Les alumbraban los primeros rayos del sol, llamas doradas de la chimenea de noviembre. Era un domingo de esos en los que Sevilla ha hecho zafarrancho muy temprano y tiene sus calles impolutas, gobernadas por un silencio que tonifica la belleza. Como si la ciudad estuviese estrenando un secreto, como si le fuera la vida en hacerse la remolona . Hace un frío antiguo, de los que se incrusta en las suelas de los zapatos y roza la tiritona. La quietud permite que llegue nítido el eco de conversaciones lejanas, los jadeos de los runners y los pasos orgullosos de los casi runners, es decir, los que se visten de runners para salir a andar. Cortavientos amarillo nuclear incluido. Iban las dos, abuela y nieta, cogidas del brazo, avanzando despacito. La señora se había perfumado hasta las trancas, llevaba un elegante abrigo negro, su pelo sin duda había sido sometido a los rulos rosas. Los zapatitos de velcro racheaban en el adoquín con la soltura de las Converse del costalero más veterano. La sonrisa arrugada de la matriarca era un amanecer contenido en unos labios, proyectado en unos ojos que hacían dudar de si la lágrima que le recorría la mejilla era una reacción al biruji o a una emoción desbocada. Sueña desde los lunes con este desayuno de los domingos, con esta incursión por el universo de su niña.La adolescente le había pedido ir a un sitio nuevo que se le había apetecido. Y claro, hacia allá iban. Si ella sigue consintiendo al mundo es por ratitos como esos, en los que tiene el poder de malcriar a su nena, de darle un capricho, que es como dicen te quiero las abuelas sevillanas . La chavala le explicaba de qué iba el tema. No, no se dice brunnnch, se pronuncia branchhh. Ah, brann. Sí, a mí me encantan los brunch. Estoy obsesionada. Es como, en plan, súper healthy. En plan, sano. Pues ponen tostadas de aguacate, scrambled eggs, yogur con semillas, smothies. Ah, sí, perdona, scrambled eggs son huevos revueltos. Yo me voy a pedir un té matcha y un yogur. Sí, sí, también hay café. A la del pelo cano le rondaban dos palabras la cabeza: pamplina y chuminá. Pero no lo decía, prefería mostrarse muy interesada y focalizar su atención en lo bien que hablaba inglés la cría. Hay que ver lo que sabe. Ya ha dado por perdida la batalla de entender unas modas que cada día le parecen más absurdas . Lleva en el bolso una sorpresa. Una cajita con un muñequito cabezón que se coloca en la funda del móvil. Se lo mentó la niña la semana pasada y allí que fue ella a peregrinar por todos los chinos del barrio hasta que encontró los bichos aquellos. Son caros los joíos, eso pensaba hasta que se le abalanzó su nieta emocionada y la abrazó. Estaba antojaíta.
Santi Gigliotti: Antojaíta
Si ella sigue consintiendo al mundo es por ratitos como esos, en los que puede darle caprichos a su nieta
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