annabelle00
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Se acumulan últimamente las cartas de amor al cine, síntoma preocupante de que este puede estar malito y que necesita que sus miembros más distinguidos recuerden sus esencias, su invencible naturaleza, el eterno milagro que ha regalado a la gente desde hace casi 128 años. Damien Chazelle le ofrece su tributo en Babylon, pretendiendo crear un opulento y vertiginoso espectáculo, retrocediendo a los años veinte del siglo pasado, cuando este era mudo y esplendoroso, abarrotado de intérpretes legendarios que solo podían expresarse con su rostro y con su cuerpo en salas de todos los lugares del mundo permanentemente abarrotadas de un público con inagotable capacidad de asombro, que reía, se angustiaba y se conmovía con lo que le ocurría a los seres que habitaban en las pantallas.
El malévolo y sarcástico Kenneth Anger, cotilla de lujo, tan inteligente como mordaz, narró en sus dos entregas del libro Hollywood Babilonia que todo fue desmadre, alcohol y drogas en infinita lujuria en la existencia real de los vendedores de sueños, en aquellos estudios que hacían tantas películas con pretensiones y mensajes morales. Damien Chazelle dedica tres horas a recrear aquel mundo vertiginoso y orgiástico en el que participaba toda la farándula que había inventado el cine. Y viendo el colocón absoluto en el que flotaba esa gente noche tras noche y día tras día, me pregunto por su estado físico y mental cuando tenían que trabajar. O, a lo mejor, en aquellos tiempos no existía la resaca. O rodaban siempre ciegos de sustancias químicas sin que eso afectara a lo que estaban creando. El largo comienzo de Babylon tiende a deslumbrar al espectador mediante imágenes explosivas y música torrencial. Ocurría lo mismo en el arranque de La La Land, con gente en el atasco matinal para entrar en Los Ángeles, que abandonaban sus coches y se ponían a cantar y a bailar. A Chazelle le va la marcha cantarina y bailarina como máxima expresión de los sentimientos. Esa brillantez inicial se iba difuminando. A Babylon le ocurre lo mismo. Al cabo de un tiempo la música, independientemente de su calidad, me empieza a atronar. Y el pasote de los personajes se me hace muy largo.
¿Y qué más nos cuenta Chazelle de esta tribu? Pues que algunos poseían auténtica magia al colocarse delante de la cámara. Se centra en un ídolo del cine mudo, mezcla de John Gilbert y de Douglas Fairbanks, un tipo encantador que naufraga dolorosamente cuando comienza la palabra hablada, que se queda sin presente ni futuro, destinado a lo más sombrío. Y de una chica deslenguada, vitalista, luminosa, sexy, con un punto desafiante y salvaje, que enamora a los espectadores y se convierte en estrella. Su porvenir también es corto. Todo resulta excesivo en la descripción de situaciones y personajes. La primera parte posee imán en algunos momentos. Pero el desenlace se alarga. Sobran algunas sorpresas y el afán del director por remover todo el rato al público. Mucho ruido y pocas nueces.
Supongo que Babylon será bendecida con unos cuantos premios Oscar. A Hollywood siempre le ha gustado mirarse el ombligo. A veces se ha logrado con esta temática realizar obras maestras. No incluyo ni de lejos en esa categoría a esta película con tantas y elevadas pretensiones. Brad Pitt permanece muy guapo, posee talento y su trabajo nunca naufraga, pero tengo la sensación de que podría dar más, que no encuentra personajes memorables. Y Margot Robbie siempre se quiere comer el mundo y es posible que lo consiga. Es versátil, tiene personalidad, se siente a gusto en la piel de personajes volcánicos.
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El malévolo y sarcástico Kenneth Anger, cotilla de lujo, tan inteligente como mordaz, narró en sus dos entregas del libro Hollywood Babilonia que todo fue desmadre, alcohol y drogas en infinita lujuria en la existencia real de los vendedores de sueños, en aquellos estudios que hacían tantas películas con pretensiones y mensajes morales. Damien Chazelle dedica tres horas a recrear aquel mundo vertiginoso y orgiástico en el que participaba toda la farándula que había inventado el cine. Y viendo el colocón absoluto en el que flotaba esa gente noche tras noche y día tras día, me pregunto por su estado físico y mental cuando tenían que trabajar. O, a lo mejor, en aquellos tiempos no existía la resaca. O rodaban siempre ciegos de sustancias químicas sin que eso afectara a lo que estaban creando. El largo comienzo de Babylon tiende a deslumbrar al espectador mediante imágenes explosivas y música torrencial. Ocurría lo mismo en el arranque de La La Land, con gente en el atasco matinal para entrar en Los Ángeles, que abandonaban sus coches y se ponían a cantar y a bailar. A Chazelle le va la marcha cantarina y bailarina como máxima expresión de los sentimientos. Esa brillantez inicial se iba difuminando. A Babylon le ocurre lo mismo. Al cabo de un tiempo la música, independientemente de su calidad, me empieza a atronar. Y el pasote de los personajes se me hace muy largo.
¿Y qué más nos cuenta Chazelle de esta tribu? Pues que algunos poseían auténtica magia al colocarse delante de la cámara. Se centra en un ídolo del cine mudo, mezcla de John Gilbert y de Douglas Fairbanks, un tipo encantador que naufraga dolorosamente cuando comienza la palabra hablada, que se queda sin presente ni futuro, destinado a lo más sombrío. Y de una chica deslenguada, vitalista, luminosa, sexy, con un punto desafiante y salvaje, que enamora a los espectadores y se convierte en estrella. Su porvenir también es corto. Todo resulta excesivo en la descripción de situaciones y personajes. La primera parte posee imán en algunos momentos. Pero el desenlace se alarga. Sobran algunas sorpresas y el afán del director por remover todo el rato al público. Mucho ruido y pocas nueces.
Supongo que Babylon será bendecida con unos cuantos premios Oscar. A Hollywood siempre le ha gustado mirarse el ombligo. A veces se ha logrado con esta temática realizar obras maestras. No incluyo ni de lejos en esa categoría a esta película con tantas y elevadas pretensiones. Brad Pitt permanece muy guapo, posee talento y su trabajo nunca naufraga, pero tengo la sensación de que podría dar más, que no encuentra personajes memorables. Y Margot Robbie siempre se quiere comer el mundo y es posible que lo consiga. Es versátil, tiene personalidad, se siente a gusto en la piel de personajes volcánicos.
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‘Babylon’: mucho ruido y pocas nueces
A Damien Chazelle le va la marcha cantarina y bailarina como máxima expresión de los sentimientos. Esa brillantez inicial se difumina en sus filmes, como en este homenaje al Hollywood del cine mudo
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