larry.stamm
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Para Claudia Salazar (Lima, 1976) la vida es puro movimiento. Le costó arrancar, pero una vez que pudo empezar a transitar distintas geografías, ya no se detuvo. Daba clase de literatura en un colegio de su país natal cuando por fin consiguió una beca para hacer un doctorado en la Universidad de Nueva York, más conocida como NYU, en el 2004. Tenía 28 años y muchas ganas de vivir fuera, aunque entre sus planes estaba regresar. De aquello hace ya veinte años y, por ahora, no contempla la vuelta. Como tampoco contaba con el hecho de que llegar a Nueva York con una visa de estudiante no la eximía de su condición de inmigrante, algo que cambiaría tanto su identidad como su vida.
Casi una década después de su llegada, en 2013, debutó como escritora con la novela La sangre de la aurora, y se alzó con el IV Premio Las Américas de Narrativa, en el que un jurado presidido por Fernando Iwasaki y el poeta Ángel Darío Carrero reconoció la novela como la mejor publicada en Latinoamérica ese año. The New York Times la reseñó describiéndola como una novela valiente, directa y poliédrica, cuya trama “se sumerge sin paracaídas en la sangrienta cámara de la violencia política desatada durante los años de masacres en Perú”. El libro sigue reeditándose y ha sido traducido a cinco idiomas: inglés, árabe, polaco, noruego y portugués. Después publicó un libro de relatos y una novela histórica juvenil.
Salazar, quien vive a caballo entre Nueva York y Los Ángeles, responde a la llamada desde California, donde trabaja como profesora asistente en vías de titularidad en Literatura Latinoamericana y Escritura Creativa en la Universidad Politécnica Estatal de California, Pomona. Acaba de presentar su último libro Migrar y otras artes (Smol Books, 2024), compuesto por retazos donde esboza su experiencia migratoria con conciencia de las consecuencias que causa el desplazamiento, pero evadiendo el regodearse en el drama.
Pregunta. Han pasado 10 años desde que publicara su primera novela. ¿Qué ha cambiado en su persona y en su escritura?
Respuesta. El cambio ha sido la exposición pública, volverme conocida, sobre todo en ciertos lugares como Perú y Nueva York. Es algo que me hace ser más responsable de lo que digo y de a quién se lo digo, especialmente en temas controversiales. Aun así, he intentado mantenerme fiel al sentido de mi escritura; escribir temas que me interesen, no responder a la expectativa de mercado o las tendencias del momento. No pienso en la escritura como algo politizable, sino en conjunción con mi deseo. Mi nuevo libro es una muestra de eso: sigo escribiendo sobre los temas que me interesan en cada momento.
P. ¿A qué cree que se debe el éxito de su primera novela?
R. Creo que el tema de la violencia contra las mujeres produjo muchos ecos. Lo interesante es que significó algo distinto en cada país donde se presentaba. En Argentina lo enfocaron desde la sexualidad, en Chile desde la violencia. En México les hacía recordar al caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa. En España conectaban el tema con la memoria histórica, en el sentido de desenterrar historias no contadas y hablar de lo traumático. Y en Estados Unidos prestaban más atención a la parte estética, la forma, la mirada. Lo mejor que puede hacer la literatura es escapar de lo que una misma como autora había pensado. Eso es una buena señal.
P. Su último libro es un recopilatorio de notas sobre su experiencia migratoria. Es breve y se queda a las puertas del drama, sin adentrarse en él, ¿por qué?
R. Quería ir en contra del cliché de la literatura de inmigrantes y la idea de que los libros de inmigración tienen que ser hiperdolorosos. En mi libro hay vulnerabilidad, pero no exhibición de la vulnerabilidad. Quería cuidar precisamente ese punto de exhibicionismo que me parece peligroso. Y sobre todo soy consciente de la posición en que vine: yo no llegué en busca del sueño americano, que es el discurso típico. Mi idea era regresar a mi país una vez terminase el doctorado y acabé quedándome 20 años. No quería convertir el libro en un ensayo, ni racionalizar los hechos, ni politizarlos. Quería insistir en la hibridez de esta experiencia. El objetivo al escribir este libro era ahondar en la fragilidad del movimiento y en la dislocación que produce. Al llegar a Estados Unidos me empecé a mover mucho y quería abordar las implicaciones de ese movimiento sin tener que explicar cosas, sugiriéndolas solo.
P. ¿Cómo se sobrepone a la pérdida?
R. La migración es una pérdida porque se perdió una posibilidad de vida, pero cada movimiento tiene que ver con crear una posibilidad nueva y es como intento verlo yo para que esa pérdida no duela tanto. También intento que mis libros salgan primero en Perú, vuelvo a Perú en cada libro que publico.
P. ¿Se plantea volver a vivir en Perú algún día?
R. Por ahora pienso que no. Por ahora está bien la vida bicostas entre Nueva York y Los Ángeles. Me gusta este movimiento. Evito usar la palabra siempre. Trato de enfocarme mucho en el presente.
P. ¿Qué sentimientos predominan cuando regresa de visita?
R. Lo paso mal los primeros días que llego a Perú, porque veo Lima desordenada, caótica… Me incomoda la falta de civilidad, el poco respeto por el otro que se manifiesta, por ejemplo, en el tráfico o la delincuencia. Como si todo el mundo estuviera centrado únicamente en sí mismo y no hubiera una noción de lo común. Fue algo que se agravó mucho en la pandemia. Perú fue el país que más muertos per cápita tuvo. El máximo tiempo que he pasado allí desde que me fui ha sido mes y medio, hace algunos años ya. Recuerdo sentir esa contradicción tremenda. Me costaba seguir allí y me costaba volver. Sentía que me estaba reacomodando de nuevo.
P. Su narrativa tiende a irse hacia los márgenes, en contra del discurso oficial.
R. Sí. Por ejemplo, ahora es frecuente oír hablar del “archivo”. Pero yo lo contemplo como algo que se obtiene desde el privilegio, ¿quién tiene acceso a esos archivos? Lo que me interesa es trabajar las voces que quedaron fuera de lo archivable. O temas como la violencia contra las mujeres, la causa LGTB, el feminismo.
P. ¿Ha sufrido amenazas?
R. Perú es un país muy retrasado en cuanto a derechos de colectivos minoritarios y muy tradicional, donde la Iglesia ejerce mucho poder. Me siento protegida cuando imparto talleres o seminarios LGTB porque los que acuden son queers, pero no aceptaría impartirlos en otros contextos. Por ejemplo, nunca impartiría un taller de ese tipo a gente del colectivo “con mis hijos no te metas”. En una ocasión me llamaron asesina en redes sociales por defender el aborto. Evito situaciones de peligro.
P. ¿Qué autores latinoamericanos cree que no han tenido la difusión mediática o el reconocimiento que merecen?
R. Sin dudar, Jose María Arguedas, César Moros, Jorge Eduardo Eielson.
P. ¿Hay algo que le dé miedo?
R. No poder moverme cuando quiera moverme.
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Casi una década después de su llegada, en 2013, debutó como escritora con la novela La sangre de la aurora, y se alzó con el IV Premio Las Américas de Narrativa, en el que un jurado presidido por Fernando Iwasaki y el poeta Ángel Darío Carrero reconoció la novela como la mejor publicada en Latinoamérica ese año. The New York Times la reseñó describiéndola como una novela valiente, directa y poliédrica, cuya trama “se sumerge sin paracaídas en la sangrienta cámara de la violencia política desatada durante los años de masacres en Perú”. El libro sigue reeditándose y ha sido traducido a cinco idiomas: inglés, árabe, polaco, noruego y portugués. Después publicó un libro de relatos y una novela histórica juvenil.
Salazar, quien vive a caballo entre Nueva York y Los Ángeles, responde a la llamada desde California, donde trabaja como profesora asistente en vías de titularidad en Literatura Latinoamericana y Escritura Creativa en la Universidad Politécnica Estatal de California, Pomona. Acaba de presentar su último libro Migrar y otras artes (Smol Books, 2024), compuesto por retazos donde esboza su experiencia migratoria con conciencia de las consecuencias que causa el desplazamiento, pero evadiendo el regodearse en el drama.
Pregunta. Han pasado 10 años desde que publicara su primera novela. ¿Qué ha cambiado en su persona y en su escritura?
Respuesta. El cambio ha sido la exposición pública, volverme conocida, sobre todo en ciertos lugares como Perú y Nueva York. Es algo que me hace ser más responsable de lo que digo y de a quién se lo digo, especialmente en temas controversiales. Aun así, he intentado mantenerme fiel al sentido de mi escritura; escribir temas que me interesen, no responder a la expectativa de mercado o las tendencias del momento. No pienso en la escritura como algo politizable, sino en conjunción con mi deseo. Mi nuevo libro es una muestra de eso: sigo escribiendo sobre los temas que me interesan en cada momento.
P. ¿A qué cree que se debe el éxito de su primera novela?
R. Creo que el tema de la violencia contra las mujeres produjo muchos ecos. Lo interesante es que significó algo distinto en cada país donde se presentaba. En Argentina lo enfocaron desde la sexualidad, en Chile desde la violencia. En México les hacía recordar al caso de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa. En España conectaban el tema con la memoria histórica, en el sentido de desenterrar historias no contadas y hablar de lo traumático. Y en Estados Unidos prestaban más atención a la parte estética, la forma, la mirada. Lo mejor que puede hacer la literatura es escapar de lo que una misma como autora había pensado. Eso es una buena señal.
P. Su último libro es un recopilatorio de notas sobre su experiencia migratoria. Es breve y se queda a las puertas del drama, sin adentrarse en él, ¿por qué?
R. Quería ir en contra del cliché de la literatura de inmigrantes y la idea de que los libros de inmigración tienen que ser hiperdolorosos. En mi libro hay vulnerabilidad, pero no exhibición de la vulnerabilidad. Quería cuidar precisamente ese punto de exhibicionismo que me parece peligroso. Y sobre todo soy consciente de la posición en que vine: yo no llegué en busca del sueño americano, que es el discurso típico. Mi idea era regresar a mi país una vez terminase el doctorado y acabé quedándome 20 años. No quería convertir el libro en un ensayo, ni racionalizar los hechos, ni politizarlos. Quería insistir en la hibridez de esta experiencia. El objetivo al escribir este libro era ahondar en la fragilidad del movimiento y en la dislocación que produce. Al llegar a Estados Unidos me empecé a mover mucho y quería abordar las implicaciones de ese movimiento sin tener que explicar cosas, sugiriéndolas solo.
P. ¿Cómo se sobrepone a la pérdida?
R. La migración es una pérdida porque se perdió una posibilidad de vida, pero cada movimiento tiene que ver con crear una posibilidad nueva y es como intento verlo yo para que esa pérdida no duela tanto. También intento que mis libros salgan primero en Perú, vuelvo a Perú en cada libro que publico.
P. ¿Se plantea volver a vivir en Perú algún día?
R. Por ahora pienso que no. Por ahora está bien la vida bicostas entre Nueva York y Los Ángeles. Me gusta este movimiento. Evito usar la palabra siempre. Trato de enfocarme mucho en el presente.
P. ¿Qué sentimientos predominan cuando regresa de visita?
R. Lo paso mal los primeros días que llego a Perú, porque veo Lima desordenada, caótica… Me incomoda la falta de civilidad, el poco respeto por el otro que se manifiesta, por ejemplo, en el tráfico o la delincuencia. Como si todo el mundo estuviera centrado únicamente en sí mismo y no hubiera una noción de lo común. Fue algo que se agravó mucho en la pandemia. Perú fue el país que más muertos per cápita tuvo. El máximo tiempo que he pasado allí desde que me fui ha sido mes y medio, hace algunos años ya. Recuerdo sentir esa contradicción tremenda. Me costaba seguir allí y me costaba volver. Sentía que me estaba reacomodando de nuevo.
P. Su narrativa tiende a irse hacia los márgenes, en contra del discurso oficial.
R. Sí. Por ejemplo, ahora es frecuente oír hablar del “archivo”. Pero yo lo contemplo como algo que se obtiene desde el privilegio, ¿quién tiene acceso a esos archivos? Lo que me interesa es trabajar las voces que quedaron fuera de lo archivable. O temas como la violencia contra las mujeres, la causa LGTB, el feminismo.
P. ¿Ha sufrido amenazas?
R. Perú es un país muy retrasado en cuanto a derechos de colectivos minoritarios y muy tradicional, donde la Iglesia ejerce mucho poder. Me siento protegida cuando imparto talleres o seminarios LGTB porque los que acuden son queers, pero no aceptaría impartirlos en otros contextos. Por ejemplo, nunca impartiría un taller de ese tipo a gente del colectivo “con mis hijos no te metas”. En una ocasión me llamaron asesina en redes sociales por defender el aborto. Evito situaciones de peligro.
P. ¿Qué autores latinoamericanos cree que no han tenido la difusión mediática o el reconocimiento que merecen?
R. Sin dudar, Jose María Arguedas, César Moros, Jorge Eduardo Eielson.
P. ¿Hay algo que le dé miedo?
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