las seis artes (ceremonias, caligrafía, música, arquería, caballería y matemáticas). Se encargaban de la educación de los aspirantes a funcionarios imperiales (que debían dominar los Cuatro libros). Un pensamiento que surge de las preocupaciones del docente y el consejero de Estado. Pero el confucianismo es también una tradición literaria, una forma de vida y un ideario político. Conjuga la erudición, la moral y la aspiración al buen gobierno. Trataremos de dilucidar aquí cómo funcionan, imbricadas, estas tres dimensiones, que durante siglos han perfilado (y lo siguen haciendo) las costumbres y formas de pensamiento en China. De hecho, se puede decir que nadie ha influido tan profundamente en la vida y el pensamiento chino como el maestro Kong. El confucianismo, lejos de ser una reliquia, es una tradición viva. Fue perseguido por la dinastía Qin (siglo -III), que ordenó la quema de los libros confucianos y el asesinato de sus eruditos, resurgió durante la dinastía Han (-206-220), convirtiéndose en la ortodoxia estatal, dando lugar a la fundación de la Gran Academia. El vínculo entre confucianismo y gobierno dinástico se consolida en este periodo. El confucianismo se convierte en la ideología del Estado e inicia una edad dorada en la que forja un legado cultural que aún prevalece: la dinastía da nombre al mayor grupo étnico de la China actual, la etnia Han. Desde entonces, las ideas de Confucio no han dejado de influir en las sucesivas dinastías. La ética confuciana contribuyó decisivamente a la estabilidad del Estado dinástico y su continuidad burocrática, aunque se verá afectada por el ascenso y caída de los emperadores. Entre la que cabe incluir a la última gran dinastía, la del comunismo oligárquico y burocrático (a pesar de los recelos iniciales de Mao Zedong).
En la China híbrida de hoy, el confucianismo se considera un valor en alza desde las más altas instancias del gobierno de Xi Jinping y se ve como una tradición abierta a la modernización del país, a un modelo socialista de mercado (el llamado “socialismo de características chinas”) y a los objetivos del Partido Comunista chino. En la vida económica, política y social del país, siguen activos los valores confucianos. El propio discurso del PCCh considera que estos valores no son algo del pasado, sino que pueden conducir a formar parte de una cultura mundial, respondiendo a las necesidades de las sociedades tecnológicas de la aldea global.
La singularidad china
Algunos condicionamientos marcan la evolución del pensamiento chino. En primer lugar, desde una época temprana hasta bien entrado el siglo XX, la población es mayoritariamente campesina. El ciclo natural (el mandato del Cielo) es el centro de la vida rural. Ningún crecimiento puede acelerarse, ningún envejecimiento retardarse. El segundo factor, decisivo, es la familia patriarcal. La piedad filial del hijo al padre, del súbdito al soberano, refleja un orden superior: la relación entre el Cielo y la Tierra. El emperador actúa simultáneamente como padre del pueblo e Hijo del Cielo. Otro factor importante es la propia lengua china, mucho más eficaz en la protección de influencias externas que la gran muralla. China es una civilización del libro, pero esos libros no están hechos de palabras, sino de ideogramas. Los pensadores parten de signos, no de palabras (agregados de sonidos desprovistos de significado). Cada signo es una entidad cargada de sentido. Cuando un filósofo habla de “naturaleza” piensa en el ideograma , compuesto del elemento segundo, que indica lo que nace o lo que vive, y del radical corazón/mente, que dirige su reflexión sobre la naturaleza. Es decir, no hay naturaleza sin observador. Lo que llamamos naturaleza es una urdimbre de percepciones. El pensamiento chino, a diferencia del cartesiano, se sitúa en lo real en lugar de superponerse a lo real. En ningún caso considerará que el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. Pues el corazón/mente (xin) no es separable de eso que llamamos naturaleza. Desde esta perspectiva, lo decisivo no es tanto la distancia crítica (debilidad de Occidente) como la simpatía de quien, con su observación, forma parte de la realidad y pretende armonizarse con ella.
El chino, además, no es una lengua flexiva. Las partes del discurso no están determinadas por la distinción entre el sustantivo y el adjetivo, carece de prefijos privativos o de sufijos que permitan la abstracción, de declinaciones o conjugaciones que permitan entender quien es quien en la frase. Las relaciones quedan indicadas únicamente por la posición de los signos en la cadena de la frase (cada uno de ellos constituye una unidad semántica). Además, tampoco existe el verbo Ser como predicado. Todas estas circunstancias hicieron que la tradición no desarrollara una lógica o una epistemología como se hizo en Grecia o India. No hay esa distancia entre el sujeto y el objeto, no hay razón fuera del mundo. Sólo hay inmersión y, en el sabio, armonía.
La escritura ideográfica sirve además de muro frente a la incorporación de conceptos extranjeros, que sólo pueden transliterarse fonéticamente. De ahí que el chino sea una lengua refractaria al extranjerismo. Al carecer de la distinción entre sustantivos, adjetivos y verbos, resulta difícil establecer la oposición entre sustancia y accidente. Y, sin tiempos verbales, se difumina la distancia entre pasado y futuro. Las historias del pasado se perciben como plenamente actuales. La lógica china es plenamente narrativa. De hecho, las historias constituyen por sí mismas conceptos o demostraciones. Tampoco existe en chino el verbo copulativo ser, lo que dificulta la ontología filosófica.
Confucianismo: religión de estado
Si el confucianismo es o no una religión es una cuestión todavía debatida por los especialistas. En cierto sentido, podríamos hablar de una “religión laica”, si se nos permite combinar ambos términos. Cuando el jesuita Mateo Ricci llega a la corte de los Ming en el año 1583, advierte rápidamente que para lograr una posición influyente y conseguir el apoyo del Estado, no debe afeitarse la cabeza como hacen los budistas (recordemos que el budismo en China es una influencia “occidental”), sino dejarse crecer el pelo como hacen los eruditos confucianos. Ricci profundiza en el estudio de los textos clásicos, todos ellos editados o comentados por Confucio, adopta la vestimenta del letrado ru y llegará a ser considerado un erudito de prestigio, aunque se mantendrá fiel a la agenda oculta de la Compañía. La versión jesuita del confucionismo tendrá eco en la Europa ilustrada. Voltaire, Leibniz y Wolff quedarán fascinados por las doctrinas sociales, éticas y políticas de Confucio, y la idea de un Estado gobernado según las máximas morales y políticas de las Analectas.
El origen de término confucianismo se lo debemos precisamente a Mateo Ricci, que es el primer europeo que estudia a fondo los textos confucianos y la figura de Kong Fu (el sufijo zi, significa “maestro” y fue latinizado cius: Confucius), que se considera el fundador de la “escuela de los letrados”. Una tradición humanista que en China se denomina ru jia, ru jiao o simplemente ru. Pero Confucio no fue, en ningún caso, un salvador, ni siquiera un “fundador”, sino alguien que revitalizó, comentó y fomentó, una forma antigua de entender el buen gobierno, de uno mismo y del emperador. La tradición ru, fue, desde tiempos inmemoriales, una tradición de letrados, lo que hoy llamaríamos una tradición humanista. Como forma de vida o profesión, podemos situar su origen en la época de la dinastía Zhou (s. XI - V a. EC.). Esa tradición se caracterizaba por la devoción a seis libros, los seis clásicos: el Libro de los ritos, el Libro de las odas, el Libro de los documentos históricos, el Libro de las mutaciones, el Libro de la música y los Anales de primavera y otoño.
Cuando los ilustrados empiezan a prestar atención a Confucio, muchos ven en él a un racionalista que rechaza lo sobrenatural y milagroso. Los filósofos están inmersos en el conflicto entre razón y religión que mantienen con los jesuitas y el maestro Kong les parece entonces un aliado. Pero la sinología no había hecho más que empezar (auspiciada por Leibniz) y esa visión era una visión interesada y falaz, típica del logocentrismo europeo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que se constató que a muy poca gente en China le importa mucho si el alma sobrevive tras la muerte o si el “Cielo” del que habla Confucio es un dios personal o un principio impersonal, asuntos todos ellos de vital importancia en dicha querella. La postura general de Confucio ante estos asuntos, como la de Buda, es que no deben distraernos de los asuntos humanos. No debemos olvidar que el confucianismo realiza sacrificios al Cielo, a los dioses de las montañas, a los ríos y los ancestros. Trata de armonizar no sólo al hombre con el hombre, sino también al hombre con el cosmos. Aunque puede decirse que el valor de estas ceremonias depende de la ceremonia misma y no de algún tipo de trascendencia. Más allá de esta práctica social, la especulación en torno a estos asuntos se considera ociosa y, en general, perjudicial. “El maestro no hablaba de milagros, prodigios, irregularidades o dioses” (7.21). Cuando se le preguntó por el servicio a los difuntos, Confucio contestó: “Si todavía no eres capaz de servir a los vivos, ¿cómo quieres servir a los muertos? Si todavía no sabes qué es la vida, ¿cómo pretendes conocer la muerte?” (11.12) La solución a esta disyuntiva se muestra en otro lugar de los Diálogos. No se trata de afirmar o negar, simplemente se trata de guardar “cierta distancia”. Spinoza lo entendería muy bien: no resistencia directa al mal, o a la estupidez. “Esforzarse en hacer bien al pueblo y mostrarse reverente con los ancestros y los dioses, pero manteniéndolos a cierta distancia, puede llamarse sabiduría” (6.22) Una idea que retomará William James: la oración por la oración misma, sin la necesidad de que haya un interlocutor. La atención se desplaza hacia lo humano y hay una actitud reacia hacia la especulación metafísica. Se trata de una cuestión más para el ingenio que para la argumentación seria (temas que, en la tradición china, sólo han discutido a profundidad los moístas, los seguidores de Mozi). El confuciano Xunzi, por ejemplo, asume sin cortapisas que la conciencia cesa tras la muerte y que el Cielo es altamente impersonal. Y el propio maestro Kong confirma que, “al estudiar lo de abajo, he llegado a comprender lo de arriba” (14.35).
La lectura sesgada que los ilustrados hicieron de Confucio, puede trasladarse al debate contemporáneo sobre la democracia en China, eterno argumento de Occidente contra el gigante asiático. En una sociedad que históricamente ha sido mayoritariamente campesina e iletrada, el sufragio universal carece de sentido. Lo que para nosotros es electoralismo, diversos partidos disputándose el favor de los ciudadanos, para los chinos son diversas familias, dentro de un único partido, disputándose el favor de compromisarios y funcionarios. Desde antiguo China se ha visto ante la exigencia de responder a los desafíos de Occidente. El primero de importancia fue el budismo (que llegó de la India), luego, tras la época colonial, la humillación japonesa y las Guerras del Opio, una herejía del cristianismo, el comunismo. En 2011 se instaló una estatua gigante de Confucio en las inmediaciones de la plaza del Tiananmén, frente a la figura de Mao. A los pocos meses fue retirada sin dar más explicaciones. Tras ciertas vacilaciones, la China de Xi Jinping ha iniciado un proceso de recuperación de la figura de Confucio, tras el despreció de Mao Zedong y su Revolución cultural, que pretendía preservar el comunismo chino de las amenazas del capitalismo y de una tradición autóctona de casi tres mil años de antigüedad. Confucio, considerado el primer filósofo chino, decía que él no inventaba nada, sólo preservaba y transmitía un saber antiguo, que remontaba a la dinastía Zhou. Hoy, conocer esta figura puede ayudar a entender al gigante asiático. Es muy probable que, en unas décadas, alrededor de China orbite el nuevo orden mundial. Se trata de una tarea urgente, tanto para las relaciones internacionales como para la mediación en conflictos.
Los inicios del pensamiento chino se sitúan en un grupo variopinto de letrados que concurrían en las cortes principescas desde mediados del primer milenio antes de nuestra era. A diferencia de la India, la filosofía china no nace en la selva del anacoreta, sino en torno al soberano. De ahí que sea fundamentalmente una filosofía política. Se disputa sobre la naturaleza humana, pero no con vistas a su salvación, sino al buen Gobierno. En general, para los filósofos chinos de hoy, los pensadores occidentales se han ocupado demasiado de asuntos “extrahumanos”, mientras que el pensamiento chino ha estado más orientado a la praxis política. No se trata de razonar cada vez mejor, sino de armonizar la propia vida con la naturaleza y la sociedad. En el periodo de los Reinos Combatientes, alrededor de las cortes orbitaban diferentes escuelas: moístas, legalistas, la escuela de los elementos, la del yin y el yang, taoístas y seguidores del Maestro Kong. La novedad de estos últimos será que la teoría política y el autocultivo son las dos caras de una misma moneda, que es tanto un tesoro privado como público. El confucianismo se ocupa del ser humano, de su ética, costumbres y organización social, relegando lo mitológico, lo escatológico y lo metafísico, a asuntos ociosos, más propios de poetas que de pensadores serios. Aunque conserva una cierta “visión del Cielo”, cuyas implicaciones son tanto éticas como políticas y cosmológicas.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com