Bartholome_Bartell
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Todo el mundo tiene un precio. Para buena parte de los mortales, equivale al salario religiosamente percibido cada fin de mes. Para otros, esos a quienes se ha convenido en llamar los marginados, apenas llega a un puñado de pesos mexicanos, menos de 15 dólares —13 euros— al cambio. O aún más por lo bajo: un chute de heroína con el que poder plantarle cara unas cuantas horas más al mono. Por ese dinero, por esa mercancía, se vendieron al artista Santiago Sierra (Madrid, 58 años) algunos de los centenares de modelos anónimos que posan para las fotografías que componen su muestra 1.502 personas cara a la pared, inaugurada la semana pasada y abierta en el CA2M de Móstoles hasta el 2 de febrero de 2025.
A falta de declaraciones del propio artista, habitualmente esquivo con la prensa, se trata, como explica el comisario de la exposición, Alexis Callado, de una antológica que en realidad no es tal. Al menos no exactamente: “Santiago Sierra posee una obra extensísima, que daría como para hacer seis retrospectivas, así que lo hemos querido hacer es sacar un hilo común, porque es increíble su capacidad de trabajo”, afirma de un creador que ha producido obra en 73 países y ha expuesto en centros de arte de todo el mundo, especialmente de México, Alemania e Italia, pero que sin embargo encabeza por primera vez una exposición institucional en Madrid. “Nadie es profeta en su tierra”, suspira el comisario sobre la ciudad que vio nacer a Sierra, el lugar en el que empezó su carrera y donde ha vivido algunas de sus más sonadas controversias, que le han cubierto de un aura de enfant terrible en el mundillo del arte: desde la orden de la dirección de la feria Arco de 2018 de retirar del estand de la galería Helga de Alvear su serie de fotografías sobre políticos catalanes titulada Presos políticos —un suceso que tanto el propio Sierra como muchas otras voces no dudaron en calificar de acto de censura— hasta el muy comentado ninot del rey Felipe VI que realizó junto a Eugenio Merino (también expuesto en Arco, esta vez en 2020), el cual los artistas acabaron quemando al no encontrarle comprador. Su reputación de artista polémico le precede y, cree Callado, “a veces le estigmatiza y hace que se le vea de una manera muy superficial, porque Arco es una feria de arte con muchos focos mediáticos y todo se diluye como un gran show, sin revisar su trabajo y la profundidad de su visión artística”.
Protagonizadas por indigentes, mujeres maltratadas, adictos, veteranos de guerra, inmigrantes… las imágenes de Sierra representan a sus personajes de espaldas: gentes sin rostro, cuerpos sin identidad. Otro número más a engrosar las listas de damnificados del sistema. Todos los modelos accedieron a retratarse así, sin dar la cara, a cambio de una módica cantidad. “El artista lo llama performances delegadas”, explica el comisario. “Porque son performances hechas por personas cualquiera, anónimas, a las que él paga y pone en situación”. A lo ancho y lo largo del patio que atraviesa las tres plantas del museo mostoleño se despliegan centenares de retratos que se corresponden con distintas series realizadas desde 2005 en países como México, Chile, India y Rumania. De todas las personas que accedieron a posar para Sierra, solo una insistió en hacerlo de frente, un hombre mexicano. El resto, acataron las reglas del juego sin poner pegas. ¿Acaso no lo hacemos todos constantemente?
Junto a esos retratos, se despliegan por la primera y la tercera planta del CA2M otros trabajos históricos de Sierra que complementan y expanden los significados de la pieza central. Son imágenes minimalistas y conceptuales, que encapsulan ingentes volúmenes de crítica y denuncia, también ironía y humor, en el mínimo gesto. “Es un trabajo que alude a ese concepto del maximalismo minimalista: ¿cuánto se puede obtener con muy poco?”, resume el comisario. Una de las obras remite a la Bienal de Venecia de 2003, en la que Sierra participó como representante español. Su propuesta, una llamada de atención sobre la aleatoriedad de los controles fronterizos, consistía en que solo aquellos con documentación nacional podían acceder al pabellón de España. Una vez dentro, los elegidos se encontraban con una figura de espaldas, coronada con unas orejas de burro, como si estuviera castigada en un rincón. Dos autorretratos del artista, también de espaldas, vuelven a esa idea de escarmiento: uno está colocado cabeza abajo y el otro, tomado durante la pandemia, retrotrae al encierro forzoso al que todos nos vimos sometidos.
De espaldas, siempre presentes, pero también ocultos. U ocultados. Así se muestran los adictos que aceptaron tatuarse una línea negra en la espalda a cambio de una dosis de heroína, y los anarquistas que aceptaron atender una Misa del Gallo por cien dólares. También los veteranos de las guerras de Irak, Afganistán, Irlanda del Norte o Ucrania que posaron para el artista; así como el exsoldado español que luchó en Kosovo, hoy Guardia Civil, que participó en la performance realizada durante la inauguración de la muestra, celebrada en conjunto con la de la exposición paralela de la venezolana Sol Calero (que permanecerá abierta en el CA2M hasta el 5 de enero de 2025): un mundo sensorial aparentemente opuesto —exotizante, barroco, colorido, naíf, que contrasta radicalmente con la sobriedad minimal en blanco y negro de Sierra— que no obstante devuelve a una preocupación teórica compartida por ambos artistas: la inmigración. En todas las piezas del madrileño se revela una evidente crítica social, también al individuo. Por detrás, menos a la vista, se esconde un comentario sobre el propio sistema del arte que sirve, a su vez, para potenciar el altavoz de la denuncia. “La indigencia, la drogadicción o la guerra, todas las cuestiones que Sierra enseña, seguirían existiendo aunque él no las mostrara”, expone Callado. “Por eso hay por detrás un tema de culpa, la culpabilidad por tener un privilegio, y eso es algo que la institución arte también debería cuestionar, porque cuando tú pones cualquier cosa en el espacio artístico, esta se potencia: adquiere una nueva dimensión”.
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A falta de declaraciones del propio artista, habitualmente esquivo con la prensa, se trata, como explica el comisario de la exposición, Alexis Callado, de una antológica que en realidad no es tal. Al menos no exactamente: “Santiago Sierra posee una obra extensísima, que daría como para hacer seis retrospectivas, así que lo hemos querido hacer es sacar un hilo común, porque es increíble su capacidad de trabajo”, afirma de un creador que ha producido obra en 73 países y ha expuesto en centros de arte de todo el mundo, especialmente de México, Alemania e Italia, pero que sin embargo encabeza por primera vez una exposición institucional en Madrid. “Nadie es profeta en su tierra”, suspira el comisario sobre la ciudad que vio nacer a Sierra, el lugar en el que empezó su carrera y donde ha vivido algunas de sus más sonadas controversias, que le han cubierto de un aura de enfant terrible en el mundillo del arte: desde la orden de la dirección de la feria Arco de 2018 de retirar del estand de la galería Helga de Alvear su serie de fotografías sobre políticos catalanes titulada Presos políticos —un suceso que tanto el propio Sierra como muchas otras voces no dudaron en calificar de acto de censura— hasta el muy comentado ninot del rey Felipe VI que realizó junto a Eugenio Merino (también expuesto en Arco, esta vez en 2020), el cual los artistas acabaron quemando al no encontrarle comprador. Su reputación de artista polémico le precede y, cree Callado, “a veces le estigmatiza y hace que se le vea de una manera muy superficial, porque Arco es una feria de arte con muchos focos mediáticos y todo se diluye como un gran show, sin revisar su trabajo y la profundidad de su visión artística”.
Protagonizadas por indigentes, mujeres maltratadas, adictos, veteranos de guerra, inmigrantes… las imágenes de Sierra representan a sus personajes de espaldas: gentes sin rostro, cuerpos sin identidad. Otro número más a engrosar las listas de damnificados del sistema. Todos los modelos accedieron a retratarse así, sin dar la cara, a cambio de una módica cantidad. “El artista lo llama performances delegadas”, explica el comisario. “Porque son performances hechas por personas cualquiera, anónimas, a las que él paga y pone en situación”. A lo ancho y lo largo del patio que atraviesa las tres plantas del museo mostoleño se despliegan centenares de retratos que se corresponden con distintas series realizadas desde 2005 en países como México, Chile, India y Rumania. De todas las personas que accedieron a posar para Sierra, solo una insistió en hacerlo de frente, un hombre mexicano. El resto, acataron las reglas del juego sin poner pegas. ¿Acaso no lo hacemos todos constantemente?
Junto a esos retratos, se despliegan por la primera y la tercera planta del CA2M otros trabajos históricos de Sierra que complementan y expanden los significados de la pieza central. Son imágenes minimalistas y conceptuales, que encapsulan ingentes volúmenes de crítica y denuncia, también ironía y humor, en el mínimo gesto. “Es un trabajo que alude a ese concepto del maximalismo minimalista: ¿cuánto se puede obtener con muy poco?”, resume el comisario. Una de las obras remite a la Bienal de Venecia de 2003, en la que Sierra participó como representante español. Su propuesta, una llamada de atención sobre la aleatoriedad de los controles fronterizos, consistía en que solo aquellos con documentación nacional podían acceder al pabellón de España. Una vez dentro, los elegidos se encontraban con una figura de espaldas, coronada con unas orejas de burro, como si estuviera castigada en un rincón. Dos autorretratos del artista, también de espaldas, vuelven a esa idea de escarmiento: uno está colocado cabeza abajo y el otro, tomado durante la pandemia, retrotrae al encierro forzoso al que todos nos vimos sometidos.
De espaldas, siempre presentes, pero también ocultos. U ocultados. Así se muestran los adictos que aceptaron tatuarse una línea negra en la espalda a cambio de una dosis de heroína, y los anarquistas que aceptaron atender una Misa del Gallo por cien dólares. También los veteranos de las guerras de Irak, Afganistán, Irlanda del Norte o Ucrania que posaron para el artista; así como el exsoldado español que luchó en Kosovo, hoy Guardia Civil, que participó en la performance realizada durante la inauguración de la muestra, celebrada en conjunto con la de la exposición paralela de la venezolana Sol Calero (que permanecerá abierta en el CA2M hasta el 5 de enero de 2025): un mundo sensorial aparentemente opuesto —exotizante, barroco, colorido, naíf, que contrasta radicalmente con la sobriedad minimal en blanco y negro de Sierra— que no obstante devuelve a una preocupación teórica compartida por ambos artistas: la inmigración. En todas las piezas del madrileño se revela una evidente crítica social, también al individuo. Por detrás, menos a la vista, se esconde un comentario sobre el propio sistema del arte que sirve, a su vez, para potenciar el altavoz de la denuncia. “La indigencia, la drogadicción o la guerra, todas las cuestiones que Sierra enseña, seguirían existiendo aunque él no las mostrara”, expone Callado. “Por eso hay por detrás un tema de culpa, la culpabilidad por tener un privilegio, y eso es algo que la institución arte también debería cuestionar, porque cuando tú pones cualquier cosa en el espacio artístico, esta se potencia: adquiere una nueva dimensión”.
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Castigo, culpa y redención: Santiago Sierra pone la marginalidad de cara a la pared
El CA2M de Móstoles presenta una muestra del artista que reúne distintas series de retratos de espaldas de personajes anónimos, desde indigentes a mujeres maltratadas, que exploran la denuncia social y una crítica al sistema del arte
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