cary.keeling
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Los conocéis, aunque nunca hayáis hablado con ellos. Los habéis visto, porque fuisteis alguna vez vosotros. De ahí el nudo de globo relleno de agua con cloro en la garganta, las cosquillas de la emoción en las cuencas de los ojos. El grandullón y el chiquitín. El armario y el renacuajo. Gigante y Nobita. Sabéis a quien se le ocurren las trastadas y cuál de los dos es el que, pese a que le parecen una mala idea y sepa que los van a pillar, acaba metido hasta las trancas en el plan, dispuesto a caer con el equipo. Tenéis claro quién es al que más temen los demás, el que media en las trifulcas del patio. Sí, vosotros sabéis que, a uno, el que no escucha en clase, se le dan muy bien las mates y que el otro es un negado muy aplicado, que merienda mandarinas y luego le huelen las manos hasta el día siguiente. Sí, no mintáis, habéis derramado alguna lagrimilla ante ese juramento de pan con nocilla, de rodillas asfaltadas, de trompos chocando en la calle de debajo de casa. No hacía falta que lo dijeran porque hay cosas que se ven, que no explican las palabras. El destino encadenó sus caminos dejándolos en el mismo vecindario. Uno en el segundo y otro en el tercero. Uno que subía y el otro que bajaba. Sí, vosotros también escuchasteis el ruido de pasos por la escalera y visteis el dedo sobre el timbre, y os sentisteis otra vez en esa espera frente a la puerta, observando la alfombrilla que habíais pisado tantas veces, con el plan de la tarde en la cabeza, con algo que había llegado a tus oídos o que te acababa de pasar y que te ardía en la punta de la lengua. Yo también los vi y sonreí, y pensé que tienen un banquito en el que ver pasar a la gente, un escondite donde no hay mayores, tres o cuatro secretos que no les cuentan a nadie y seis millones de preguntas que resuelven entre ellos. Los vi repeliendo el horror con su inocencia, abrazando a una madurez prematura, y pensé en que la claridad siempre encuentra recovecos en la tiniebla para infiltrar algún gramo de belleza en el fondo de las brumas. Por allí andaban, empujando un carrito lleno de comida, brujuleando por el caos, jugando a la solidaridad. ¿Sois amigos? Sí… Mejores amigos. ¿Y por qué ayudáis? Porque nos aburrimos. Así de claro, no le des más vueltas, en esas dos respuestas residen nuestros vínculos más sagrados. Ni la verdad sabe de razones ni la amistad entiende de escenarios. Juntos, en el barro, antes de despedirse y seguir desenvolviendo la lección más valiosa de sus vidas, aprovecharon para sacar ese dialecto íntimo, esas coñas privadas tan de mejores amigos: «Coman yogures». Sí, tú también sabes todo lo que hay detrás de esa frase que no entiendes.
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