Donald_Mitchell
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Es curiosa la manera que tienen de envejecer las cosas. Ni más ni menos que como uno mismo. Era bastante joven cuando fui al cine a ver Eduardo Manostijeras. La película de Burton me conmovió aquella primera vez. Aún quedaba mucho tiempo para que Depp se convirtiera en el sinvergüenza Jack Sparrow, y aún más para que conociéramos sus turbulentos episodios de alcoba con su exmujer. De manera que lo más impactante de la película era la ternura del personaje, y en el plano puramente estético, claro, el retorcido diseño goticista 'marca de la casa' de Burton, en contraste con los tonos chicle del colorido suburbio norteamericano asociado a la falsa felicidad de la perfecta american way of life.Zapeando el otro día, a media tarde, volví a encontrarme con la película. Hacía años que no la veía, así que la dejé. Había olvidado que toda la historia es un recuerdo que una abuela le cuenta a su hija, para explicar por qué afuera está nevando. La abuela es una envejecida Winona Ryder, que rememora su inolvidable historia de amor con esa suerte de tierno Frankenstein que representa el personaje de Depp. Lo que no había olvidado, porque es uno de los momentos más conmovedores del filme, y diría de toda la filmografía de Burton, es cuando Winona, entonces joven, se balancea bajo la noche invernal en el patio de su casa mientras Eduardo Manostijeras esculpe la figura de un ángel gigante de hielo. Son las esquirlas de ese hielo lo que hace que nieve en ese barrio. Y lo que sigue haciéndolo todavía cada invierno. Ya que Eduardo Manostijeras, allá arriba, en su destartalada mansión, mezcla de castillo de Drácula y casa de Norman Bates, sigue esculpiendo bloques de hielo que escancian sus astillas por toda la ciudad.Volví a emocionarme con esa bendita escena, pero esta vez me conmoví aún más con una frase que en su día me había resultado indiferente. Al final de la película, la abuela, al rememorar aquel amor, le confiesa a la nieta que a veces aún baila bajo la nieve.Hace siglos que no nieva por estos lares. Pero la imagen de hacerse viejos bailando bajo la nieve me resulta poderosísima. En apenas unos días, diremos adiós a un viejo año que particularmente, para quien firma, ha sido para descambiarlo. Pero haber llegado a 2025 y poder cruzar el Rubicón del primer cuarto del siglo XXI, qué quieren que les diga, me parece ya toda una gesta. Intentaré hacerlo bailando bajo la nieve, como la vieja Winona recordando a su Frankenstein, para sentir que, a pesar de las arrugas, de las canas, de los achaques y de las dolorosas ausencias, sigo vivo, y que hay alguien por ahí que continúa regalándonos la oportunidad de bailar.
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