Como en la catástrofe de Valencia fallaron todos, la solución consiste en que no se vaya nadie. Ni Mazón, ni Ribera, ni Marlaska, ni mucho menos Sánchez. Ni un modesto presidente de confederación hidrográfica ni un funcionario de segunda clase; éste es el concepto que rige en la élite dirigente española respecto a la asunción de responsabilidades. La autocrítica se le hace al adversario que por defecto, por el hecho de serlo, se convierte en culpable. Aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. Y el resultado es que ningún alto cargo relevante va a dejar de serlo por no haber estado a la altura en los momentos clave de antes, durante y después de aquella maldita tarde. La riada fue un accidente natural pero la política le ha añadido otro desastre. Teresa Ribera lleva seis años en el Gobierno –antes ocupó diversos puestos relacionados con el medio ambiente– aunque en los últimos seis meses ha estado en la práctica ausente de su ministerio, calentando en la banda para ocupar un puesto en el gabinete europeo. Mucho premio para dejarlo ir por un asuntillo 'doméstico' por más que haya cientos de muertos por medio y que afecte en todo o en parte a competencias de su departamento y a organismos oficiales bajo su mando directo. El presidente la quiere en Bruselas y el encargo bien vale un mal rato en la Eurocámara o en el Congreso. Ya lo ha pasado, tragándose incluso su oposición a la energía nuclear, y ahora sólo falta que Ursula von der Leyen cumpla su parte del acuerdo. Lo hará porque ella también tiene mucho poder en juego.El ascenso de la ministra se ha convertido para el Ejecutivo sanchista en cuestión estratégica. Tan importante como para ceder dos sillas en la Comisión a la malvada ultraderecha, que por lo visto no parece tan peligrosa si es extranjera. Al muro antifascista se le ha abierto de repente una grieta y tanto Meloni, «querida Georgia», como Orbán se van a colar por ella: son los verdaderos ganadores de un pulso que no han tenido que librar siquiera. Sólo los socialdemócratas alemanes han puesto algunas pegas porque son gente rara capaz de defender cierta coherencia. Incluso de convocar elecciones cuando su mayoría parlamentaria se quiebra.Si los populares europeos hubieran apretado un poco más, nuestro paladín del progreso se envaina sin dudarlo hasta su programa climático. Podían fijarse en Puigdemont, experto en apretar tuercas y sacarle hasta una amnistía a cambio de unos pocos votos alquilados. Feijóo debería haberles enseñado que cuando Sánchez se marca un objetivo subasta los principios que no tiene a precio de saldo, y que una vicepresidencia de la Unión vale mucho más que el visto bueno a un comisario húngaro o italiano. La alerta 'facha' sólo está vigente en España; por ahí fuera no existen cordones sanitarios, ni imperativos del relato, ni fábricas de bulos, ni máquinas de fango… valenciano.
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