Otis_Berge
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Mientras escribo escucho helicópteros volar a baja altura. Aquí las bombas no explotan, drenan los garajes de vecinos que tienen el anhelo de no encontrar un cadáver en su interior. Ahora estamos organizando un almuerzo en el bar que regenta la madre de mi amigo Covisa, que ya ha reabierto, y la banda de mi pueblo prepara un concierto donde entonará el himno regional. Mi casa es un cuarto piso y nadie de quienes la habitamos estaba por la calle el maldito 29 de octubre de 2024. Por eso mismo, esta historia que he vivido los últimos días es, seguro, mucho menos dolorosa que la de cualquiera que haya perdido a un ser querido tragado por la riada. Esa noche no recuerdo dormir. La riada arrastra multitud de cochesTestimonio de una de las afectadas por la DANANervioso en mi habitación de un municipio del País Vasco, donde ejerzo como delegado de ABC, no podía parar de ver la foto que había enviado Guille al grupo de Whatsapp, con una corriente «marrón y negra» que le llegaba por encima de la rodilla mientras esperaba a su hermana en la puerta de su vivienda. «Qué locura es esta... Mi abuela casi no lo cuenta, su casa está destrozada». «Chavales estoy bien, si alguien necesita ayuda que lo diga». Para ellos habían empezado unas horas de auténtica supervivencia. Jaume salvó a su padre de morir atrapado en su garaje. Las cadenas de televisión habían dejado de emitir pasada la madrugada. Todas las llamadas eran de socorro y los periodistas de Apunt se afanaban en amplificarlas, con la esperanza de que alguien pudiera llegar en ayuda de esas personas.Al día siguiente yo tenía una entrevista con un exdirectivo del BBVA . Fui como un autómata. En mi cabeza sólo veía y escuchaba el grito de mi gente, mis vecinos, mi pueblo engullido. Acababa de ver mi tierra desvanecerse y no sabía si muchos de mis amigos podían estar enterrados bajo una mole de coches , escombros y fango, que en esta zona de la Ribera Baja sólo se detuvo al llegar a los campos de arroz. Afortunadamente no tenían agua, días antes de empezar la 'perelloná' (momento del ciclo de cultivo en el que se inundan). De lo contrario, quizá el radio del tsunami, que arrasó decenas y decenas de municipios en Valencia, habría llegado a otras localidades como el Saler, donde residen actualmente mi padre, dos sobrinos, su madre y cientos de ciudadanos en casas bajas y campings.Reservé un billete de avión —sin ser capaz de imaginar la magnitud de lo que había ocurrido a seiscientos kilómetros— y, antes de ir hacia el aeropuerto, compré una pala usada, mascarillas, guantes, sobres de sopa instantánea, botellas de agua y lo metí todo en una mochila junto a algo de ropa vieja. En otra, guardé el ordenador y el móvil de trabajo. Despegué en el aeropuerto de Loiu y aterricé en Manises. Subí dubitativo a un taxi y le dije al conductor que condujera todo lo cerca que pudiera de mi casa. El taxista me dijo que estaba deseando no tener que llevar a nadie allí. Era mi pueblo joder.Bajé en el barrio de San Marcelino, donde hace ya siete años jugaba al fútbol. Un recuerdo borrado por la imagen real que tenía delante de mis ojos vidriosos. Caminé entre riadas de personas que parecían peregrinar. El fango succionaba mis zapatillas y di un pequeño rodeo para llegar hasta mi portal , pues en el extremo más cercano de la calle había una montaña de coches apelotonados. Esquivé hierros, muebles reventados, ramas y cristales. Todo era un manto marrón de muerte. Mi memoria sepultada en el barro. Dejé mis cosas en casa, donde comenté brevemente la gravedad de la catástrofe con Sergio, que vive allí alquilado desde que me mudé a Madrid para estudiar. Luego bajé a casa de Iván, en el segundo, con quien había ido al colegio desde los tres años y que hacía dos noches acababa de salvar a una mujer rompiendo con sus manos la persiana de un garaje. Él estaba rabioso por lo que acababa de pasar, pero era consciente de que no quedaba otra opción que seguir adelante. Al día siguiente Andrea, su novia, necesitaba ayuda para poder limpiar una de sus plantas bajas y fuimos para allí. Fue la primera vez que vi a la Legión retirar escombros y a efectivos de los GEAS (Grupo Especial Subacuático de la Guardia Civil) entrar en los sótanos en busca de cuerpos, vivos o muertos. Al terminar me acerqué a ver cómo estaban algunos amigos de la pandilla, que habían visto destrozadas sus viviendas . Sion sopló ese día las velas sonriente frente a ella. Le cantan el 'Cumpleaños feliz' a Sion, uno de los afectados por la DANANos despedimos y fui a dar una vuelta con Joe, que había estado desaparecido de las redes horas y horas después de la tragedia y que ya trabajaba en el que fue nuestro colegio, el Blasco Ibáñez, transformado en un centro logístico de acopio y envío de suministros (su funcionamiento sorprendió más tarde incluso a oficiales del Ejército). «¿Cuándo volverá todo a la normalidad?», me preguntó. No supe qué responder. Caminábamos por Camí Nou, la avenida principal que conecta Benetúser con Massanassa, un pueblo que ha tardado más tiempo en recibir ayuda que el mío, al igual que Catarroja. Llegamos hasta la casa de Nacho. La puerta de su garaje acabó reventada por los golpes y llevaba días limpiando los bajos de su calle. A los pocos minutos de estar charlando, y de comerme un bocadillo de caballa que me hizo Joe y que no pude tragar, apareció un hombre moreno y cansado. —¿Podéis ayudarme?—Sí.Paralizado por el pánicoEntramos en su casa, que era de dos alturas. En la de abajo había dos palmos de una densa pasta marrón y el señor insistía en conservar los muebles (algo que pretendió en otro momento la hermana de Caso, al ver sus obras de arte llenas de moho) , que todavía estaban en su sitio, con todas las fotos sobre ellos. Recibimos la ayuda de otros tres chavales y dos chicas de nuestra edad. Unos llenábamos los cubos con lo que teníamos y los demás iban vaciándolos en la calle, que parecía una pista de patinaje del mismo color, reblandecida y encharcada. Me pregunté por qué aquella persona no colaboraba, mientras una señora mayor, que debía ser su madre, no paraba de ofrecernos más recipientes desde el piso superior. Luego comprendí que estaba paralizado por el pánico.Noticia Relacionada estandar No Oficiales del Ejército, asombrados al ver el centro logístico creado en Benetúser Gerard Bono «Habéis armado un castillo», afirman miembros de las Fuerzas Armadas al entrar en el colegio público Blasco Ibáñez, situado en esta localidad valenciana devastada por la DANADesde entonces me incrusté durante varios días en el Blasco Ibáñez. Dormía poco y el único sueño que recuerdo es alguna pesadilla . Me acostaba tarde con la cabeza dando vueltas, teniendo arcadas al pensar en todo lo que me rodeaba, y despertaba pronto para volver a repartir material sanitario. Desayunaba un café y varios cigarros y cogía la bici que dejaba en la puerta, junto a unas botas de apreski para no manchar el interior de mi vivienda. Empecé a pensar en que debía aprovechar los viajes pedalenado para informar y documentar lo que viera, pudiendo percibir la realidad de un área más extensa. Primero contacté con Pau y mi antiguo entrenador en juveniles, Óscar, los dos de Paiporta. Viven en una zona donde han encontrado decenas de muertos entre montañas de basura que hieden . Luego con Loreto, a la que conocí en una de las expediciones hasta Catarroja y que me pidió ayuda para su madre. Gente a la que había conocido personalmente y que además estaban experimentado aquella situación no podían mentirme y me propuse incluir lo que me contaban en las breves crónicas que he ido publicando. Además enviaba todos los puntos de interés que veía al grupo de Whatsapp compartido con mis compañeros de ABC implicados directamente en la cobertura. Todavía no logro entender cómo el valenciano José Ramón Navarro-Pareja logró llegar en coche desde la capital y luego caminaba solo un día después del desastre. A día de hoy sigue en su tierra. Vi a Pablo Lodeiro, Angie Calero, Helena Cortés y Jaime García esos días tratando de consolar a quien acababa de perderlo todo en las aceras de mi pueblo. Lodeiro me dijo que el escenario que nos rodeaba parecía una pesadilla y García me dio la idea que más tarde me ha permitido salir de ella. Mi desesperación no hacía más que crecer. Cada vez que ponía un pie en el barro entraba en el capítulo de una historia de terror. No fue hasta teclear las primeras frases de este texto (el más difícil y también el más sincero y sencillo que he escrito nunca) que se rompió la burbuja, logrando salir del shock y empecé a llorar sin consuelo catárticamente. Volverá a llover y ser fértilDesde entonces he recuperado el hambre y el sueño, visto a medias 'Men in Black I', escuchado 23 de Junio de Vetusta Morla y comprendido que Valencia es una tierra fértil, y que cada palada de hermandad le hará recuperar su chispa y color. Dos componentes propios de gente alegre, entusiasta y atrevida como la valenciana que pronto se lanzará al agua, cultivará la tierra y saltará el fuego sin miedo. Su reacción heroica en medio del caos y la destrucción demuestra además que el ser humano se organiza y aprende para sobrevivir. ¿Cuál es si no la explicación para que la tragedia que aún atraviesa Valencia haya dejado el recuento de víctimas mortales en un milagro? Es la única respuesta lógica que se me ocurre al pensar cómo muchos huyeron hacia las alturas cuando la corriente empezó a acelerarse bajo sus pies y cómo muchos empezamos a usar mascarillas y guantes, cuando nuestros antiguos barrios se convirtieron en zonas insalubres e inseguras. Ninguna de estas medidas se puso en marcha por instrucción del Estado . Algo que habría permitido reducir el número de víctimas mortales y minutos de sufrimiento de comunidades enteras.Más allá de la falta de previsión y de la inacción política, creo que el exceso de burocracia ha hecho que los errores en la toma de decisiones trepen encadenados por ella. También que la falta de liderazgo y el exceso de tacticismo político ha hecho que no se haya actuado con celeridad. Todo ello se traduce en la ausencia del un mando único necesario para resolver el endiablado problema logístico que persiste en nuestras calles, y donde he escuchado a militares veteranos y desorientados compararnos con el terremoto de Haití. Sin embargo, hoy, cuando caminas pala en mano por Benetúser, el pueblo donde crecí y del que seguramente no habías oído hablar hasta hace unos días, me cruzo, convivo con guardas forestales segovianos retirando escombros, a policías vascos y catalanes patrullando, bomberos de Madrid durmiendo en sus coches , chavales como yo llegados desde todos los rincones para hacernos sentir que no, que ningún valenciano camina solo. Cuando sientes en tus carnes el dolor, primero ayudas a los tuyos y después a quien lo necesite. Los españoles siempre hemos mostrado nuestra solidaridad con el resto de países, pero hacía mucho que no necesitábamos trabajar codo con codo para tratar de aliviar una experiencia traumática dentro de nuestras fronteras. Eso ha creado en Valencia un espíritu de cercanía sincera que se ha contagiado al resto de la nación , que nos considera de los suyos, y que ha acudido desde todos los lugares posibles al rescate. Visca València y Viva España.
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