Randy_Rice
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Los manuscritos autógrafos de valses para piano de Fryderyk Chopin han llegado a provocar historias paranormales. Una de las más famosas puede leerse en el libro Chopin and beyond: my extraordinary life in music and the paranormal, publicado en 2010 por Byron Janis junto a su segunda esposa, Maria Cooper Janis, hija del actor Gary Cooper. El gran pianista estadounidense, que falleció hace siete meses a los 95 años, localizó en 1967 de manera misteriosa (él afirmó que por telepatía) dos copias autógrafas desconocidas de los valses opus 18 y 70/1 de Chopin, en el castillo de Thoiry, en Francia. Seis años después, esta experiencia se repitió en forma de sincronicidad cuando Janis encontró en la Universidad de Yale otros dos autógrafos diferentes de los mismos valses de Chopin. La historia fue objeto de un documental en Francia y hasta Martin Scorsese anunció su intención de filmar una película.
Ambos hallazgos tuvieron una gran repercusión mediática. El diario The New York Times reprodujo en portada uno de los autógrafos encontrados en Francia junto con un extenso reportaje del crítico Harold Schoenberg. El pasado lunes, 28 de octubre, otro vals autógrafo de Chopin volvió a la portada del diario estadounidense bajo el titular: “Desenterrado un vals de Chopin”. La noticia relata el descubrimiento por parte de un conservador de la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York de un vals completamente desconocido del compositor polaco. Se trata de una brevísima composición no exenta de incertidumbre para Artur Szklener, director del Instituto Fryderyk Chopin de Varsovia, la institución dedicada desde 2001 a investigar y promover la vida y obra del compositor, que la ha considerado quizá un rastro de su actividad pedagógica, una broma musical o un popurrí para ganarse la vida. Sin embargo, en la web de The New York Times ya se puede ver y escuchar interpretada por el mediático Lang Lang.
Esa afluencia de autógrafos de valses de Chopin está relacionada con la costumbre que tenía el compositor de regalarlos a su círculo de discípulos y amistades. Al ser composiciones breves y musicalmente asequibles podían copiarse en una hoja de álbum. Los números que maneja Krystyna Kobylanska en su exhaustivo catálogo de manuscritos chopinianos, publicado en 1977, confirman esta afluencia: se han conservado 564 manuscritos autógrafos y 616 copias anotadas por el compositor en un catálogo de 338 obras. Sin duda, el caso más paradigmático lo encontramos en el melancólico Vals en fa menor opus 70/2. Chopin nunca lo publicó en vida, pero lo regaló con insistencia. Prueba de ello es que se hayan conservado hasta catorce copias autógrafas con diferentes dedicatorias a alumnas y damas de la alta sociedad como Élise Gavard, Maria Krudner y Charlotte de Rothschild.
El nuevo vals no tiene dedicatoria. Tampoco tiene una estructura convencional, ya que solo tiene una sección y termina con la indicación de una posible repetición. Además, se trata del vals más breve del polaco, con 24 compases, pero también del más extraño. Las disonancias del arranque ascienden mediante un crescendo hacia un fortississimo (fff), una indicación dinámica que no encontramos en ningún vals del compositor, aunque la melodía que se esboza a continuación tenga la característica ornamentación y acompañamiento chopinianos. No obstante, la obra en su conjunto carece del menor interés musical. En el artículo de The New York Times, el musicólogo John Rink lo califica educadamente de “arrebato creativo” y el pianista Stephen Hough habla directamente de “nimiedad”.
El manuscrito formaba parte de la colección de autógrafos de A. Sherrill Whiton Jr., director de la Escuela de Diseño de Interiores de Nueva York y pianista aficionado. La Biblioteca y Museo Morgan lo adquirió en 2019, dentro de su legado que estaba en proceso de catalogación. El equipo de expertos de este centro de investigación, que atesora una veintena de autógrafos de Chopin, ha confirmado una posible datación en la década de 1830, aunque también ha reconocido que el nombre del compositor fue añadido con posterioridad. Sin embargo, han asumido que la caligrafía musical coincide con la de Chopin, pues incluye su personal forma de dibujar la clave de fa. El director del Instituto Chopin no lo descarta, aunque reconoce sus dudas. De hecho, su notación suele ser más estilizada y esa forma de dibujar la clave de fa también la practicaba su amigo y compositor Julian Fontana, cuya caligrafía musical ha sido confundida a menudo con la de Chopin.
Fontana había sido uno de sus compañeros de clase en Varsovia y también se exilió en París, en la década de 1830, a consecuencia del levantamiento de noviembre contra el dominio ruso. En la capital francesa actuó como estrecho colaborador del compositor y terminó siendo su albacea musical. Fue el responsable de la mayor parte de las publicaciones póstumas de las composiciones de Chopin, que había fallecido en 1849, a la temprana edad de 39 años, como fue el caso de los valses opus 69 y 70, editados en 1855. Fontana añadió a estas ediciones variantes que algunos especialistas consideran ajenas a Chopin, después de cotejarlas con autógrafos del compositor.
Los valses para piano de Chopin no eran piezas de baile, sino música de salón. Sin embargo, el polaco les dio tal brillantez, elegancia, lirismo y espontaneidad que las elevó por encima de la media y las convirtió en obras destacables. Sabemos que escribió una treintena, aunque conservamos diecinueve. De seis de los últimos valses tan solo nos ha llegado el íncipit copiado por la hermana del compositor, Ludwika Jedrzejewicz, que trasladó a Varsovia los autógrafos, los cuales perecieron en el incendio del Palacio Zamoyski, en 1863.
Chopin publicó en vida ocho valses (opus 18, 34, 42 y 64), entre ellos el popularísimo Vals del minuto, que Barbra Streisand utilizó en su álbum Color Me, Barbra y apareció en Los Teleñecos junto a varios anuncios de televisión. Siguen los referidos cinco valses publicados póstumamente por Fontana (opus 69 y 70) y dos más: el conocido como opus posthumous junto a otro en mi mayor, publicado en 1861, sin número de catálogo.
Los cuatro valses restantes se imprimieron mucho después de la muerte del compositor y suelen citarse con la numeración del catálogo de Maurice Brown (B.) o de Krystyna Kobylanska (K.K.). Se trata de dos valses enviados a su maestro Józef Elsner y publicados en 1902 por su esposa Emilia (B. 21 y 46), aunque sus manuscritos se destruyeron durante la Segunda Guerra Mundial; otro más fechado en julio de 1848 y dedicado a su amigo y discípulo Émile Gaillard que se publicó en 1955 (B. 133); y el bellísimo y tardío Vals en la menor (B. 150) escrito para Charlotte de Rothschild y publicado en 1955 en La Revue musicale.
Cualquiera de estos diecinueve valses no puede compararse en calidad y factura con el “desenterrado” ahora en la Biblioteca y Museo Morgan. Para el director del Instituto Chopin no deja de ser un rastro de su actividad como pianista, quizá redactado en sus primeros años en París, aunque no contempla que estemos ante el vigésimo vals de su catálogo. Quizá algún día se demuestre, incluso, que este boceto no era ni siquiera de Chopin, tal como sucedió, en 2012, con el Valse mélancolique en fa sostenido menor, que se había publicado en 1861 y resultó ser una composición titulada Le Régret, del pianista prusiano Charles Mayer.
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Ambos hallazgos tuvieron una gran repercusión mediática. El diario The New York Times reprodujo en portada uno de los autógrafos encontrados en Francia junto con un extenso reportaje del crítico Harold Schoenberg. El pasado lunes, 28 de octubre, otro vals autógrafo de Chopin volvió a la portada del diario estadounidense bajo el titular: “Desenterrado un vals de Chopin”. La noticia relata el descubrimiento por parte de un conservador de la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York de un vals completamente desconocido del compositor polaco. Se trata de una brevísima composición no exenta de incertidumbre para Artur Szklener, director del Instituto Fryderyk Chopin de Varsovia, la institución dedicada desde 2001 a investigar y promover la vida y obra del compositor, que la ha considerado quizá un rastro de su actividad pedagógica, una broma musical o un popurrí para ganarse la vida. Sin embargo, en la web de The New York Times ya se puede ver y escuchar interpretada por el mediático Lang Lang.
Esa afluencia de autógrafos de valses de Chopin está relacionada con la costumbre que tenía el compositor de regalarlos a su círculo de discípulos y amistades. Al ser composiciones breves y musicalmente asequibles podían copiarse en una hoja de álbum. Los números que maneja Krystyna Kobylanska en su exhaustivo catálogo de manuscritos chopinianos, publicado en 1977, confirman esta afluencia: se han conservado 564 manuscritos autógrafos y 616 copias anotadas por el compositor en un catálogo de 338 obras. Sin duda, el caso más paradigmático lo encontramos en el melancólico Vals en fa menor opus 70/2. Chopin nunca lo publicó en vida, pero lo regaló con insistencia. Prueba de ello es que se hayan conservado hasta catorce copias autógrafas con diferentes dedicatorias a alumnas y damas de la alta sociedad como Élise Gavard, Maria Krudner y Charlotte de Rothschild.
El nuevo vals no tiene dedicatoria. Tampoco tiene una estructura convencional, ya que solo tiene una sección y termina con la indicación de una posible repetición. Además, se trata del vals más breve del polaco, con 24 compases, pero también del más extraño. Las disonancias del arranque ascienden mediante un crescendo hacia un fortississimo (fff), una indicación dinámica que no encontramos en ningún vals del compositor, aunque la melodía que se esboza a continuación tenga la característica ornamentación y acompañamiento chopinianos. No obstante, la obra en su conjunto carece del menor interés musical. En el artículo de The New York Times, el musicólogo John Rink lo califica educadamente de “arrebato creativo” y el pianista Stephen Hough habla directamente de “nimiedad”.
El manuscrito formaba parte de la colección de autógrafos de A. Sherrill Whiton Jr., director de la Escuela de Diseño de Interiores de Nueva York y pianista aficionado. La Biblioteca y Museo Morgan lo adquirió en 2019, dentro de su legado que estaba en proceso de catalogación. El equipo de expertos de este centro de investigación, que atesora una veintena de autógrafos de Chopin, ha confirmado una posible datación en la década de 1830, aunque también ha reconocido que el nombre del compositor fue añadido con posterioridad. Sin embargo, han asumido que la caligrafía musical coincide con la de Chopin, pues incluye su personal forma de dibujar la clave de fa. El director del Instituto Chopin no lo descarta, aunque reconoce sus dudas. De hecho, su notación suele ser más estilizada y esa forma de dibujar la clave de fa también la practicaba su amigo y compositor Julian Fontana, cuya caligrafía musical ha sido confundida a menudo con la de Chopin.
Fontana había sido uno de sus compañeros de clase en Varsovia y también se exilió en París, en la década de 1830, a consecuencia del levantamiento de noviembre contra el dominio ruso. En la capital francesa actuó como estrecho colaborador del compositor y terminó siendo su albacea musical. Fue el responsable de la mayor parte de las publicaciones póstumas de las composiciones de Chopin, que había fallecido en 1849, a la temprana edad de 39 años, como fue el caso de los valses opus 69 y 70, editados en 1855. Fontana añadió a estas ediciones variantes que algunos especialistas consideran ajenas a Chopin, después de cotejarlas con autógrafos del compositor.
Los valses para piano de Chopin no eran piezas de baile, sino música de salón. Sin embargo, el polaco les dio tal brillantez, elegancia, lirismo y espontaneidad que las elevó por encima de la media y las convirtió en obras destacables. Sabemos que escribió una treintena, aunque conservamos diecinueve. De seis de los últimos valses tan solo nos ha llegado el íncipit copiado por la hermana del compositor, Ludwika Jedrzejewicz, que trasladó a Varsovia los autógrafos, los cuales perecieron en el incendio del Palacio Zamoyski, en 1863.
Chopin publicó en vida ocho valses (opus 18, 34, 42 y 64), entre ellos el popularísimo Vals del minuto, que Barbra Streisand utilizó en su álbum Color Me, Barbra y apareció en Los Teleñecos junto a varios anuncios de televisión. Siguen los referidos cinco valses publicados póstumamente por Fontana (opus 69 y 70) y dos más: el conocido como opus posthumous junto a otro en mi mayor, publicado en 1861, sin número de catálogo.
Los cuatro valses restantes se imprimieron mucho después de la muerte del compositor y suelen citarse con la numeración del catálogo de Maurice Brown (B.) o de Krystyna Kobylanska (K.K.). Se trata de dos valses enviados a su maestro Józef Elsner y publicados en 1902 por su esposa Emilia (B. 21 y 46), aunque sus manuscritos se destruyeron durante la Segunda Guerra Mundial; otro más fechado en julio de 1848 y dedicado a su amigo y discípulo Émile Gaillard que se publicó en 1955 (B. 133); y el bellísimo y tardío Vals en la menor (B. 150) escrito para Charlotte de Rothschild y publicado en 1955 en La Revue musicale.
Cualquiera de estos diecinueve valses no puede compararse en calidad y factura con el “desenterrado” ahora en la Biblioteca y Museo Morgan. Para el director del Instituto Chopin no deja de ser un rastro de su actividad como pianista, quizá redactado en sus primeros años en París, aunque no contempla que estemos ante el vigésimo vals de su catálogo. Quizá algún día se demuestre, incluso, que este boceto no era ni siquiera de Chopin, tal como sucedió, en 2012, con el Valse mélancolique en fa sostenido menor, que se había publicado en 1861 y resultó ser una composición titulada Le Régret, del pianista prusiano Charles Mayer.
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Aparece un dudoso vals autógrafo de Chopin en la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York
La extraña obra ha sido considerada por el director del Instituto Chopin de Varsovia como un rastro de su actividad pedagógica, pues los estudios parecen confirmar su datación hacia 1830 y la caligrafía del compositor polaco
elpais.com