AMORE, cantante y productora: “Se puede ser artista sin destruirse la vida con cada canción”

Alda_Altenwerth

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AMORE se escribe con tipografía Arial, se fotografía con muy pocos megapíxeles y suena a loop electrónico. AMORE es una diva digital y no por capricho, sino por necesidad. Pertenece a una ola de artistas que, en vez de desvivirse por fichar por una de las majors, se lanzan a autoproducir sus propios temas con los medios disponibles. Una generación de creadores que, lejos de la antigua competencia entre cantantes, forman colectivos y se apoyan unos a otros en sus proyectos. María Moreno (Murcia, 24 años) no sería AMORE sin amigos como mori, Irenegarry o Dinamarca. Con su apoyo pudo lanzar una carrera alejada del amparo de las discográficas. Ahora, cuatro años después, prepara su primer álbum que espera lanzar a principios de 2025.

“Siento que toca cerrar una etapa en la que he tenido un sonido concreto”, cuenta. Aunque es su primer disco, AMORE intenta no tomarlo como un gran paso. Es la última estación en un trayecto en el que sus elecciones han sido, por regla general, “circunstanciales”. De niña estudió en el conservatorio, pero nunca se había planteado dedicarse a la música. Ni siquiera cuando en 2020 escribió La Arena, su primera canción. “No pensaba en ninguna implicación, lo hice simplemente por placer”. Fueron sus amigos, también músicos, los que le hicieron ver el potencial que tenía. No les hizo mucho caso, pero empezó a tocar el teclado para algunos de ellos. Tuvo que llegar un año después la agencia Cero en Conducta y proponerle un concierto para que se pusiese a componer más en serio. De ahí salieron Feria Lo Pagán o Disneyland París, las canciones con las que empieza su primer EP: Usted está aquí.

“Creo que la escasez de medios potencia mucho las ideas finas”, comparte. La inspiración para el EP la encontró una noche en internet mientras preparaba los exámenes del grado que estudiaba de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Acabó vagando por la aplicación de Google Earth y de pronto comprendió que esas imágenes cutres de baja resolución en 3D podían ayudarla a ilustrar las portadas de los temas sin tener que contar con alguien a quien no podía pagar. A partir de ahí, se le ocurrió asociar cada canción con distintas localizaciones en el mapa de Google. Sobre este ambiente de megapíxeles e imágenes distorsionadas sentó las bases del particular universo visual que desde entonces encierran los videoclips dirigidos por ella misma. “Sin querer que esa sea tu estética, te acaba definiendo. Estos proyectos tan autogestionados pertenecen a lo digital y le deben un tributo. En la imagen compartida de internet encuentro una coherencia con el aspecto comunitario de mi música”.

Sus amigos la animaron a iniciarse en la música y era imposible que AMORE no sonase a ellos. “Gente que estaba haciendo música en su habitación con un micro y un ordenador”, aclara la artista. Al principio confió en ellos para la producción de sus temas. Ralphie Choo, por ejemplo, fue el encargado del sonido del primer EP. Sin embargo, la amistad con artistas como Jimena Amarillo, Irenegarry o mori la impulsó a evolucionar en la misma dirección y comprarse un ordenador para encontrar un sonido que le resultase verdaderamente propio. “Hay mucho mito en torno a la producción, sobre todo por el link entre el hombre y la máquina”, confiesa. Con referentes como Javiera Mena o Björk, mujer a la que considera enamorada de la electricidad, ella misma se hizo con el título de artista-productora. No por eso dejó de colaborar con sus amigos, aspecto fundamental de su proyecto. “Si trabajas sola tardas más en llegar a los mismos sitios. Incluso si lo miras desde un punto de vista narcisista, el trabajo colectivo es siempre beneficioso”.

Dinamarca ha sido su último flechazo artístico. Con él lleva trabajando dos años. Les unieron las ganas de hacer un pop minimalista y plagado de loops, que es el que va a recorrer su primer disco. Con este nuevo sonido AMORE empezó a depurar también sus letras. “Ya no soy tan intensa, busco la simpleza y la imagen clara. Se puede ser un artista sin destruirse la vida con cada canción”. Desde entonces las crisis existenciales han desaparecido de sus letras, pero no de su vida. “Preparando el disco he tenido una muy grande. Cada mes digo que quiero dejar la música, pero siento que es necesario para volver a agarrarlo todo bien”, confiesa. Una pizca de síndrome del impostor que, sumada al trabajo en equipo y al dominio del ordenador, compone la fórmula perfecta para convertirse a sí misma en una estrella del pop del siglo XXI.

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