thompson.koby
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Me pregunto si Begoña Gómez se cree sus propias palabras y piensa que su fulgurante despegue profesional y académico se ha debido a «una carrera labrada con mucho esfuerzo, como hacemos cada día millones de mujeres en nuestro país», según declaró en la comisión de investigación creada en la Asamblea de Madrid con el propósito de esclarecer su relación con la Complutense. Si realmente se tiene en tan alta estima, debería hacérselo mirar por un experto en delirios de grandeza. Si, como parece, se ha limitado a recitar un argumentario elaborado por su abogado, la Fiscalía o los asesores de la Moncloa, tanto monta monta tanto, en un intento de eludir las responsabilidades penales que pudieran derivarse de su conducta en los últimos años, cabe reprochar a los autores del guion el ejercicio de cinismo contenido es ese papel. Un alarde de desvergüenza que insulta nuestra inteligencia, en particular la de las mujeres, y ofende gravemente a las que de verdad estudian, trabajan, luchan, compiten a menudo en condiciones de inferioridad, concilian a duras penas y llegan hasta donde pueden sin el enchufe decisivo de un marido poderoso. Escalar peldaños en la universidad pública y obtener financiación de grandes empresas dependientes de decisiones gubernamentales, apelando a la condición de «señora de», no solo constituye un posible delito, sino que está en las antípodas del feminismo que invocan a toda hora las portavoces del sanchismo … o no. Ahí tenemos a Irene Montero, que pasó de cajera a ministra y ahora eurodiputada a raíz de su emparejamiento con Pablo Iglesias. ¿Iba a a ser menos que ella la esposa del mismísimo '1', Pedro Sánchez?La actuación de Begoña en la citada comisión nos mostró la diferencia entre los dichos y los hechos, la propaganda y la realidad. Frente a la compareciente, que llegó en coche oficial, escoltada por una legión de abnegados socialistas dispuestos a rendirle pleitesía, vimos a Mercedes Zarzalejo, doctora en Derecho y diputada del PP . Una profesional hecha a sí misma que se había preparado a conciencia la intervención. «¿Cómo consiguió ser la directora de una cátedra sin titulación ni méritos para ello?», preguntó con exquisita educación. «¿Cómo logró dirigir unos másteres de los que ni tan siquiera podría haber sido alumna? ¿Cómo consiguió financiar una cátedra de nueva creación con unos fondos muy superiores a los del resto de las cátedras extraordinarias de la Complutense?». Le respondió el silencio elocuente de la interrogada, quien renunció a defenderse, igual que ante el juez Peinado. ¿Qué iba a decir? ¿Que los fondos se los conseguía Cristina Álvarez, alto cargo del Gobierno en Presidencia, después de que todo un rector se hubiese puesto a sus pies para satisfacer sus demandas? No habría quedado bien. Mejor hacerse la víctima y recurrir al comodín del bulo, con cara de cemento armado.
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