hbednar
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La ilustradora que ha ganado este año el Premio Nacional de Cómic fue una niña cuidadora. De la mano de su madre enferma, la pequeña Bea Lema (A Coruña, 39 años) visitó a meigas y curanderas; procesionó entre endemoniados y ataúdes abiertos; y buscó al diablo por los rincones de su casa del barrio de Monte Alto, en A Coruña. La mujer que la trajo al mundo sufría un mal para el que nadie le encontraba cura. Decía sentir al demonio meterse en su cama, tocarla. De los médicos no recibía más que pastillas y de su entorno, murmullos de lástima y vergüenza.
Su hija, la única que se esforzó en comprender sus delirios y alucinaciones, ha exorcizado aquel sufrimiento con una novela gráfica, El Cuerpo de Cristo (Astiberri). Sus páginas son un alegato en favor de la empatía hacia quienes padecen patologías mentales graves y una denuncia de las carencias que aún arrastra la atención psiquiátrica en España.
A Bea Lema le llevó tiempo ver el mundo a través de los ojos de su madre. La mujer creció en los años cuarenta, en una aislada aldea donde la religión lo impregnaba todo y las meigas y los aires (posesiones) eran parte del imaginario colectivo. El psiquiatra estaba al alcance de muy pocos y procesiones y romerías funcionaban como una catarsis tribal. Aquellos ritos liberaban de la opresión diaria a los señalados como locos. “Era la cita del año en la que podían salir de casa y expresarse libremente”, explica la autora sentada en la mesa de dibujo de su estudio en A Coruña, un trastero reformado del mismo edificio que acogió la historia relatada en el libro. En estas creencias y en muchos charlatanes halló la madre de Lema el desahogo y la comprensión que le negó la ciencia.
El médico disponía a lo sumo de 15 minutos para atenderla. Cuando su madre intentaba expresar en la consulta lo que sentía y veía, su testimonio era ignorado o despreciado, recuerda Lema. “La psiquiatría necesita más medios para que los profesionales tengan tiempo para escuchar, para tener un diálogo de tú a tú con el paciente. Ni siquiera los profesionales que tienen esa sensibilidad pueden hacerlo, porque el sistema no lo contempla”, explica. También ve importante la educación a las familias para que aprendan a acompañar al enfermo. “Cuando alguien tiene un relato tan incoherente, lo más común es negárselo e intentar que cambie de opinión. Pero eso no es posible. Lo que hay que hacer es admitir que no puedes sentir lo que esa persona está viviendo y preguntarle qué necesita, decirle que estás con ella y tranquilizarla”.
El Cuerpo de Cristo es una historia de amor entre madre e hija y un canto a la dualidad de la vida, una de las lecciones que aprendió Lema: “Todas las situaciones, incluso las más dolorosas, tienen una parte amable. En la mía, el amor entre madre e hija. Ellas tienen una relación de una intimidad y comprensión muy profundas que no se habría dado si no estuviera la enfermedad de por medio. Sin caer en la visión naíf de estar agradecida por vivir algo así, creo que hay que tener la capacidad de ver el dolor y también lo positivo”.
Lema lamenta que el sistema médico no escarbe en las causas de la enfermedad mental. Los delirios de estos pacientes, advierte, pueden esconder un lenguaje simbólico, el exorcismo de alguna mala vivencia. “Ese demonio que persigue a mi madre quizás existió en su vida, quizás antes se sintió acosada. Es algo por lo que nadie le preguntaba”, remarca. “¿Por qué tantas mujeres llegan a loquear? Quizás porque hay una violencia que llevamos encima de muchas maneras”.
El jurado que ha concedido el Premio Nacional de Cómic a esta autora gallega destaca de su obra la “exploración del lenguaje” y los “recursos estéticos alternativos” que utiliza. El más sorprendente, el bordado. Su madre fue miembro de ese ejército de costureras de A Coruña sobre cuyas espaldas se levantó el imperio Inditex. Nunca quiso enseñar el oficio a su hija porque decía que “estaba muy mal pagado, que era muy esclavo”. Pero crecer a los pies de la máquina de coser, rodeada de retales, hizo inevitable que Lema lo aprendiera. Con El Cuerpo de Cristo ha querido darle la vuelta: “Por estar vinculado a las mujeres, el bordado y la costura se han quedado dentro de los hogares y, como mucho, han estado categorizados como artesanía. Sin embargo, debería ser considerado un medio artístico como la pintura o la escultura”.
La dibujante conoce a solo tres autores que introdujeron antes que ella el bordado en el cómic (las belgas Aurélie William y Thisou Dartois y el británico Gareth Brookes). La idea le vino tras conocer la hazaña de las arpilleras chilenas. Durante la dictadura de Pinochet, con la prensa silenciada, estas mujeres se juntaban para bordar ilustraciones de tela en las que denunciaban los secuestros y asesinatos de los golpistas. Esos cuadros textiles burlaron la censura, salieron del país y difundieron en el exterior lo que estaba sufriendo Chile. “Me pareció maravilloso que un oficio que nadie consideraba subversivo lo estuviese siendo. Quise tomar ese testigo y coger la costura para contar mi historia”, señala Lema.
En una firma de libros, una emocionada lectora le contó que su abuela compartía con su hermana un código secreto oculto en los bordados que ambas confeccionaban e intercambiaban. Su tía abuela era maltratada por su marido y, a través de las figuras que hilvanaba y del color de los hilos, le confiaba su estado de ánimo y las situaciones que sufría.
La de Lema por el cómic es una vocación tardía. Dibujaba desde pequeña, pero en su casa no estaba bien visto. ¿Acaso podía alguien en este mundo ganarse el pan con el arte? Estudió el Grado de Diseño Industrial en Ferrol y trabajó unos años en Sargadelos. Hace una década atravesó una crisis vital y empezó a relacionarse en A Coruña con el mundillo del cómic y el sector de la autoedición, que permite publicar sin editores de por medio. “Vi ahí mucha libertad, que se podían hacer cosas sin tener que dibujar canónicamente”, explica. Eso y la “necesidad” de “hacer memoria y comprender” lo que le pasó, la llevaron a la ilustración ,y ahora le da de comer: “Hasta ese momento no era ni lectora”.
El Cuerpo de Cristo empezó a gestarse en gallego. O Corpo de Cristo se publicó en 2018, una versión corta de esta historia autobiográfica, en trazo negro y sin costura. La obra que ha ganado el Premio Nacional se completó en la capital mundial del cómic. Lema consiguió una plaza como residente en la Casa de los Autores de Angulema, en Francia. Pasó allí seis meses de 2022. Fue la primera vez que se separó de su madre, a quien se encargaba de cuidar en solitario desde niña. El rol se lo adjudicaron su padre y su hermano por ser la única mujer de la casa.
De la encrucijada de los cuidados se habla en el libro. Ahora Lema está inmersa en adaptar su novela a cortometraje de animación. Todo lo vivido le ha hecho entender que la ciencia aún no consigue saciar las necesidades espirituales del ser humano que antiguamente aliviaban la religión y las supersticiones: “La vida sigue teniendo una parte misteriosa, hay muchísimas preguntas sin respuesta”. En su caso, el vacío lo llenan el arte y la creación, “ese silencio, ese proceso intuitivo, escuchar esa voz interior”.
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Su hija, la única que se esforzó en comprender sus delirios y alucinaciones, ha exorcizado aquel sufrimiento con una novela gráfica, El Cuerpo de Cristo (Astiberri). Sus páginas son un alegato en favor de la empatía hacia quienes padecen patologías mentales graves y una denuncia de las carencias que aún arrastra la atención psiquiátrica en España.
A Bea Lema le llevó tiempo ver el mundo a través de los ojos de su madre. La mujer creció en los años cuarenta, en una aislada aldea donde la religión lo impregnaba todo y las meigas y los aires (posesiones) eran parte del imaginario colectivo. El psiquiatra estaba al alcance de muy pocos y procesiones y romerías funcionaban como una catarsis tribal. Aquellos ritos liberaban de la opresión diaria a los señalados como locos. “Era la cita del año en la que podían salir de casa y expresarse libremente”, explica la autora sentada en la mesa de dibujo de su estudio en A Coruña, un trastero reformado del mismo edificio que acogió la historia relatada en el libro. En estas creencias y en muchos charlatanes halló la madre de Lema el desahogo y la comprensión que le negó la ciencia.
El médico disponía a lo sumo de 15 minutos para atenderla. Cuando su madre intentaba expresar en la consulta lo que sentía y veía, su testimonio era ignorado o despreciado, recuerda Lema. “La psiquiatría necesita más medios para que los profesionales tengan tiempo para escuchar, para tener un diálogo de tú a tú con el paciente. Ni siquiera los profesionales que tienen esa sensibilidad pueden hacerlo, porque el sistema no lo contempla”, explica. También ve importante la educación a las familias para que aprendan a acompañar al enfermo. “Cuando alguien tiene un relato tan incoherente, lo más común es negárselo e intentar que cambie de opinión. Pero eso no es posible. Lo que hay que hacer es admitir que no puedes sentir lo que esa persona está viviendo y preguntarle qué necesita, decirle que estás con ella y tranquilizarla”.
El amor entre madre e hija
El Cuerpo de Cristo es una historia de amor entre madre e hija y un canto a la dualidad de la vida, una de las lecciones que aprendió Lema: “Todas las situaciones, incluso las más dolorosas, tienen una parte amable. En la mía, el amor entre madre e hija. Ellas tienen una relación de una intimidad y comprensión muy profundas que no se habría dado si no estuviera la enfermedad de por medio. Sin caer en la visión naíf de estar agradecida por vivir algo así, creo que hay que tener la capacidad de ver el dolor y también lo positivo”.
Lema lamenta que el sistema médico no escarbe en las causas de la enfermedad mental. Los delirios de estos pacientes, advierte, pueden esconder un lenguaje simbólico, el exorcismo de alguna mala vivencia. “Ese demonio que persigue a mi madre quizás existió en su vida, quizás antes se sintió acosada. Es algo por lo que nadie le preguntaba”, remarca. “¿Por qué tantas mujeres llegan a loquear? Quizás porque hay una violencia que llevamos encima de muchas maneras”.
El jurado que ha concedido el Premio Nacional de Cómic a esta autora gallega destaca de su obra la “exploración del lenguaje” y los “recursos estéticos alternativos” que utiliza. El más sorprendente, el bordado. Su madre fue miembro de ese ejército de costureras de A Coruña sobre cuyas espaldas se levantó el imperio Inditex. Nunca quiso enseñar el oficio a su hija porque decía que “estaba muy mal pagado, que era muy esclavo”. Pero crecer a los pies de la máquina de coser, rodeada de retales, hizo inevitable que Lema lo aprendiera. Con El Cuerpo de Cristo ha querido darle la vuelta: “Por estar vinculado a las mujeres, el bordado y la costura se han quedado dentro de los hogares y, como mucho, han estado categorizados como artesanía. Sin embargo, debería ser considerado un medio artístico como la pintura o la escultura”.
Costura subversiva contra la tiranía
La dibujante conoce a solo tres autores que introdujeron antes que ella el bordado en el cómic (las belgas Aurélie William y Thisou Dartois y el británico Gareth Brookes). La idea le vino tras conocer la hazaña de las arpilleras chilenas. Durante la dictadura de Pinochet, con la prensa silenciada, estas mujeres se juntaban para bordar ilustraciones de tela en las que denunciaban los secuestros y asesinatos de los golpistas. Esos cuadros textiles burlaron la censura, salieron del país y difundieron en el exterior lo que estaba sufriendo Chile. “Me pareció maravilloso que un oficio que nadie consideraba subversivo lo estuviese siendo. Quise tomar ese testigo y coger la costura para contar mi historia”, señala Lema.
En una firma de libros, una emocionada lectora le contó que su abuela compartía con su hermana un código secreto oculto en los bordados que ambas confeccionaban e intercambiaban. Su tía abuela era maltratada por su marido y, a través de las figuras que hilvanaba y del color de los hilos, le confiaba su estado de ánimo y las situaciones que sufría.
La de Lema por el cómic es una vocación tardía. Dibujaba desde pequeña, pero en su casa no estaba bien visto. ¿Acaso podía alguien en este mundo ganarse el pan con el arte? Estudió el Grado de Diseño Industrial en Ferrol y trabajó unos años en Sargadelos. Hace una década atravesó una crisis vital y empezó a relacionarse en A Coruña con el mundillo del cómic y el sector de la autoedición, que permite publicar sin editores de por medio. “Vi ahí mucha libertad, que se podían hacer cosas sin tener que dibujar canónicamente”, explica. Eso y la “necesidad” de “hacer memoria y comprender” lo que le pasó, la llevaron a la ilustración ,y ahora le da de comer: “Hasta ese momento no era ni lectora”.
El Cuerpo de Cristo empezó a gestarse en gallego. O Corpo de Cristo se publicó en 2018, una versión corta de esta historia autobiográfica, en trazo negro y sin costura. La obra que ha ganado el Premio Nacional se completó en la capital mundial del cómic. Lema consiguió una plaza como residente en la Casa de los Autores de Angulema, en Francia. Pasó allí seis meses de 2022. Fue la primera vez que se separó de su madre, a quien se encargaba de cuidar en solitario desde niña. El rol se lo adjudicaron su padre y su hermano por ser la única mujer de la casa.
De la encrucijada de los cuidados se habla en el libro. Ahora Lema está inmersa en adaptar su novela a cortometraje de animación. Todo lo vivido le ha hecho entender que la ciencia aún no consigue saciar las necesidades espirituales del ser humano que antiguamente aliviaban la religión y las supersticiones: “La vida sigue teniendo una parte misteriosa, hay muchísimas preguntas sin respuesta”. En su caso, el vacío lo llenan el arte y la creación, “ese silencio, ese proceso intuitivo, escuchar esa voz interior”.
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