‘Buena suerte, Leo Grande’: el valiente desnudo integral de Emma Thompson

Madalyn_Gibson

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Emma Thompson es una actriz de cualidades algo irritantes. A veces por su inclinación al histrionismo, otras por su técnica tan perfecta y el resto por su manera de dar siempre la nota en defensa de las causas más nobles y previsibles: del greenwashing (o ecoblanqueamiento) al zapato deportivo en los actos oficiales. El pasado mes de febrero, en el marco del festival de Berlín, se hizo viral el vídeo en el que la actriz británica hablaba de cómo a las mujeres nos han educado para odiar nuestro cuerpo. “Es un hecho”, dijo, “todo lo que nos rodea solo nos recuerda lo imperfectas que somos”.

Thompson se refería a su personaje en Buena suerte, Leo Grande y a lo que considera el mayor reto de su carrera: desnudarse a sus 63 años superando su terror al espejo. Un reto que después de ver este filme interpretado junto al actor de 29 años Daryl McCormack solo se puede tachar de admirable y valiente. Y no porque salga desnuda (aunque nunca es fácil desnudarse ante una cámara, tampoco para una actriz joven y lozana) sino por cómo lo hace. Thompson no se desnuda sin más, sino que compone en cuatro actos un personaje que concentra con humor y finura todos los miedos de una mujer a su propia carne y a su imagen. Un papel cuyos riesgos, que no son pocos, se van resolviendo con habilidad y credibilidad pese a la artificiosa propuesta: una viuda, profesora jubilada de Religión en un instituto, contrata a un trabajador sexual joven para hacer con él lo que nunca hizo con su marido. Reforzando la teatralidad de la puesta en escena, los cuatro actos ocurren entre las paredes de un hotel impersonal, feo, alejado de cualquier adorno superfluo que distraiga de lo que aquí importa: dos cuerpos enfrentados a las dudas del deseo y a la inevitable comicidad del sexo.

La película arranca con todos los clichés atribuidos a tantas mujeres crecidas en los años cincuenta y sesenta: orgasmos fingidos, sexo para bostezar, hijos parásitos y un marido que se fue a la tumba sin enterarse de nada. La enorme represión sexual de toda una generación se confronta aquí con el discurso de un hombre joven que, pese a la seguridad que tiene en su físico, también tendrá que aprender a desnudarse.

Buena suerte, Leo Grande no elude el debate sobre la prostitución, aunque el espinoso asunto se toca más bien de pasada. El resto discurre como un partido de tenis de gestos y diálogos que si llega a buen puerto es gracias a una escalada en la que los dos intérpretes saben estar a la misma altura: él, con su forzada y remilgada galantería; ella, con el patetismo de sus nervios a flor de piel. Aunque el punto de inflexión llega en el segundo acto, a partir del baile que desatasca la rigidez de los cuerpos. A partir de ahí, los personajes empiezan a fluir en un crescendo para el que Thompson se reserva las líneas finales en su mudo y emocionante desnudo integral.

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