uswaniawski
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Todavía hoy, algún tipo de danza escénica, puede substraerse (o defenderse) de otras dominantes y ser poética, sustancialmente poesía, en el sentido estético que decía Paul Valéry en su ensayo sobre este tema, un texto que, con todo y lo que se admira, ha sido manoseado en exceso. Como sabemos, la danza y el ballet no han tenido el aparato rector de una estética ordenada y escrita en consecuencia (no tenemos en el arte de Terpsícore un Rameau). Valéry defiende no sólo la altura de la danza como un arte magnífico, sino que clama porque sea tomado en serio en sus bases morales y teóricas. Viendo el espectáculo del ballet sueco puede pensarse cuanto y mucho necesita hoy la danza de lo que Valéry quería asistirla ayer. Se trata de un mañana, de preparar no sólo el cuerpo con una calistenia determinada, sino el espíritu con que se recibe, y probablemente se acepta, una obra de arte bailada.
La compañía de Göteborg ha cambiado muchísimo, es otra en toda regla. Y sigue habiendo una seriedad, una calidad y pulimento tanto en la presentación de las coreografías como en el exigido nivel a los intérpretes, que deben navegar por estilos muy diferenciados de movimiento y de dinámica, desde lo individual a lo grupal. Hay algo de laboratorio, de taller alquímico en estas agrupaciones ligadas históricamente a casas de ópera que, al galope, quieren escalar al futuro que está enfrente, pero siempre lejos (Petrarca lo entrevió al imaginarse subiendo al Mont Ventuoux: donde no se llega más que un segundo tarde, pues la ley del tiempo es siempre preparación, como en la danza).
Los dos coreógrafos escogidos para este programa no son tan diferentes entre sí como se los quiere hacer ver. Cada uno en su decurso propio y particular, accionan de dentro afuera, provocan una ignición del acento respirado, en lo expresivo, para entregar un material coreográfico intenso y en el fondo, casi romántico. No se trata de un vuelo lírico convencional, sino de romanticismo tal como se filtra hoy a través de materiales insensibles a la emoción, como el titanio y el silicio (antes fueron el acero y el aluminio) pero sin los cuales no podemos vivir.
Yoann Bourgeois (Jura, Francia, 1981) es un chico inquieto que viene del circo y en el circo está, tocando sus propuestas con un cierto “desajuste lírico” en palabras de un crítico galo que retratan bastante bien su poética, siempre asistida por un cierto desparpajo y desinhibición, un rechazo no explicitado al pasado, del que, en el fondo y en la forma, estructuralmente vivimos todos. Bourgeois, hoy todavía arrastrado por la turbulenta cola del cometa de acusaciones de plagio que empezó en 2021 y hasta hoy, sigue evidenciando que quizás el mundo del espectáculo de danza necesita de su propio #MeToo, pues como expresó en su día Libération “las fronteras entre homenaje, cita y plagio son de las más tenues que existen”.
La obra vista en Pozuelo se parece a muchas cosas a la vez en el dibujo y en la dinámica, vive y progresa de su efectismo coral, lo que no es malo, pero no es el todo. En la mayoría del tiempo estamos arrastrados por la potente música de Félix Lajkó (Backa Topola, Serbia, 1974) con su violín de genes serbios y húngaros, siempre tensos y vibrantes (son legendarias sus presentaciones con Min Tanaka y sus sesiones de danza butoh); es esa cuerda lamentosa y extrema la que da el tono a We Loved Each Other So Much, ejecutada sobre un suelo especial neumático, diseñado especialmente tras las experiencias de las plataformas de gimnasia artística de suelo y de otras superficies usadas en acrobacia. Ya Bourgeois ha usado estos muelles para otras obras, y tienen su impacto, limitado, pero impacto al fin.
Crystal Pite (Terrace, Canadá, 1970) ofrece en este programa Solo Echo, una obra que ha ido y venido de Europa a América más de una vez. Se creó en La Haya con el Nederlands Dans en 2012, se repuso por primera vez en Chicago con la Hubberd Street Dance en 2015, y otra vez en Europa, esta vez en Venecia en 2021 con los jóvenes del College de la Biennale. Solo Echo se inspira en un poema de Mark Strand (1934 -2014), un enorme poeta que en el poema Lines for Winter nos entrega un verso que dibuja la obra coreográfica: “El gris cae del aire”.
En Solo Echo una nieve leve y silenciosa acompaña a los siete bailarines en esa especie de Winterreise particular donde no es Schubert, sino Brahms quien cumple la función de catalizador. Todavía hay otro verso de Strand, en otro poema que, como Valéry, sintetiza y encierra el canon medular mismo de la danza: “¿Por qué amo lo que huye?”. Esta línea puede ser el argumento de la coreografía de Pite, sensible al encuentro y al desapego, a la vibración corpórea del choque de los cuerpos y a su lamento abastecido por un tracto melódico evocador. Una belleza de obra de danza que gana con el tiempo y que los artistas de la compañía sueca liberan de formalidad en su atmósfera nocturnal.
Seguramente tendremos más preguntas identitarias para Bourgeois que para Pite. Es lógico. La coreografía es un arte acumulativo de madurez que va destilando, a través del oficio, la inspiración y el descarte tanto por acierto como por error. Como en todas las artes, hay casos de prodigios tempranos, pero son escasos, muchas veces engañosos y eso se ve en las obras, en el producto. El público llenó el Mira y aplaudió calurosamente a la cosmopolita y virtuosa plantilla.
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La compañía de Göteborg ha cambiado muchísimo, es otra en toda regla. Y sigue habiendo una seriedad, una calidad y pulimento tanto en la presentación de las coreografías como en el exigido nivel a los intérpretes, que deben navegar por estilos muy diferenciados de movimiento y de dinámica, desde lo individual a lo grupal. Hay algo de laboratorio, de taller alquímico en estas agrupaciones ligadas históricamente a casas de ópera que, al galope, quieren escalar al futuro que está enfrente, pero siempre lejos (Petrarca lo entrevió al imaginarse subiendo al Mont Ventuoux: donde no se llega más que un segundo tarde, pues la ley del tiempo es siempre preparación, como en la danza).
Los dos coreógrafos escogidos para este programa no son tan diferentes entre sí como se los quiere hacer ver. Cada uno en su decurso propio y particular, accionan de dentro afuera, provocan una ignición del acento respirado, en lo expresivo, para entregar un material coreográfico intenso y en el fondo, casi romántico. No se trata de un vuelo lírico convencional, sino de romanticismo tal como se filtra hoy a través de materiales insensibles a la emoción, como el titanio y el silicio (antes fueron el acero y el aluminio) pero sin los cuales no podemos vivir.
Yoann Bourgeois (Jura, Francia, 1981) es un chico inquieto que viene del circo y en el circo está, tocando sus propuestas con un cierto “desajuste lírico” en palabras de un crítico galo que retratan bastante bien su poética, siempre asistida por un cierto desparpajo y desinhibición, un rechazo no explicitado al pasado, del que, en el fondo y en la forma, estructuralmente vivimos todos. Bourgeois, hoy todavía arrastrado por la turbulenta cola del cometa de acusaciones de plagio que empezó en 2021 y hasta hoy, sigue evidenciando que quizás el mundo del espectáculo de danza necesita de su propio #MeToo, pues como expresó en su día Libération “las fronteras entre homenaje, cita y plagio son de las más tenues que existen”.
La obra vista en Pozuelo se parece a muchas cosas a la vez en el dibujo y en la dinámica, vive y progresa de su efectismo coral, lo que no es malo, pero no es el todo. En la mayoría del tiempo estamos arrastrados por la potente música de Félix Lajkó (Backa Topola, Serbia, 1974) con su violín de genes serbios y húngaros, siempre tensos y vibrantes (son legendarias sus presentaciones con Min Tanaka y sus sesiones de danza butoh); es esa cuerda lamentosa y extrema la que da el tono a We Loved Each Other So Much, ejecutada sobre un suelo especial neumático, diseñado especialmente tras las experiencias de las plataformas de gimnasia artística de suelo y de otras superficies usadas en acrobacia. Ya Bourgeois ha usado estos muelles para otras obras, y tienen su impacto, limitado, pero impacto al fin.
Crystal Pite (Terrace, Canadá, 1970) ofrece en este programa Solo Echo, una obra que ha ido y venido de Europa a América más de una vez. Se creó en La Haya con el Nederlands Dans en 2012, se repuso por primera vez en Chicago con la Hubberd Street Dance en 2015, y otra vez en Europa, esta vez en Venecia en 2021 con los jóvenes del College de la Biennale. Solo Echo se inspira en un poema de Mark Strand (1934 -2014), un enorme poeta que en el poema Lines for Winter nos entrega un verso que dibuja la obra coreográfica: “El gris cae del aire”.
En Solo Echo una nieve leve y silenciosa acompaña a los siete bailarines en esa especie de Winterreise particular donde no es Schubert, sino Brahms quien cumple la función de catalizador. Todavía hay otro verso de Strand, en otro poema que, como Valéry, sintetiza y encierra el canon medular mismo de la danza: “¿Por qué amo lo que huye?”. Esta línea puede ser el argumento de la coreografía de Pite, sensible al encuentro y al desapego, a la vibración corpórea del choque de los cuerpos y a su lamento abastecido por un tracto melódico evocador. Una belleza de obra de danza que gana con el tiempo y que los artistas de la compañía sueca liberan de formalidad en su atmósfera nocturnal.
Seguramente tendremos más preguntas identitarias para Bourgeois que para Pite. Es lógico. La coreografía es un arte acumulativo de madurez que va destilando, a través del oficio, la inspiración y el descarte tanto por acierto como por error. Como en todas las artes, hay casos de prodigios tempranos, pero son escasos, muchas veces engañosos y eso se ve en las obras, en el producto. El público llenó el Mira y aplaudió calurosamente a la cosmopolita y virtuosa plantilla.
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