Maximillia_Marvin
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James Gray no necesita presentación para una parte de la cinefilia. Su cine sobrio, auténtico, simbólico pero apegado al hogar, a la familia, a la herencia, de todos los géneros y de ninguno, aventura, ciencia ficción, policiaco, drama (anti)romántico, siempre con el poder de la sangre como esencia temática, marcando a fuego el destino de sus personajes, lleva más de dos décadas calando como un gotero que nos alimenta artística y emocionalmente cada cierto tiempo. Y, sin embargo, otra parte de la cinefilia y la inmensa mayoría del gran público aún no encaja ese nombre con sus películas. Como ya le calificamos aquí hace 12 años, sigue siendo el mejor director estadounidense sin éxito, quizá el mejor director desconocido del mundo.
Por si el lector aún anda perdido, Gray ha compuesto, por este orden, Cuestión de sangre, La otra cara del crimen, La noche es nuestra, Two lovers, El sueño de Ellis, Z, la ciudad perdida y Ad Astra. Casi todas, formidables; notabilísima, la menos buena (El sueño de Ellis). Buena parte de ellas, estrenadas en el festival de Cannes, mientras los Oscar siguen sin enterarse de nada. Y ahora llega Armageddon Time, en la que el marco temático y el aspecto formal de cada una de sus propuestas anteriores se tornan aún más lúgubres, serenos y genuinos. Una película sobre la educación y los 400 golpes que da la vida. Sobre el legado, las aspiraciones personales, el judaísmo, las relaciones entre padres e hijos, el valor de conocer al diferente, la integración, el destino, la traición y la culpa. Y protagonizada por un crío de los años ochenta que bien podría ser el propio Gray por origen y época, y hasta por su aspecto y aficiones, pelirrojo y con aspiraciones artísticas.
Una película valentísima y a contracorriente porque cada miembro de la familia protagonista, vida de clase media con dinero guardado en el cajón por si vienen mal dadas, tiene poco de lo que presumir. Salvo el abuelo que interpreta Anthony Hopkins, el único que sabe dar tranquilidad y consejos sencillos y nobles a un chaval tan perdido que gamberrea solo por destacar en algo, los demás deambulan entre la imperfección, la incomprensión y la simple violencia. Modos de mal educar: judíos racistas con los negros; padre castigador, cinturón en alto, mano suelta. Ahora que el público se obstina innecesariamente en simpatizar con los personajes de todas las películas, con esta le va a resultar difícil.
Con el ascenso de Reagan a la presidencia como telón de fondo, visto por la familia (y por el director) como el principio del fin, Armageddon Time es al mismo tiempo una refutación del sueño americano y su confirmación. Una contradicción en la que no por casualidad tienen presencia hasta dos miembros de la familia Trump; el padre de Donald aparece como personaje real en el colegio privado al que acaban mandando al crío, ante sus desmanes en la pública, y no precisamente para establecer un armazón ético irreprochable. El neoliberalismo que nacía.
Con aire de fábula, incluso de novelón sobre los socavones infantiles y la mala educación (los paralelismos con David Copperfield y Los 400 golpes no son pocos), la película es de Gray por los cuatro costados: fotografía ocre, marca de la casa, herencia del Gordon Willis de El padrino. Aunque esta vez con un par de momentos indignos de un director tan mesurado como él: un pedestre onirismo en la secuencia del sueño (despierto) del chaval ante el kandinsky del Guggenheim; y los innecesarios insertos infantiloides en el clímax con el ordenador en la casa de empeños.
Manchas, eso sí, que no acaban de empañar la enésima película de Gray con el arrojo de la contención, con ese clasicismo ajeno a las modas, más áspero que nunca, que presenta seres de carne y hueso que se aman, sufren, ríen y lloran con el desparpajo y la franqueza de la vida real y el aprendizaje doloroso. De la vida que decepciona, pero que no por ello se deja de vivir.
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Por si el lector aún anda perdido, Gray ha compuesto, por este orden, Cuestión de sangre, La otra cara del crimen, La noche es nuestra, Two lovers, El sueño de Ellis, Z, la ciudad perdida y Ad Astra. Casi todas, formidables; notabilísima, la menos buena (El sueño de Ellis). Buena parte de ellas, estrenadas en el festival de Cannes, mientras los Oscar siguen sin enterarse de nada. Y ahora llega Armageddon Time, en la que el marco temático y el aspecto formal de cada una de sus propuestas anteriores se tornan aún más lúgubres, serenos y genuinos. Una película sobre la educación y los 400 golpes que da la vida. Sobre el legado, las aspiraciones personales, el judaísmo, las relaciones entre padres e hijos, el valor de conocer al diferente, la integración, el destino, la traición y la culpa. Y protagonizada por un crío de los años ochenta que bien podría ser el propio Gray por origen y época, y hasta por su aspecto y aficiones, pelirrojo y con aspiraciones artísticas.
Una película valentísima y a contracorriente porque cada miembro de la familia protagonista, vida de clase media con dinero guardado en el cajón por si vienen mal dadas, tiene poco de lo que presumir. Salvo el abuelo que interpreta Anthony Hopkins, el único que sabe dar tranquilidad y consejos sencillos y nobles a un chaval tan perdido que gamberrea solo por destacar en algo, los demás deambulan entre la imperfección, la incomprensión y la simple violencia. Modos de mal educar: judíos racistas con los negros; padre castigador, cinturón en alto, mano suelta. Ahora que el público se obstina innecesariamente en simpatizar con los personajes de todas las películas, con esta le va a resultar difícil.
Con el ascenso de Reagan a la presidencia como telón de fondo, visto por la familia (y por el director) como el principio del fin, Armageddon Time es al mismo tiempo una refutación del sueño americano y su confirmación. Una contradicción en la que no por casualidad tienen presencia hasta dos miembros de la familia Trump; el padre de Donald aparece como personaje real en el colegio privado al que acaban mandando al crío, ante sus desmanes en la pública, y no precisamente para establecer un armazón ético irreprochable. El neoliberalismo que nacía.
Con aire de fábula, incluso de novelón sobre los socavones infantiles y la mala educación (los paralelismos con David Copperfield y Los 400 golpes no son pocos), la película es de Gray por los cuatro costados: fotografía ocre, marca de la casa, herencia del Gordon Willis de El padrino. Aunque esta vez con un par de momentos indignos de un director tan mesurado como él: un pedestre onirismo en la secuencia del sueño (despierto) del chaval ante el kandinsky del Guggenheim; y los innecesarios insertos infantiloides en el clímax con el ordenador en la casa de empeños.
Manchas, eso sí, que no acaban de empañar la enésima película de Gray con el arrojo de la contención, con ese clasicismo ajeno a las modas, más áspero que nunca, que presenta seres de carne y hueso que se aman, sufren, ríen y lloran con el desparpajo y la franqueza de la vida real y el aprendizaje doloroso. De la vida que decepciona, pero que no por ello se deja de vivir.
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‘Armageddon Time’, el cine sobrio y ético de James Gray, el mejor director desconocido del mundo
El estadounidense entrega una película sobre la educación y los 400 golpes que da la vida. Sobre el legado, las aspiraciones personales, el judaísmo y las relaciones entre padres e hijos
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