Carlie_Kessler
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Si hubiera que definir en una palabra el libro que ha escrito Andrés Pérez Perruca (Zaragoza, 53 años, aunque celebra su cumpleaños varias veces al año), esa palabra sería: rarísimo, surreal, enorme, extravagante, alambicado, excesivo y muy divertido. Bueno, eso no es solo una palabra, pero así es también el espíritu de Vida de un pollo blanquecina de piel fina (Jekyll & Jyll), un artefacto lleno de contradicciones, coincidencias, anécdotas y juegos. Recuerda a posmodernos como Pynchon y Foster Wallace (la extensión, lo excéntrico, esas muchas, 500, y enormes notas a pie de página), pero también al humor absurdo español de Jardiel Poncela o Gómez de la Serna. Al surrealismo, al dadaísmo. Ha tardado 25 años (exactos) en escribirlo.
Perruca narra sus aventuras como batería de la legendaria banda del indie español El Niño Gusano (formada por Sergio Vinadé, Sergio Algora, Mario Quesada y Perruca, luego se incorporó Paco Lahiguera), con la que comparte ese espíritu extraño, poético y festivo. Festivales, juergas, conciertos, pero sobre todo magia, juventud, melomanía y amistad. Perruca se dedica ahora a la gestión cultural: fue director cultural en la Casa de América y ahora programa el Espacio Fundación Telefónica. Habla en el Café de la Luz, en Malasaña (Madrid), con la pipa y el sombrero con los que le gusta posar.
Pregunta. Este libro es algo más que un libro sobre una banda de rock.
Respuesta. Yo creo que he escrito un disco. Cada capítulo trata sobre una de las 67 canciones de El Niño Gusano, y se puede leer en cualquier orden, como relatos independientes. Me dicen que es un libro fractal: lo cojas por donde lo cojas, pillas el resto. Es mi primer libro y tiene casi mil páginas: yo eso no se lo perdonaría a nadie… Oye, ¿te puedo pedir una cosa?
P. Claro, si está en mi mano...
R. Que nombres a Víctor Gomollón, de la editorial Jekyll & Jyll, que se ha pegado una currada brutal.
P. Vale, lo intentaré. Hablábamos de que menudo tocho...
R. Sí, pero como es un disco puede entrar por donde quieras, salir por donde quieras, leerlo en cualquier orden. Tuve que recortarlo: ¡tenía 3.000 páginas!
P. ¿Por qué El Niño Gusano tenía ese carácter poético y surreal?
R. Surgió naturalmente. Se creaba una química especial cuando nos juntábamos. Por separado éramos peores que cuando estábamos juntos. Musicalmente teníamos influencias diferentes: uno traía la psicodelia de los sesenta, otro traía Dinosaur Jr., otro traía a Raphael y a Los Tres Sudamericanos, otro a Serrat, Europe o Black Crowes. En esa época escuchabas los discos que te caían, tenías cuatro en casa. Yo escuchaba pop español de toda la vida, también jazz y flamenco. A todos nos gustaba Albert Pla. Y lo poníamos todo al mismo nivel.
P. Sí, pero ¿y ese rollo surreal y circense que no estaba en Los Planetas o en Australian Blonde?
R. Vivíamos en la búsqueda de la sorpresa continua, en el no aburrirnos nunca. Y teníamos la ventaja absoluta de tener como letrista a Sergio Algora. Muchos títulos y letras surreales venían de cosas que nos pasaban, de chascarrillos y bromas que Sergio luego sabía plasmar. Teníamos a un poeta. Sus libros de poesía serán reivindicados en el futuro.
P. Sergio Algora es el gran homenajeado.
R. Algora siempre había predicho que se iba a morir a los 39 años de un ataque cardíaco, como Boris Vian. Y lo predijo antes de estar enfermo. Y así fue. Tremendo. Él decía que conforme pasaban los años la vida era peor, y que pasar de los cuarenta estaba sobrevalorado.
P. ¿Cómo ha envejecido la música de El Niño Gusano?
R. Estuve muchos años sin escucharla, pero la he repasado antes de la publicación. Me produce sinestesia: cada canción es un color, un olor, una comida, un vino. Hay canciones malas, y muy malas, pero creo que han envejecido bien, y eso que algunas se grabaron con una precariedad tremenda.
P. En las historias de grupos de música suele hacerse hincapié en el sexo, droga & rock n’ roll. En su libro hay otro ambiente, más mágico: chistes malos, casualidad, imaginación, amistad.
R. Hubo algo de sexo, hubo algo de drogas, y no sé qué rock n’ roll hacíamos. No sé si hubo menos que en otras bandas o menos de lo que cuentan otras bandas. Recuerdo noches en las que preferíamos estar en la broma, en la chanza, en sus ramificaciones. Preferíamos quedarnos juntos que irnos a ligar medio pedo a las tres de mañana. También nos gustaba mucho comer. Algunos preferían comer bocadillos fríos y volver a casa con dinero. Nosotros decíamos: “Mira qué asador, ¡que viva la fiesta!”.
P. ¿Tiene nostalgia de una juventud tan guay?
R. La nostalgia se tiene siempre, aunque tu juventud haya sido de mierda. Siempre se añoran los tiempos pasados. Es muy poderosa, porque yo creo que durante unos años vives, luego supervives y todo explota y mejora, al menos en mi caso. Y luego llega una época en la que sigues viviendo y estando fenomenal, y tienes más experiencia, pero envejeces, tienes achaques, la gente se muere alrededor. Y tienes que evitar pensar dos cosas: 1. Que todo lo de antes era mejor, y 2. que toda la gente joven de ahora es gilipollas.
P. Un movimiento revisionista del indie lo criticó después por poco comprometido, por cantar en inglés…
R. En parte tenían razón, pero también es cierto que criticar es muy fácil. Ahí había gente que se subía a un escenario a hacer lo que le daba la gana, y se llevaron muchos palos y muchas hostias. Sí: eran grupos miméticos y copiaban a los anglosajones, pero se llevaron muchos palos. Era más fácil cantar en español y hacer el pop-rock de toda la vida. Creo que se ha tratado mal al indie.
P. ¿Qué fue el indie?
R. Aquellas discográficas amaban la música por encima de todo. Notas mucho la diferencia cuando es alguien que quiere ganar dinero a toda costa. El dinero de la música ahora está en los festivales, en las plataformas; los fondos de inversión se están metiendo en los circuitos de salas. Así que el negocio de la música está en manos de gente que no ama la música.
P. Los festivales están de moda.
R. Sí, la gente va porque es guay, a ponerse la pulserita y a hacerse la foto. Luego toca Cass McCombs en una sala pequeña y cada vez va menos gente. Cuando pase la moda de los festivales, la gente irá a otra cosa. No sé, a juegos de rol masivos por realidad virtual.
P. ¿Por qué se acabó El Niño Gusano?
R. Se acabó la magia. Yo siempre dije que solo íbamos a grabar tres discos antes de separarnos. Éramos como un jarrón chino muy bonito, pero muy frágil, que con un golpe se quebró. Y es verdad que lo puedes pegar, pero nosotros no queríamos ser un jarrón pegado.
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Perruca narra sus aventuras como batería de la legendaria banda del indie español El Niño Gusano (formada por Sergio Vinadé, Sergio Algora, Mario Quesada y Perruca, luego se incorporó Paco Lahiguera), con la que comparte ese espíritu extraño, poético y festivo. Festivales, juergas, conciertos, pero sobre todo magia, juventud, melomanía y amistad. Perruca se dedica ahora a la gestión cultural: fue director cultural en la Casa de América y ahora programa el Espacio Fundación Telefónica. Habla en el Café de la Luz, en Malasaña (Madrid), con la pipa y el sombrero con los que le gusta posar.
Pregunta. Este libro es algo más que un libro sobre una banda de rock.
Respuesta. Yo creo que he escrito un disco. Cada capítulo trata sobre una de las 67 canciones de El Niño Gusano, y se puede leer en cualquier orden, como relatos independientes. Me dicen que es un libro fractal: lo cojas por donde lo cojas, pillas el resto. Es mi primer libro y tiene casi mil páginas: yo eso no se lo perdonaría a nadie… Oye, ¿te puedo pedir una cosa?
P. Claro, si está en mi mano...
R. Que nombres a Víctor Gomollón, de la editorial Jekyll & Jyll, que se ha pegado una currada brutal.
P. Vale, lo intentaré. Hablábamos de que menudo tocho...
R. Sí, pero como es un disco puede entrar por donde quieras, salir por donde quieras, leerlo en cualquier orden. Tuve que recortarlo: ¡tenía 3.000 páginas!
P. ¿Por qué El Niño Gusano tenía ese carácter poético y surreal?
R. Surgió naturalmente. Se creaba una química especial cuando nos juntábamos. Por separado éramos peores que cuando estábamos juntos. Musicalmente teníamos influencias diferentes: uno traía la psicodelia de los sesenta, otro traía Dinosaur Jr., otro traía a Raphael y a Los Tres Sudamericanos, otro a Serrat, Europe o Black Crowes. En esa época escuchabas los discos que te caían, tenías cuatro en casa. Yo escuchaba pop español de toda la vida, también jazz y flamenco. A todos nos gustaba Albert Pla. Y lo poníamos todo al mismo nivel.
P. Sí, pero ¿y ese rollo surreal y circense que no estaba en Los Planetas o en Australian Blonde?
R. Vivíamos en la búsqueda de la sorpresa continua, en el no aburrirnos nunca. Y teníamos la ventaja absoluta de tener como letrista a Sergio Algora. Muchos títulos y letras surreales venían de cosas que nos pasaban, de chascarrillos y bromas que Sergio luego sabía plasmar. Teníamos a un poeta. Sus libros de poesía serán reivindicados en el futuro.
P. Sergio Algora es el gran homenajeado.
R. Algora siempre había predicho que se iba a morir a los 39 años de un ataque cardíaco, como Boris Vian. Y lo predijo antes de estar enfermo. Y así fue. Tremendo. Él decía que conforme pasaban los años la vida era peor, y que pasar de los cuarenta estaba sobrevalorado.
P. ¿Cómo ha envejecido la música de El Niño Gusano?
R. Estuve muchos años sin escucharla, pero la he repasado antes de la publicación. Me produce sinestesia: cada canción es un color, un olor, una comida, un vino. Hay canciones malas, y muy malas, pero creo que han envejecido bien, y eso que algunas se grabaron con una precariedad tremenda.
P. En las historias de grupos de música suele hacerse hincapié en el sexo, droga & rock n’ roll. En su libro hay otro ambiente, más mágico: chistes malos, casualidad, imaginación, amistad.
R. Hubo algo de sexo, hubo algo de drogas, y no sé qué rock n’ roll hacíamos. No sé si hubo menos que en otras bandas o menos de lo que cuentan otras bandas. Recuerdo noches en las que preferíamos estar en la broma, en la chanza, en sus ramificaciones. Preferíamos quedarnos juntos que irnos a ligar medio pedo a las tres de mañana. También nos gustaba mucho comer. Algunos preferían comer bocadillos fríos y volver a casa con dinero. Nosotros decíamos: “Mira qué asador, ¡que viva la fiesta!”.
P. ¿Tiene nostalgia de una juventud tan guay?
R. La nostalgia se tiene siempre, aunque tu juventud haya sido de mierda. Siempre se añoran los tiempos pasados. Es muy poderosa, porque yo creo que durante unos años vives, luego supervives y todo explota y mejora, al menos en mi caso. Y luego llega una época en la que sigues viviendo y estando fenomenal, y tienes más experiencia, pero envejeces, tienes achaques, la gente se muere alrededor. Y tienes que evitar pensar dos cosas: 1. Que todo lo de antes era mejor, y 2. que toda la gente joven de ahora es gilipollas.
P. Un movimiento revisionista del indie lo criticó después por poco comprometido, por cantar en inglés…
R. En parte tenían razón, pero también es cierto que criticar es muy fácil. Ahí había gente que se subía a un escenario a hacer lo que le daba la gana, y se llevaron muchos palos y muchas hostias. Sí: eran grupos miméticos y copiaban a los anglosajones, pero se llevaron muchos palos. Era más fácil cantar en español y hacer el pop-rock de toda la vida. Creo que se ha tratado mal al indie.
P. ¿Qué fue el indie?
R. Aquellas discográficas amaban la música por encima de todo. Notas mucho la diferencia cuando es alguien que quiere ganar dinero a toda costa. El dinero de la música ahora está en los festivales, en las plataformas; los fondos de inversión se están metiendo en los circuitos de salas. Así que el negocio de la música está en manos de gente que no ama la música.
P. Los festivales están de moda.
R. Sí, la gente va porque es guay, a ponerse la pulserita y a hacerse la foto. Luego toca Cass McCombs en una sala pequeña y cada vez va menos gente. Cuando pase la moda de los festivales, la gente irá a otra cosa. No sé, a juegos de rol masivos por realidad virtual.
P. ¿Por qué se acabó El Niño Gusano?
R. Se acabó la magia. Yo siempre dije que solo íbamos a grabar tres discos antes de separarnos. Éramos como un jarrón chino muy bonito, pero muy frágil, que con un golpe se quebró. Y es verdad que lo puedes pegar, pero nosotros no queríamos ser un jarrón pegado.
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