Arte contra la degradación del 'triángulo negro' de Malasaña: «Camellos go home»

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La Gran Vía muestra un farallón de neones, un brillo que esconde su trasera más tristemente golfa. Una zona muy concreta de Malasaña . En la Gran Vía huele a grasa saturada, hay voces alegres y compradores compulsivos en hileras interminables. Atrás, una pequeña ciudad sin ley: apenas tres calles. Ballesta, Nao y Puebla, que forman la trinidad del caos y que se asemejan a El Raval de Barcelona en los peores tiempos. Siempre ha sido una «continuación de Montera» en el negocio del sexo, pero, y en esto coinciden los más añosos, las prostitutas formaban parte del paisaje y del paisanaje habitual. Incluso llamaban a los parroquianos por su nombre sin intenciones 'comerciales'. Simplemente por la costumbre de la vecindad. Verdad es también que la Ballesta siempre ha sido ese lugar de malas pensiones donde un soldado, un opositor a notarías o un tratante de ganado pernoctaban, cada cual con sus sueños y sus afanes. Y sí, el perfume de la Gran Vía se diluye cuando se le da un esquinazo al viento y a la propia avenida, y ya todo hiede a costo, a urea, a miasma. Y hablamos sólo de lo olfativo. Guillermo García-Hoz, interiorista y ceramista de prestigio, tiene en esa calle peatonal que es la de la Nao su taller. Llamar calle a una travesía es exagerar, pero así son las cosas. El artista, y es lo fundamental, está ya harto de estar harto de que unos de los rincones que deberían «ser de los más bonitos de Madrid», un enclave que cuenta con «vecinos estupendos», se haya convertido en un escenario tercermundista.Noticia Relacionada estandar No Hallan un narcotrastero con cocaína, éxtasis, hachís, metadona y Viagra C. H. Ha habido mañanas en que, al abrir su negocio, ha tenido que «apartar jeringuillas». Llegó en 2023 precedido por su talento, quiso Malasaña, pero pronto vio los problemas de esas latitudes tan breves y tan céntricas. Él sabe que la artesanía es un arma cargada de futuro, y hará dos semanas optó porque su arte fuera, además, reivindicativo. Planteó para ello surtir a la zona con azulejos con mensajes «bellos pero asertivos». Así, su estudio se ha ido convirtiendo en una factoría donde la imaginación y la creatividad son sus armas para combatir la decadencia. Y son diez personas quienes le dan al magín y al pincel por la causa.madrid_dia_0703En su taller embriaga el perfume menestral del barro con el que sus vecinos, con inspiración y confianza, van creando un mosaico de azulejos. Los lemas, afirma, son ingeniosos, desde «Camellos go home» a frases con segundas intenciones para que la droga, la prostitución, la delincuencia y sus derivados no proliferen más. Son azulejos pintados con óxidos de diversos colores y dibujos sencillos sobre el barro esmaltado que van a colocar con celo de doble cara en las esquinas más visibles. Es una «acción artística, de embellecimiento y mensaje», y, de entrada, dan colorido a un rincón gris. Cita García-Hoz, en un breve paseo, que «todo empeoró después de la pandemia», que entonces llegó el menudeo, «las peleas, las bandas organizadas, los camellos». Y si prostitutas ha habido desde antaño, a este gremio también le afecta la coyuntura del lugar. Se sientan en cajas de fruta, bostezan en todos los acentos cuando en la acera de enfrente, en la anochecida madrileña, hay ojos que miran nerviosos o acechantes. El ceramista, sabiendo o sin saber, es 'el Cid' de un chat de 89 vecinos desesperados. Vecinos que operan como «los antiguos serenos» cuando ven que en tal o cual esquina anda delinquiéndose. Hombre de su tiempo, de su parcela de Madrid, revela que «el proyecto no tiene nombre» mientras cuelga, a modo de ensayo, el primer azulejo sobre un porterillo. Antes se detiene en el contraste de que la bella iglesia de San Antonio de los Alemanes haga de frontera entre la decrepitud y una parte de la ciudad con ansias y negocios de evocación parisina.Una selección de los azulejos que se colgarán en Malasaña TANIA SIEIRAEn su misma calle, otro taller artístico abre la puerta. Aparece Rodrigo, del Estudio Nao. La situación, alega, ya es «insostenible». «La policía es incapaz de detener el problema» y todo se resume en «los ciudadanos contra la barbarie»; Rodrigo es consciente, claro, de las posibles 'vendettas' de esa mala gente que camina y que «no tienen nada que perder». Impresionado, recuerda «ver una pistola en un contenedor de basura». O individuos «chutándose» a plena luz del día. Y los niños admirando ese panorama con la inocencia de la edad. Vuelve a insistir en que todo se estropeó después del Covid. Recuerda cuando «a la fresca», con los compañeros del taller, se comían su bocadillo en la puerta. Tranquilamente hablando. García-Hoz, si la autoridad le pidiera explicaciones por su aportación a mejorar visualmente y con contenido la calle el día de la colocación de los azulejos, lo tiene claro: «Hay cosas mucho más serias que fijarse en la buena voluntad de los vecinos». Al final y al cabo suya es la idea y suyo es el desembolso pecuniario en el material para que el barro hable. Los suyos, en esto, además van «como Fuente Ovejuna: todos a una». Amanecerá un día cercano con «azulejos de barro bizcochado» en ese apéndice de Malasaña. Si en Sevilla la cerámica es 'semanasantera', aquí se ha vuelto un arma de denuncia. Es verdad que el ceramista ha tenido que refrenar propuestas de azulejos demasiado evidentes. La combinación entre arte y queja. Queja desesperada. La situación, no por grave, no deja de tener su toque 'berlanguiano'. Una vez, revela entre risas García-Hoz, tuvo que «retirar con un palo unos calzoncillos que llevaban meses colgados de una farola». Y ese mismo surrealismo le lleva a una reflexión improvisada: «Lo peor es que a algunos turistas esto le hace gracia, es como si estuvieran en el Barrio Rojo de Ámsterdam». Acaso porque «el descojone llama al descojone». Más gráfico imposible.ProstíbulosABC charla con los miembros del chat de Whatsapp, esa asociación vecinal apócrifa que muestra las aplicaciones para bien que puede tener un teléfono móvil. Una usuaria resume su visión sobre el asunto de marras: «En otros barrios se quejan de que los pisos se han convertido en apartamentos turísticos; aquí, en prostíbulos». Plantean, incluso, plantar árboles en los alcorques que hoy no albergan especie vegetal alguna y dan más lobreguez al entorno. Tienen miedo, y lo verbaliza Garcia-Hoz, de que ya se haya instalado por dejación, por la fuerza de los hechos, un tejido empresarial en los márgenes más lejanos a la legalidad. Al final vuelve al espíritu de sus azulejos, que es que lo hermoso puede ser la herramienta más directa para lograr un bien para la comunidad. Del grupo de Whatsapp rescata el ceramista un frontispicio motivacional: «O te impones o te desplazan». García-Hoz recuerda ese proyecto para la mejora del lugar, el llamado Triball, que se condenó demasiado pronto al fracaso. De momento, sigue y seguirá con su empeño quijotesco. Cae la noche temprana en Madrid y las farolas no están aún encendidas. Un jaleo de voces violentas rompe una cierta tranquilidad. En el claroscuro de alguna terraza de otoño, un extranjero contempla con parsimonia una riña tumultuaria entre inmigrantes que tienen el oficio 'en negro' de pegar carteles.

 

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