"A mí no me pareció tan raro", contesta Antonio Resines cuando Mara Torres le recuerda el final de Los Serrano. La mítica serie de Telecinco empezó con unas tramas perfectas en el año 2003. El país se quedaba entusiasmado con una ficción que hablaba de la familia desde un punto de vista moderno, con la indestructible mezcla entre risa, emoción y mucho costumbrismo.
Pero su rotundo éxito llevó a un estiramiento del guion que terminó desvirtuando la historia. Tanto que no había por donde cogerla. De hecho, la comedia se terminó torciendo en un drama oscuro. Con Lucía, el personaje de Belén Rueda, atropellada cuando la actriz decidió dejar la producción de Globomedia y Telecinco. Y con Diego, el personaje de Resines, suicidándose en el puente del museo de las esculturas del Paseo de la Castellana. Ya no pudo aguantar la sobredosis de tragedia.
"La broma la hacíamos allí. En el siguiente capítulo, ¿qué haces? ¿que la abuela se líe con el niño?", bromea Resines a Torres en El Faro de la Cadena Ser. Es lo único que ya faltaba en una serie en la que habían gastado todos los cartuchos. "Estábamos tan agotados, ya empezaba a haber hasta malos rollos. Había que acabar y, entonces, a mí no me pareció tan mal", explica sobre el remate que se dio a la producción para acabar lo más dignamente posible. Aunque, a simple vista, no lo parezca.
"Claro, luego visto... Habían pasado cinco años... yo estaba más 'cebollo', la niña había crecido y había que subir la mesa. Porque, en fin...". Resines sonríe recordando el percal. Pero la delirante solución fue magistral. Los guionistas se estaban riendo desde dentro del propio declive de la serie y se lo llevaban al buen gag, al que no se queda a medio gas. Un gag que la sociedad no ha podido olvidar. Es más, se ha colado en el olimpo del imaginario colectivo más entrañable.
Diego despertó en la cama al lado de Lucía en la mañana siguiente a su boda, donde se inició la ficción. Había soñado las ocho temporadas de la serie. Nada había sucedido. Y fíjate que habían vivido enredos... Y ahí estaba Curro, aparentando tener cinco años menos enfundado a presión dentro de un pijama preescolar cuando era imposible disimular que estaba en la explosión de la pubertad. Por no hablar de su hermana Teté.
Todo sea por las risas. Todo sea para resucitar a Lucía. Y al propio Diego. Todo sea por los finales felices. Los Serrano habían perdido el hilo de esperanza que les conectaba con el público y lo volvieron recuperar, in extremis, en sus últimos minutos. A veces, solo nos queda abrazar el surrealismo para sobrellevar mejor los rumbos perdidos.
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