Aquella mirada de Marisa Paredes que daba color a la tele en blanco y negro

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"¿Es realmente una chica seria?", pregunta José María Íñigo a una joven actriz en 1970. "¿Una chica seria? Digamos que soy una persona seria", contesta ella. Marisa Paredes ya está ejerciendo de Marisa Paredes. Concreta, rotunda, transparente. Incluso revolucionaria, hábil limpiando machismo incorporado de pregunta a través de la fina inteligencia de cada respuesta.

Televisión Española todavía se veía en blanco y negro en muchas casas. Pero Marisa Paredes llegaba llenando de color los televisores con su capacidad de desafiar con los ojos a la cámara, su cámara. A través de la palabra, y a través de cómo miraba al objetivo. O, mejor dicho, cómo no dejaba de mirar al espectador. Aunque estuviera conversando con José María Iñigo, que no tenía el día más creativo. Iñigo: "¿Le molesta mucho a Marisa Paredes que le llamen la chica de los ojos tristes?". Marisa: "Sí, porque me parece un tópico. Yo no tengo los ojos tristes. De vez en cuando estoy enfadada, como todo el mundo". Iñigo: "¿Cuando sale de compras, sale con una idea fija?". Marisa: "Salgo en plan aventura".

Y ya está. Y seguía mirando de frente al espectador. Con una pipa entre sus manos y entre sus labios, en aquella época en la que el humo se asociaba a glamour y en la que una generación crecía instruida para no dejar de comunicar a los "televidentes". Daba igual que Marisa Paredes diera la espalda a su entrevistador, lo importante era cuidar la posición escénica, lo relevante era no dejar de interpretar al público. Aunque no estuviera interpretando ningún personaje.

Así siempre llenó la pantalla. Con un arte único para aguantar el plano. Nos desafiaba las emociones, desde sus inicios en la tele de la dictadura hasta la última vez en el cine de la España de hoy. Desde la pregunta vacía de un show de tele hasta los sentimientos tejidos en un buen guion que te deja sin aire. Desde el arrebato que nos recuerda que continuamos comprometidos con las ilusiones de cuando éramos más ingenuos hasta el diálogo escrito por Almodóvar que retrata la naturalidad de la pura cotidianidad desde la sobreactuación del artificio del cine. "Como es la vida. Qué cruel. Qué paradójica. Qué imprevisible. Y, a veces, qué justa", verbalizó Marisa Paredes en La flor de mi secreto con una seguridad escénica tan suya, que permitía rasgarnos los sentimientos hasta abrir los poros de la reflexión. Tanto que tantos de sus personajes, que ya son inmortales, han ayudado, ayudan y ayudarán a conocernos mejor a nosotros mismos. Y a los que consideramos distintos, y también son como nosotros.

 

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