Se le llama scholar-fan al académico que estudia un área que es también la de sus preferencias personales. Es el caso de César Albornoz Cuevas (Santiago, 56 años), doctor en Historia por la Universidad Católica de Chile, así como docente e investigador en la misma casa de estudios y reciente autor de Prehistoria del rock chileno, 1945-1967.
Dueño de una estampa rockera que combina cabellos desgreñados y actitud distendida, cuenta que de niño escuchó a Elvis Presley y a los Beatles, y que de joven se acercó a Los Prisioneros, “que son más o menos de mi generación”, pero antes a Deep Purple, Led Zeppelin o Tumulto [banda chilena nacida en los setenta], y que en algún momento vio la posibilidad de transformar algo de todo eso en su objeto de investigación. Pero aclara: “La propuesta que hay detrás de mi trabajo no es solamente hacer una historia del rock chileno, sino analizar la historia de Chile a través del rock. En ese sentido, el rock no es solamente un objeto, sino también una representación simbólica. Y eso me parece bien encachado [atractivo]”.
Pregunta. Fuera de lo estrictamente musical, ¿cómo diría que se asienta en Chile una cultura rockera?
Respuesta. Desde el fin de la Segunda Guerra, hay una serie de condiciones que antes no se dieron, como la irrupción de los jóvenes. Por supuesto, siempre ha habido jóvenes, pero acá hay una generación que se distancia de sus predecesores, a quienes consideran responsables de las guerras mundiales, de la bomba atómica, etc. Desde los 50, por primera vez, hay una generación en Occidente que no quiere ser como sus padres ni sus abuelos: que quiere vivir el presente, porque se puede morir mañana. La música se vincula a esto, pero desde un mundo que no es el nuestro. ¿Y cómo llega acá? La sociedad vive procesos que son musicales, pero también culturales, y eso que uno vio con los Beatles y la beatlemanía, esas groupies gritando, te hace pensar que el rocanrol es un fenómeno de una cultura de masas, por lo cual puedes encontrar algo parecido el año 46 en Santiago de Chile con las chiquillas gritando por [el cantante y actor mexicano] Jorge Negrete.
P. Años después de la frustrada primera visita a Chile de Iron Maiden (en 1992, ante la férrea oposición de la Iglesia Católica), un exministro de Patricio Aylwin hablaba de la “falta de cultura rockera de nuestra clase política”.
R. A través del no-evento de Iron Maiden es posible comprender la realidad de la transición: cómo se proyectan elementos represivos, conservadores, que quizá dan cuenta de la proyección de una élite. Ese no-evento es parte constituyente de una historia, y además representa simbólicamente algo de la estructura del país.
P. La cultura rockera tiene sus imágenes: feria artesanal, vino en caja, Los Jaivas, alguien cantando Wish You Were Here...
B. Todo eso es cultura rockera, y esa cultura rockera tiene que ver con lo andino así como tiene que ver con Wish You Were Here [de Pink Floyd].
P. ¿Qué tan distinto se percibe hoy en Chile el rock de cómo se lo entendía 30 años atrás?
R. Pensando en expresiones indiscutibles de rock en los 90 —llámale Iron Maiden o Los Tres—, ¿es rock solamente eso, de acuerdo con los criterios que estoy sugiriendo y con la perspectiva que nos da el tiempo? Este año, en [la revista] Rockaxis hicieron una encuesta para elegir las mejores canciones del rock chileno, y la octava fue ‘Gracias a la vida’, de Violeta Parra. Gracias a la Vida, ¿cachái? [¿entiendes?] ¿Dónde está el ‘rocanrol’ ahí? Es posible advertir características de la música rock en otras expresiones culturales, musicales, que hoy están vigentes; que tienen algo de rockero, aunque si te oye un metalero te va a matar.
P. En los tiempos de Los Blops, según declaraba Eduardo Gatti a La Tercera hace dos años, “un sello tenía que fijarse en ti y decir ‘a estos gallos los vamos a grabar porque son buenos’”. Pero, agregaba, “eso ya se terminó: hoy, cualquiera graba un disco en su casa. Con un ‘equipito’ relativamente decente, puedes hacer una buena maqueta. Y eso ha hecho que haya mucho amateur en esto”. ¿Cómo ve este escenario?
R. Hoy la tecnología nos obliga a hacer un análisis del rock desde otros lugares. Uno puede tener un equipo sofisticado, sacar una producción, publicarla y a lo mejor tener presencia en la escucha masiva, cosa que antes era imposible, porque no tenías el acceso al sello. Hoy, son otras las condiciones y ameritan otro tipo de reflexión sobre la historia reciente en función de fenómenos que tienen que ver con lo digital, con las formas de escucha privada, con el volumen. El volumen de Black dog [de Led Zeppelin] puesto en un carrete [fiesta] no era el volumen brutal del bajo en una bachata puesto en medio de la calle. Probablemente, siempre se hizo mucha música, pero no tenía esa especie de visibilización sonora que hoy existe. No sé si bueno o malo, pero es claro que son otras las condiciones.
P. En febrero de 1995, los Rolling Stones sumaron 300 mil espectadores en cinco recitales en Buenos Aires. Luego, dieron un solo concierto en Santiago y no consiguieron llenar el Estadio Nacional. Comparativamente, ¿es Chile un país poco rockero?
R. Es solo una hipótesis, pero creo que en Chile, por las circunstancias históricas, políticas, culturales, hubo un movimiento musical avasallador, que fue la Nueva Canción Chilena, entendida como una música popular de raíz folclórica: lo suyo no era la rebeldía, sino la revolución. Y me parece que ese movimiento avasallador ocupó un espacio que en Argentina tuvo más el rock. Eso hizo, a su vez, que el rock chileno a lo mejor no fuera tan ‘rocanrolero’ como el rock nacional argentino, que fuera un rock más lana, si se quiere: con más identidad latinoamericana. El rock chileno por excelencia es el de Los Jaivas, el del primer Congreso, que es tan rock como otros. En Argentina está la cultura ‘rollinga’ [por los Rolling Stones], mientras en Chile probablemente fue más importante la presencia de los Beatles: los grupos que aparecen en Chile desde el 65 son los ‘fab’ algo o los ‘beat’ algo, por los Beatles.
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Dueño de una estampa rockera que combina cabellos desgreñados y actitud distendida, cuenta que de niño escuchó a Elvis Presley y a los Beatles, y que de joven se acercó a Los Prisioneros, “que son más o menos de mi generación”, pero antes a Deep Purple, Led Zeppelin o Tumulto [banda chilena nacida en los setenta], y que en algún momento vio la posibilidad de transformar algo de todo eso en su objeto de investigación. Pero aclara: “La propuesta que hay detrás de mi trabajo no es solamente hacer una historia del rock chileno, sino analizar la historia de Chile a través del rock. En ese sentido, el rock no es solamente un objeto, sino también una representación simbólica. Y eso me parece bien encachado [atractivo]”.
Pregunta. Fuera de lo estrictamente musical, ¿cómo diría que se asienta en Chile una cultura rockera?
Respuesta. Desde el fin de la Segunda Guerra, hay una serie de condiciones que antes no se dieron, como la irrupción de los jóvenes. Por supuesto, siempre ha habido jóvenes, pero acá hay una generación que se distancia de sus predecesores, a quienes consideran responsables de las guerras mundiales, de la bomba atómica, etc. Desde los 50, por primera vez, hay una generación en Occidente que no quiere ser como sus padres ni sus abuelos: que quiere vivir el presente, porque se puede morir mañana. La música se vincula a esto, pero desde un mundo que no es el nuestro. ¿Y cómo llega acá? La sociedad vive procesos que son musicales, pero también culturales, y eso que uno vio con los Beatles y la beatlemanía, esas groupies gritando, te hace pensar que el rocanrol es un fenómeno de una cultura de masas, por lo cual puedes encontrar algo parecido el año 46 en Santiago de Chile con las chiquillas gritando por [el cantante y actor mexicano] Jorge Negrete.
P. Años después de la frustrada primera visita a Chile de Iron Maiden (en 1992, ante la férrea oposición de la Iglesia Católica), un exministro de Patricio Aylwin hablaba de la “falta de cultura rockera de nuestra clase política”.
R. A través del no-evento de Iron Maiden es posible comprender la realidad de la transición: cómo se proyectan elementos represivos, conservadores, que quizá dan cuenta de la proyección de una élite. Ese no-evento es parte constituyente de una historia, y además representa simbólicamente algo de la estructura del país.
P. La cultura rockera tiene sus imágenes: feria artesanal, vino en caja, Los Jaivas, alguien cantando Wish You Were Here...
B. Todo eso es cultura rockera, y esa cultura rockera tiene que ver con lo andino así como tiene que ver con Wish You Were Here [de Pink Floyd].
P. ¿Qué tan distinto se percibe hoy en Chile el rock de cómo se lo entendía 30 años atrás?
R. Pensando en expresiones indiscutibles de rock en los 90 —llámale Iron Maiden o Los Tres—, ¿es rock solamente eso, de acuerdo con los criterios que estoy sugiriendo y con la perspectiva que nos da el tiempo? Este año, en [la revista] Rockaxis hicieron una encuesta para elegir las mejores canciones del rock chileno, y la octava fue ‘Gracias a la vida’, de Violeta Parra. Gracias a la Vida, ¿cachái? [¿entiendes?] ¿Dónde está el ‘rocanrol’ ahí? Es posible advertir características de la música rock en otras expresiones culturales, musicales, que hoy están vigentes; que tienen algo de rockero, aunque si te oye un metalero te va a matar.
P. En los tiempos de Los Blops, según declaraba Eduardo Gatti a La Tercera hace dos años, “un sello tenía que fijarse en ti y decir ‘a estos gallos los vamos a grabar porque son buenos’”. Pero, agregaba, “eso ya se terminó: hoy, cualquiera graba un disco en su casa. Con un ‘equipito’ relativamente decente, puedes hacer una buena maqueta. Y eso ha hecho que haya mucho amateur en esto”. ¿Cómo ve este escenario?
R. Hoy la tecnología nos obliga a hacer un análisis del rock desde otros lugares. Uno puede tener un equipo sofisticado, sacar una producción, publicarla y a lo mejor tener presencia en la escucha masiva, cosa que antes era imposible, porque no tenías el acceso al sello. Hoy, son otras las condiciones y ameritan otro tipo de reflexión sobre la historia reciente en función de fenómenos que tienen que ver con lo digital, con las formas de escucha privada, con el volumen. El volumen de Black dog [de Led Zeppelin] puesto en un carrete [fiesta] no era el volumen brutal del bajo en una bachata puesto en medio de la calle. Probablemente, siempre se hizo mucha música, pero no tenía esa especie de visibilización sonora que hoy existe. No sé si bueno o malo, pero es claro que son otras las condiciones.
P. En febrero de 1995, los Rolling Stones sumaron 300 mil espectadores en cinco recitales en Buenos Aires. Luego, dieron un solo concierto en Santiago y no consiguieron llenar el Estadio Nacional. Comparativamente, ¿es Chile un país poco rockero?
R. Es solo una hipótesis, pero creo que en Chile, por las circunstancias históricas, políticas, culturales, hubo un movimiento musical avasallador, que fue la Nueva Canción Chilena, entendida como una música popular de raíz folclórica: lo suyo no era la rebeldía, sino la revolución. Y me parece que ese movimiento avasallador ocupó un espacio que en Argentina tuvo más el rock. Eso hizo, a su vez, que el rock chileno a lo mejor no fuera tan ‘rocanrolero’ como el rock nacional argentino, que fuera un rock más lana, si se quiere: con más identidad latinoamericana. El rock chileno por excelencia es el de Los Jaivas, el del primer Congreso, que es tan rock como otros. En Argentina está la cultura ‘rollinga’ [por los Rolling Stones], mientras en Chile probablemente fue más importante la presencia de los Beatles: los grupos que aparecen en Chile desde el 65 son los ‘fab’ algo o los ‘beat’ algo, por los Beatles.
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César Albornoz, historiador: “La cultura rockera chilena tiene que ver con lo andino así como con ‘Wish You Were Here”
Al académico de la Universidad Católica, reciente autor de ‘Prehistoria del rock chileno, 1945-1967′, le interesa estudiar este género, pero también “analizar la historia de Chile a través del rock”
elpais.com