Andaluces, no es el alma, ¡es la pasta!

einar.beahan

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El presidente andaluz presentaba esta semana, en víspera del Día de la Bandera Andaluza, una iniciativa para proteger el habla andaluza. Y explicaba que es el «reflejo del alma de los andaluces». Un asunto peliagudo, con ecos del 'genio del pueblo' que tanto ha puesto siempre a los nacionalistas, en el que es fácil desbarrar. Por demás, si el habla es el alma, no se puede hablar de un alma porque hay muchas hablas. Siendo tan diferente del levante al poniente andaluz, ¿el alma de Andalucía cae más por la Alpujarra o por la Janda, por la Axarquía o por el Andévalo, quizá por el Bajo Guadalquivir, quizá por los Pedroches? ¿Tenemos alma seseante o ceceante o dos almas? Si uno carece de la llamada «gracia andaluza», ¿puede seguir teniendo alma andaluza? Si harto vienen del latín farctus, pero adoptó el sonido jota en Euskadi, y acabó cuajando como rasgo andaluz, ¿es nuestra alma o es alma vascoandaluza o latinoeuskadika? Cuidado, que las almas las carga el diablo.Y sí, es una vieja idea del romanticismo, para entusiasmo de nacionalistas con sus ideas esencialistas de la lengua como marca de un pueblo distinto. «La lengua es la morada del alma», anotaba Heidegger. Incluso desde la convicción de que la lengua es una de las formas de definir una patria –de la que no te pueden exiliar, como enfatizaba María Zambrano: «Yo nunca me he quedado sin patria; mi patria es el idioma»– hay que tener cuidado con las tentaciones que surgen de estos argumentos. En España proliferan iniciativas territorialistas exaltando el bable o la fabla en Aragón, y cada cual aspira a mimetizar al catalán y el vasco. Como dice Manuel Toscano, autor del estupendo ensayo Contra Babel publicado en la exquisita editorial sevillana Athenaica, las lenguas son instrumentos políticos desde la lógica de que una lengua distinta supone un pueblo distinto, y ese pueblo distinto tiene sus derechos 'singulares', que tienden a desiguales, y pueden acabar en la reclamación de un Estado propio. No es el caso, pero es el fondo.«Estoy muy orgulloso de ser andaluz, de todo lo andaluz» proclama Juanma Moreno. Bien, pero ahí está el peligro tentador de envolverse demasiado en la bandera dejándose llevar por el alma de la nación o Volksgeist, con la certeza de ser una comunidad de cultura distinta. Ya no está muy en boga ni la hipótesis Sapir-Whorf, según la cual la visión del mundo está condicionada por la lengua. Juanma Moreno proclama que esto «hace de Andalucía una tierra abierta, sensible y empática; una tierra entusiasta, imaginativa, solidaria», y vale, sí, pero los asesinos, estafadores, asustaviejas o pederastas también hablan andaluz. Por demás, frente a la idea de que «no hace daño a nadie abundar en nuestras raíces y autoafirmarnos como pueblo», eso es tan cierto como peligroso, porque puede que sí haga daño, concretamente a nosotros mismos, a los andaluces. Conviene recordar que el andaluz, como ocurre en otros países, no se ha menospreciado por su singularidad fonética, sino como expresión del subdesarrollo. Como dice Lola Pons, la crítica al andaluz es socioeconómica, antes que lingüística. Así que más que invertir en singularidad fonética y enseñar a los niños a estar encantados de decir «a jierro» o «escamondá», como presumía el presidente andaluz, mejor invirtamos en mejorar las Matemáticas y Lengua española –el andaluz en ningún caso puede ser una coartada para una mala gramática– o el inglés de esos niños, para salir de la cola de informes como PISA. Una Andalucía próspera no sentirá ningún desdén.El andaluz no necesita más alma. Va bien servido. Necesita más pasta.El camelo de la cogobernanzaEsta semana toca Conferencia de Presidentes, largamente reclamada por el presidente andaluz, entre otros, confiando en poder abordar la financiación que sigue dañando los intereses de Andalucía. Pero la probabilidad de que sirva para algo es casi cero. O incluso menos que cero. Después de la sucesión de monólogos, Sánchez impondrá sus conclusiones. No habrá acuerdos importantes, más allá de las generalidades bienpensantes, en las cuatro materias en la agenda: financiación, vivienda, sanidad e inmigración. O sea, el sistema deficiente de financiación autonómica, el problema de la vivienda, la falta de recursos humanos en el sistema sanitario y la presión migratoria. En la última convocatoria, se planteó el compromiso de mejorar estas conferencias. Es irónico. La portavoz del Gobierno lo explicó porque «se trata de llegar a acuerdos y dar soluciones a la ciudadanía». Bien, pues de eso, nada.Sánchez dijo entonces que las conferencias de presidentes «no pueden ser un problema», pero se ha negado a convocarlas, incumpliendo el reglamento de dos citas anuales volviéndolo del revés, dos años de vacío. Ha incumplido todo de manera escandalosa, aunque eso no llame la atención a nadie a estas alturas. Y esa es la tarjeta de visita para lo que sucederá esta semana. Pedro Sánchez ha ninguneado las conferencias aún más desde que el PP domina el mapa autonómico. Sólo le dio relevancia cuando le convino, durante la pandemia, para el camelo de la cogobernanza. Pero no tiene la menor intención de cogobernar, sino de imponer.Ya veremos lo que da de sí. Apuesten a que de ahí saldrán buenas palabras, los mensajes que interesen a Sánchez y muchas comunidades frustradas. El Gobierno habla abiertamente de 'vivienda' contra las comunidades que no se someten a sus criterios, y lleva meses sin responder a las demandas del PP en inmigración, porque prefiere poder identificarlos con la ultraderecha que dar soluciones. Y en financiación, después de años de indiferencia, las comunidades perjudicadas se volverán con nada. Lejos de reajustar la financiación con criterios de equidad, Cataluña quiere romper la caja única y el País Vasco –después de mejorar su cuponazo otra vez– reclamar aún más fondos por 'singularidad industrial'. Y ellos son los que tienen la llave de los presupuestos para chantajear al Gobierno, que cede y cede para mantenerse en el poder. Este es el panorama previo, con poco margen para confiar.Y ahí está el problema. Ni el alma ni el habla, sino la pasta.

 

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