Carlie_Kessler
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Estas fiestas tuvieron el preludio de un atropello masivo en un mercado navideño. Tampoco es que nos haya importado mucho, admitámoslo, aunque en Alemania los buitres se apresuren a aprovechar la hiperemocionalidad navideña para propagar odio contra los migrantes, su chivo expiatorio favorito. Poco importa que lo más reseñable del terrorista sea, precisamente, su proximidad a esa misma ultraderecha que ha recibido el atentado como un maravilloso regalo. La emoción (el odio, en este caso) se impone a los hechos con soltura abrumadora. Pero es Navidad, señoras y señores. Y aquí lo que importa es el turrón. Y es que un mundo desfactualizado se consigue, entre otras cosas, con esa hiperemocionalidad del espacio público tan típica de la Navidad. Es curioso cómo, a pesar de la secularización rampante, esa emotividad hiperventilada se impone con tanta facilidad. Por doquier aparecen cursis odas a la Navidad y a sus belenes, al misterio de la Santísima Trinidad y otras abstracciones. Como ese intenso amor hacia el niño Jesús que Georgia Meloni ha sabido aprovechar para promocionar la natalidad de las familias como Dios manda: blancas, católicas y sin peligrosas desviaciones que perviertan la moral de los pobres italianos, abrumados al parecer por las muchas perversiones de la modernidad. Mientras, por supuesto, sus políticas migratorias juegan a hundir barcos en el Mediterráneo.
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