Lionel_Bahringer
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Allá por los ochenta, en una reunión de sabios comiqueros se afirmó que el cómic había nacido en Estados Unidos, exactamente el 25 de octubre de 1896 con el primer bocadillo aparecido en la serie Hogan’s Alley, más conocida como Yellow Kid. Aunque como afirmación resulta exagerada e inexacta, habida cuenta de los muchos ejemplos que se pueden rastrear en siglos anteriores en Europa, lo cierto es que el noveno arte se consolidó como medio de masas durante el siglo XX en ese país, y que la tira de Outcault es un extraordinario ejemplo de cómo la historieta plasmaba como ningún otro medio la realidad de la sociedad americana de la calle, haciéndose tan popular que originaría el término de “prensa amarilla” y una de las primeras guerras de prensa entre los magnates Pulitzer y Hearst.
El cómic en los periódicos se convirtió en reflejo de lo cotidiano y, también, de la política vista desde el hogar, con series como Gasoline Alley que siguen publicándose desde 1916 mientras sus personajes crecían, tenían hijos y morían. Las viñetas fueron escenario de una crítica política mordaz e inteligente desde la aparente inocencia de los animalitos de Pogo, de Walt Kelly, o desde la ingenua ignorancia de los hillbillies de las montañas de Li’l Abner (que ahora está recuperando la editorial Diábolo en España), usada como escalpelo por Al Capp para la crítica más acerada. Pero, sin duda, el cómic americano se hace sinónimo del género de superhéroes, exportado a todo al mundo y hoy reconvertido en medio audiovisual.
Los tebeos de DC y Marvel invadieron el mundo con una particular visión de la realidad americana, que a partir de los años setenta se convirtió no solo en reflejo fiel de su sociedad, sino en crítica de ella. Personajes como El Capitán América, incomprendidos muchas veces desde la intelectualidad europea, han sido ejemplos de esa línea, como cuando en pleno Watergate la Saga del Imperio Secreto (publicada en España por la editorial Panini) atacaba con dureza la implicación del Gobierno en la corrupción. Englehart, Friedrich, Buscema y Robbins usaron al personaje como un emblema no de la bandera y la patria, sino de los valores democráticos sobre los que se sustentaba el país. Una línea que se ha mantenido, con la aparición de presidentes en las páginas de los cómics-books e incluso la crítica abierta a Donald Trump en series como Savage Dragon, de Erik Larsen.
La novela gráfica puede ser una excelente forma de entender la América de hoy que se enfrenta al duelo Harris-Trump y, pese a que desde Europa sea complejo entender los matices que caracterizan los Estados del “cinturón del óxido”, obras como Raíces de ginseng, de Craig Thompson (publicado en España por Astiberri), permiten entender mucho mejor el contexto.
El autor de Blankets vuelve a su propia biografía, pero deja de mirar su interior para entender cómo el contexto donde creció forjó su personalidad. Una amplia perspectiva que habla de la sorprendente especialización en el cultivo de ginseng de su tierra, que permitió entablar unas inéditas y exitosas relaciones comerciales con Asia para una pequeña zona de Wisconsin. A medio camino entre el ensayo y la catarsis personal, con un rendido homenaje a los cómics que leyó de niño, Thompson desgrana la realidad de una sociedad aislada fuertemente condicionada por la religiosidad, que explica muchas realidades que se antojan incomprensibles a la mirada europea. Con un extraordinario dominio de la narrativa gráfica, que usa tanto con habilidad didáctica como empática, Thompson va diseccionando una sociedad rural y cerrada que ha luchado continuamente contra la adversidad, escéptica ante la política que no sea cercana, pero fácil de manipular desde el populismo. Las casi 500 páginas de la novela gráfica son un eficaz medio para revelar que las dinámicas Harris-Trump van mucho más allá de los apellidos, de los eslóganes o de un debate, que nace de un pasado, de un bagaje histórico que resulta difícil de valorar desde nuestra perspectiva y que no tiene tanto que ver con los partidos como con las tradiciones y una forma de entender la familia y la sociedad que está ligada a la tierra y la economía.
El noveno arte americano siempre ha sido un testimonio de su realidad sociopolítica y, hoy, es una forma de entenderla e interpretarla con obras como esta.
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El cómic en los periódicos se convirtió en reflejo de lo cotidiano y, también, de la política vista desde el hogar, con series como Gasoline Alley que siguen publicándose desde 1916 mientras sus personajes crecían, tenían hijos y morían. Las viñetas fueron escenario de una crítica política mordaz e inteligente desde la aparente inocencia de los animalitos de Pogo, de Walt Kelly, o desde la ingenua ignorancia de los hillbillies de las montañas de Li’l Abner (que ahora está recuperando la editorial Diábolo en España), usada como escalpelo por Al Capp para la crítica más acerada. Pero, sin duda, el cómic americano se hace sinónimo del género de superhéroes, exportado a todo al mundo y hoy reconvertido en medio audiovisual.
Los tebeos de DC y Marvel invadieron el mundo con una particular visión de la realidad americana, que a partir de los años setenta se convirtió no solo en reflejo fiel de su sociedad, sino en crítica de ella. Personajes como El Capitán América, incomprendidos muchas veces desde la intelectualidad europea, han sido ejemplos de esa línea, como cuando en pleno Watergate la Saga del Imperio Secreto (publicada en España por la editorial Panini) atacaba con dureza la implicación del Gobierno en la corrupción. Englehart, Friedrich, Buscema y Robbins usaron al personaje como un emblema no de la bandera y la patria, sino de los valores democráticos sobre los que se sustentaba el país. Una línea que se ha mantenido, con la aparición de presidentes en las páginas de los cómics-books e incluso la crítica abierta a Donald Trump en series como Savage Dragon, de Erik Larsen.
La novela gráfica puede ser una excelente forma de entender la América de hoy que se enfrenta al duelo Harris-Trump y, pese a que desde Europa sea complejo entender los matices que caracterizan los Estados del “cinturón del óxido”, obras como Raíces de ginseng, de Craig Thompson (publicado en España por Astiberri), permiten entender mucho mejor el contexto.
A medio camino entre el ensayo y la catarsis personal, Craig Thompson desgrana la realidad de una sociedad aislada fuertemente condicionada por la religiosidad
El autor de Blankets vuelve a su propia biografía, pero deja de mirar su interior para entender cómo el contexto donde creció forjó su personalidad. Una amplia perspectiva que habla de la sorprendente especialización en el cultivo de ginseng de su tierra, que permitió entablar unas inéditas y exitosas relaciones comerciales con Asia para una pequeña zona de Wisconsin. A medio camino entre el ensayo y la catarsis personal, con un rendido homenaje a los cómics que leyó de niño, Thompson desgrana la realidad de una sociedad aislada fuertemente condicionada por la religiosidad, que explica muchas realidades que se antojan incomprensibles a la mirada europea. Con un extraordinario dominio de la narrativa gráfica, que usa tanto con habilidad didáctica como empática, Thompson va diseccionando una sociedad rural y cerrada que ha luchado continuamente contra la adversidad, escéptica ante la política que no sea cercana, pero fácil de manipular desde el populismo. Las casi 500 páginas de la novela gráfica son un eficaz medio para revelar que las dinámicas Harris-Trump van mucho más allá de los apellidos, de los eslóganes o de un debate, que nace de un pasado, de un bagaje histórico que resulta difícil de valorar desde nuestra perspectiva y que no tiene tanto que ver con los partidos como con las tradiciones y una forma de entender la familia y la sociedad que está ligada a la tierra y la economía.
El noveno arte americano siempre ha sido un testimonio de su realidad sociopolítica y, hoy, es una forma de entenderla e interpretarla con obras como esta.
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La novela gráfica para entender la América de hoy: barras, estrellas y viñetas
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