Aaron_Swift
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La tan encantadora como talentosa actriz, Clara Lago estrena estas navidades su nueva película, 'Un lío de millones', una descacharrante comedia de enredos navideños en la que encarna a la hija de Antonio Resines. Es la excusa perfecta para hablar con ella de pecados capitales, aunque no nos salga muy pecadora… —Le perdono un pecado. —Aquí hemos venido a aprender, así que podemos hablar de todos.—¿Cual sería su pecado capital?—Probablemente la gula, porque soy muy disfrutona. —¿Lo disculparía también en los demás?—Sí, creo que sí. Pero en general es que yo, más que de juzgar, soy de intentar entender. Me gusta mucho la psicología, así que siempre intento comprender el por qué, el para qué. —Estará de acuerdo, entonces, con aquello de que los pecados mueven el mundo, como grandes pasiones que son. —Pues hay un aspecto que me llama mucho la atención, una rama de la psicología, de las teorías de la personalidad, el eneagrama, en el que en lugar de siete, como los pecados, son nueve los tipos de personalidad. Cada uno de ellos se rige por una gran pasión: la pereza, la ira, la soberbia, la envidia… Cada pasión, entendida como neurosis, determina un tipo de personalidad. Estos temas me interesa abordarlos desde ese punto de aprendizaje y no tanto como de juicio moral. Me interesa más el de dónde viene y dónde va que si está bien o está mal, o si es más o menos perdonable. —¿Y es más fácil mantenerlos a raya desde ese enfoque? Pienso en su caso, dedicándose a esta profesión, en pecados como la soberbia o la envidia. —La verdad es que no tengo comparativa porque vivo solo lo mío. Quiero decir, desde muy pequeña llevo dedicándome a esto y no tengo otra cosa con la que comparar, porque no me he dedicado a otra cosa. Pero sí creo que al final, independientemente de la profesión a la que nos dediquemos, a todos nos pasan un poco las mismas cosas. Es verdad que hay ciertas circunstancias que pueden fomentar más unas que otras. Por ejemplo, esta profesión es cierto, que cosas como la vanidad o las inseguridades, las pueden exacerbar más que otras y eso puede llevar a caer en la soberbia o la envidia, porque estamos más expuestos, porque tenemos que lidiar con la sobreexposición, con las opiniones ajenas… Y, hoy por hoy, con las redes, todo multiplicado. Pero al final todo es relativizar, no hay que tomarse a uno mismo demasiado en serio. A mí lo que me funciona es recordar, pase lo que pase, que no somos tan importantes. —El que no parece que sea su pecado es la ira… —No es una emoción que me salga fácilmente. Yo siempre hablo de ira caliente e ira fría. La caliente sería la explosiva, la de la gente que conecta con su ira y la expresa abiertamente. Yo no. Yo soy de ira fría. No es que no me enfade a veces, es que me cuesta mucho conectar con esa sensación y me cuesta sostenerla. Cuando la veo en otra persona, la llevo mejor que la mía propia. —¿Y con los pecados carnales, qué hacemos? Confiesa que la gula es su pecado capital, pero quedan la lujuria y la pereza. ¿Los sacamos de la lista? Porque, a lo mejor, el pecado sería no cometerlos… —¿Aquí a qué hemos venido? A disfrutar, ¿no? No, en serio, yo creo que, como en todo, lo importante es la conciencia. El problema es cuando se convierte en un comportamiento compulsivo. Todas las grandes pasiones están muy bien cuando sirven de motor, pero no tanto cuando resultan inhabilitantes.
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