Brendan_Barrows
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A los atenienses originales, hace 25 siglos, les debemos el concepto de democracia , un concepto que no coincidía exactamente con la realidad, ya que las mujeres y los esclavos estaban excluidos de las deliberaciones y de cualquier participación en las asambleas del pueblo. Pero los principios quedaron establecidos y desde entonces se han convertido en la referencia de lo que universalmente se considera el mejor sistema posible. Imperfecto, por supuesto, pero la perfección no es de este mundo, y desde luego no del mundo político. También debemos a los antiguos griegos una nomenclatura eterna para todos los regímenes posibles. En cualquier idioma, democracia, autocracia, plutocracia, oligarquía y el menos conocido de todos estos regímenes, 'caquistocracia', tienen raíces griegas. Seguro que el término les resulta extraño; también lo era para mí hasta hace poco, cuando lo descubrí en una columna del economista estadounidense Paul Krugman en 'The New York Times'. Krugman profetizaba que habíamos entrado en una nueva era política, la 'caquistocracia'. La palabra, traducida del griego, significa el poder de los peores. ¿Hemos entrado en una era en la que la democracia decepciona, la autocracia asusta y la plutocracia resulta inaceptable? ¿Ha llegado el turno de los mediocres, especialmente en nuestras sociedades liberales? Un diagnóstico pesimista y provocador, como lo es su autor, pero no estoy seguro de que se equivoque. Cuando observamos quién gobierna en las sociedades democráticas y en las no democráticas, no podemos sino horrorizarnos ante la ausencia de hombres o mujeres de Estado con ideas claras, una estrategia sencilla y, además, legitimados por el sufragio universal. Parece haber un gran desorden en la forma de seleccionar a los dirigentes de las sociedades liberales e iliberales. Y también un gran desorden en las cualidades que se esperan de estos líderes. Ahora el método de selección se basa menos en programas claros u orientaciones ideológicas comprensibles que en las cualidades telegénicas de los candidatos. Antes, en nuestras democracias, se llegaba al poder por dos razones principales. O bien los acontecimientos históricos otorgaban a uno una fuerte legitimidad al final de un conflicto social o internacional, o bien se pertenecía a una escuela de pensamiento dentro de la cual se progresaba de nivel en nivel, de lo local a lo nacional. En nuestras democracias clásicas también era habitual que los dirigentes políticos supieran hacer otra cosa aparte de la política; tenían un oficio, experiencia y, al final de su trayectoria pública, podían volver a él. Esto ya no es así. La mayoría de los gobernantes actuales eran muy jóvenes cuando se embarcaron en esta carrera, que se ha convertido en una profesión como cualquier otra; a menudo no tienen ningún conocimiento ni experiencia de la sociedad real. Dicen representar al pueblo, pero no pertenecen al pueblo. Los partidos políticos, que solían desempeñar un papel educativo e ideológico central en las democracias liberales, ahora son meros establos que reparten chaquetillas entre sus mejores jinetes. Estos jinetes son seleccionados menos por su experiencia que por su dominio de las redes sociales o sus payasadas. Donald Trump es claramente la ilustración más espectacular de la caquistocracia moderna. Desde luego, no es el más mediocre en el mundo inmobiliario o en la comercialización de su propia imagen, pero probablemente sea el peor en lo que se refiere a ignorancia del mundo, de la economía real y de la sociedad real. Su trayectoria profesional es cualquier cosa menos política, a menos que se considere que la política hoy en día significa dominar las redes sociales, la provocación constante y una absoluta falta de respeto por los adversarios. Un recorrido por las democracias liberales del mundo permite deducir que el trumpismo no es un fenómeno aislado. Viene a la mente el presidente argentino, cuyas propuestas económicas no son necesariamente malas, pero la forma en que las inflige a su pueblo oscila entre el delirio y la violencia. La violencia es una de las características de la 'caquistocracia' que comparten Trump y Javier Milei. De momento, esta violencia sigue siendo verbal, pero si se suprimen todas las inhibiciones, la violencia verbal desembocará rápidamente en una guerra civil, como estuvo a punto de ocurrir en Estados Unidos hace cuatro años. Y al igual que podría suceder en la Argentina de Milei. Otra característica esencial de estos dos ejemplos de 'caquistocracia' es que no se comportan como presidentes, sino como líderes de multitudes. En principio, una vez elegido, un presidente se convierte en el presidente de toda la nación y no solo en el líder de sus facciones más leales y agresivas. La idea de que un presidente debe presidir sobre todos es claramente ajena a Trump, a Milei y a sus admiradores. Si adoptamos estos criterios, podríamos clasificar como caquistocracias los regímenes del húngaro Viktor Orbán y de la mayoría de los políticos populistas de Europa del Este. En las democracias supuestamente más avanzadas, somos muy reacios a calificar a Francia, Gran Bretaña y Alemania como caquistocracias. Sus líderes han sido elegidos, lo que les confiere una legitimidad incuestionable. Pero unos y otros –Emmanuel Macron, Keir Stammer, Olaf Scholtz– demuestran tal mediocridad en el ejercicio de sus funciones que constituye una verdadera innovación política en sus respectivos países. El caso de Italia sigue abierto, pero podemos esperar que Georgia Meloni se una a las filas de la 'caquistocracia'. En cuanto a España, dejaré que sean los españoles quienes juzguen, pero no se puede decir que el actual jefe de Gobierno haya sido seleccionado entre los mejores. Yo no diría que está entre los peores, pero eso no me corresponde a mí juzgarlo.Si pasamos de la democracia liberal a los regímenes autocráticos, está claro que los que mandan son los peores; más que malos, son destructivos, como demuestran Vladimir Putin y Xi Jinping . Putin está destruyendo Rusia, Xi Jinping está alejando a China de su civilización, antaño pacifista. El primer ministro indio, Narendra Modi, va desgraciadamente por el mismo camino. Detendremos aquí esta vuelta al mundo que no agota el tema. Como, personalmente, he decidido adoptar una postura optimista, no concluiré afirmando que la caquistocracia es el futuro del mundo; no es más que una instantánea del estado actual de nuestras sociedades. Por el contrario, apostaría a que, cuando se enfrenten a riesgos reales, ya sea una crisis económica, la amenaza china, la locura estadounidense, el terrorismo islámico o la locura de Putin, nuestras sociedades abandonarán espontáneamente a los más mediocres y se volverán, si no hacia los mejores, al menos hacia los menos malos. La democracia, a diferencia de la 'caquistocracia', es la soberanía del menos malo.
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