Cómo 350 mujeres reconstruyeron el londinense Puente de Waterloo bajo las bombas nazis

Tate_Altenwerth

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Cuando inauguró el Puente de Waterloo en diciembre de 1945, el viceprimer ministro británico Herbert Morrison pronunció un pequeño discurso que incluía el siguiente párrafo: “Los hombres que han construido el puente de Waterloo son hombres afortunados. Saben que aunque puede que sus nombres se olviden, su obra será un orgullo para Londres y se utilizará durante generaciones”.

Morrison desde luego acertó en una cosa: aunque no es el más espectacular ni el más turístico, el nuevo Puente de Waterloo es un orgullo para los londinenses. Esencialmente porque se construyó bajo los bombardeos nazis de la Segunda Guerra Mundial. ¿Y por qué lo construyeron justo en ese momento tan peligroso? Porque, en realidad, la guerra vino después.

Abierto en 1817, el viejo puente de Waterloo respondía a una necesidad de la ciudadanía y de la Corona. Por su posición estratégica junto a Westminster, no solo conectaba las orillas norte y sur de la ciudad, también permitía desviar el tráfico del propio puente de Westminster, cuando fuese necesario. Sin embargo, a partir de 1874, varias crecidas del Támesis dañaron la cimentación del viejo puente, algo que se volvió peligroso en los años veinte del siglo pasado, hasta el punto de que, como solución provisional, construyeron un puente paralelo de acero.

Construcción del puente Waterloo en 1942.

Así, en los años treinta, las autoridades decidieron demoler el viejo viaducto y construir uno nuevo. El proyecto corrió a cargo del arquitecto Sir Giles Gilbert Scott, quien diseñó un elegante puente de hormigón y acero de solo cinco vanos; una pequeña proeza estructural en la época.

Con una fuerza de trabajo de unos 500 hombres, las obras del nuevo puente de Waterloo comenzaron en 1937 y tenían previsto terminarlo para 1942, pero claro, en medio estalló la Segunda Guerra Mundial. En un principio, se pensó en paralizar la obra pero, cuando los nazis comenzaron a bombardear Londres en 1940, el gobierno británico decidió que terminar el puente era un asunto de “importancia nacional”. No se trataba solo de terminar una obra de ingeniería, también sería una demostración, tanto a los alemanes como a los propios británicos, de que nada, ni siquiera las bombas, los iba a detener. Un epítome del “Keep Calm And Carry On”.

El problema era que no había nadie para construirlo. Según los registros, de los 500 hombres que comenzaron las obras, solo 150 no fueron destinados a labores militares, tanto en el frente como en las bases británicas. En efecto, no había hombres para terminar el puente. Pero sí que había mujeres.

Dorothy limpiándose la cara mientras trabajaba en la construcción del puente.

Porque, si bien bastantes mujeres participaron activamente en la guerra (enfermeras, administrativas, telefonistas o incluso pilotos), todas las mujeres hicieron una contribución capital: no solo mantenían la maquinaria de guerra, también mantenían sus propios países. Con gran parte de la población masculina en el frente, cientos de miles de mujeres se incorporaron a las plantas donde se fabricaba la munición, donde se construían los aviones, donde se remachaban las piezas de los tanques. Fue la época de Rosie la Remachadora.

Y también fueron mujeres quienes construyeron el puente de Waterloo. Según la Women’s Engineering Society, a principios de 1941 unas 350 mujeres comenzaron a trabajar allí. Soldando, montando, encofrando, roblonando. A veces en días despejados, otras veces teniendo que correr a los refugios para huir de las bombas de la Luftwaffe. En jornadas de ocho, diez y doce horas, de lunes a domingo. Con el único propósito de terminar la obra en 1942. Y, de algún modo, lo consiguieron.

El nuevo puente de Waterloo se abrió oficialmente en septiembre de 1942, aunque no se terminó por completo hasta diciembre del 45. Y, aunque el viceprimer ministro “se olvidó” (es un decir) de las mujeres en su discurso, quienes no lo hicieron fueron los londinenses. Durante los años de posguerra, la gente de Londres se refería al puente como “El puente de las mujeres”. De hecho, era común entre los barcos fluviales del Támesis que, al pasar bajo Waterloo, el piloto lo anunciase como “The Ladies Bridge”.

Dorothy soldando en 1944.

Pero el vice primer ministro Morrison acertó en otra cosa: los nombres fueron olvidados. No había ningún registro de esas mujeres, no había ningún documento que demostrase eso que los londinenses sabían. Para el año 2000, la historia se había convertido casi en un rumor, en una leyenda urbana. Hasta que, en 2005, las cineastas Karen Livesey y Jo Wiser quisieron averiguar cuánto de verdad había en esa leyenda urbana. Buscaron a mujeres que hubiesen trabajado en el puente, buscaron a sus familiares, buscaron a cualquiera que tuviese una historia sobre las mujeres del puente. Y las grabaron para su documental The Ladies Bridge.

Pero seguía siendo solo una memoria oral. Necesitaban algo que probase esas historias. Intentaron buscar en los archivos de Peter Lind & Company, la contratista del puente, pero se encontraron con que la empresa había quebrado en los años ochenta y todos sus documentos estaban en paradero desconocido. Entonces, en 2015 se puso en contacto con ellas la historiadora Christine Wall, quien llevaba un tiempo investigando el mismo asunto. Había encontrado una pista en los archivos del National Science and Media Museum. Y allí, una mañana de 2015, apareció Dorothy.

En medio de una maraña de fotos y fichas online, Wall encontró varias fotografías del Daily Herald de mujeres trabajando en el puente de Waterloo. Entre ellas, tres fotos fechadas en 1944 de una soldadora solo nombrada como “Dorothy”.

Tras el descubrimiento de Dorothy y las demás imágenes, Historic England, el organismo encargado de la protección del patrimonio de Inglaterra, reconoció oficialmente la contribución de las mujeres a la construcción del puente, y lo catalogó con el Grado II de protección.

Por eso, si algún día montan en un barco por el Támesis y el piloto habla de “el Puente de las mujeres”, que sepan que no es una leyenda urbana. Que allí, junto a 150 hombres, trabajó Dorothy y otras 350 mujeres, construyendo el Puente de Waterloo bajo las bombas nazis.

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