dooley.ubaldo
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Un domingo cualquiera, abres el ojo a las ocho de la mañana con la molicie de quien tiene todo el día para una misma por delante, y un mensaje de las cuatro de la madrugada en tu móvil te desbarata los planes y te pone en tu sitio. Ha muerto alguien que no te toca muy de cerca, pero sí lo suficiente para saber que, si no vas a abrazar a los deudos, aunque estén a tres horas de distancia, te pesará la conciencia más que si te quitas de en medio con una excusa barata. Si fuera lunes, incluso domingo por la tarde, ni te plantearías ir y nadie, ni tú misma, te afearía la ausencia. Pero es domingo de buena mañana, libras, puedes ir y venir en el día, y tus difuntos padres te enseñaron con el ejemplo que, pudiendo ir, a los duelos se va se quiera o no se quiera, por respeto al muerto y a uno mismo. Así que saltas de la cama, hablas con tu hermano, sabiendo que siente exactamente lo mismo, y, juntos, emprendéis un viaje de trámite que acaba siendo, casi, un viajazo a tus esencias.
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Carretera y cháchara
A veces, los mejores viajes, los del alma, se emprenden a la fuerza y tienen por destino un velorio de pueblo a 300 kilómetros de tu egoísmo
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