Borja Jiménez, herido grave y dos orejas en San Fermín

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27 Sep 2024
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La cogida forma parte del toreo, pero es un grave contratiempo que rompe los sueños del torero y deja el cuerpo contrariado al que la presencia. Es inevitable no sentirse solidario con la víctima de esa voltereta en la que un ser humano queda a merced de los pitones astifinos de un toro.

Esta tarde, Borja Jiménez ha sufrido una muy seria cogida al entrar a matar al sexto toro. Había pinchado en su primer intento, y a sabiendas de lo mucho que se jugaba, si tiró a renglón seguido encima del toro y al tiempo que enterraba el estoque salió empitonado en la cara superior e interior del muslo derecho. Cuando se puso en pie era evidente que iba herido de verdad. Intentó mantenerse en el ruedo para saborear el triunfo, pero a la vista de la sangre que manaba por la pierna y cómo se le cambiaba el semblante al torero, sus compañeros lo trasladaron con urgencia a la enfermería. Y hasta allí le llevó su cuadrilla las dos orejas ganadas después de que sus hombres de plata dieran la vuelta al ruedo con los trofeos.

¿Era de dos orejas la faena de Borja Jiménez? La pregunta tiene miga. Antes de entrar a matar, no lo era, a pesar de que su labor estuvo salpicada de momentos brillantes, no redondeada quizá por el escaso fondo del noble toro. Había comenzado la faena de muleta de rodillas en el centro del ruedo y trazó hasta seis derechazos largos que consiguieron despertar el interés del público. Ya enhiesto, se acopló a la bondad del toro y hubo dos tandas, una por cada lado, templada y ligada con la mano derecha la primera, y limpios y hondos los naturales. Y ahí acabó la faena porque el toro se desfondó. Pero Jiménez, bien aleccionado, pasó de artista a bullanguero, volvió a poner las rodillas en tierra, y de tal modo, y ante el regocijo de las peñas, alardeó de desplantes varios y teatralidad valerosa y hueca que tanto emocionan en esta plaza. Y, después, pinchó. No obstante, su gesto de torero pundonoroso de echarse encima del morrillo toro para asegurar los trofeos le hace merecedor de los dos pañuelos que mostró el presidente.

El resto de la corrida tuvo poca historia. Es verdad que los toros de La Palmosilla no ofrecieron las oportunidades deseadas, pero la terna se empeñó, como la práctica totalidad de los toreros actuales, en dar pases, muchos pases, anodinos, insulsos, aburridos, y olvidar el concepto inequívoco de la lidia.

Urdiales, por ejemplo, se encontró en primer lugar con el único toro encastado del encierro, exigente, por tanto, dificultoso, también, y al fino torero riojano le costó un mundo acoplarse con la vibrante y temperamental embestida. Y no se acopló. Hubo muletazos sueltos de bella factura, pero no la respuesta poderosa y artista que el toro merecía. El cuarto era muy deslucido y no pasó nada.

Fernando Adrián recibió a su primero con cuatro faroles de rodillas en el tercio y un par de airosos delantales como prueba de las ganas con las que llegaba a Pamplona. Muleta en mano transmitió seguridad, confianza y entrega, y sin probatura alguna se pudo a dar pases vacíos a un toro descastado y soso que merecía otro trato. Veroniqueó con buen gusto al quinto, y muleteó sin mando ni orden, pases y más pases, sin decir nada ante otro oponente de soso comportamiento. Sin explicación científica alguna le concedieron una oreja.

Borja Jiménez se plantó de rodillas (en Pamplona ponerse en tan incómoda posición se valora mucho) en los medios para recibir con una larga cambiada a su primero, y en el inicio de la faena de muleta se sentó en el estribo para pasar por alto a otro animal desbordante de sosería al que, al igual que su compañero, le recetó abundancia de pases tediosos. Vaya en su descargo que en los toros de Adrián dibujó dos quites, por garbosas chicuelinas el primero, y ceñidos delantales el otro, de meritoria elegancia.

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