Álvaro García (27 de octubre de 1992) nunca pensó que se ganaría la vida como futbolista, pero el tiempo le quitó la razón. De su colegio en Utrera al San Fernando, en Segunda B, y de ahí una cesión en el Cádiz de Álvaro Cervera que le demostró que se equivocaba. En 2018 recaló en el Rayo, y hoy es uno de los capitanes y jugadores más queridos en un equipo que esta noche recibe al Real Madrid (21.00 horas, Movistar). —No lo suele pasar bien el Real Madrid en Vallecas.—Ni el Madrid ni nadie lo pasa bien en Vallecas. En cuanto entran por el vestuario ya ven que es un campo diferente y que no van a estar cómodos. —Fran García es un buen amigo. ¿Ha hablado esta semana con él?—Fran es un máquina. Como persona y como futbolista. Lo echamos mucho de menos, en el vestuario y en el campo, pero nos alegramos por lo que está viviendo en el Madrid. Estos días no le he escrito, que luego va a correr mucho y nos la lía (risas). El año pasado casi nos marca en el Bernabéu.—Usted es de Utrera, como Ceballos.—Sí. Allí pasé mi infancia. Con mis amigos y jugando al fútbol todo el día. Vivía al lado del colegio, que es donde empecé a jugar. Recuerdo que desde la ventana de mi dormitorio se veía el patio del colegio. Era imposible que pudiera escaparme porque me iban a pillar mis padres (risas).Noticia Relacionada Fútbol estandar No Sergio Camello: «No me verás comprándome una camiseta de 600 euros, cuando mi madre gana 700 al mes» Rubén Cañizares—¿A qué se dedican ellos?—Mi padre es carpintero y mi madre ama de casa. —Ama de casa, ese trabajo infravalorado por completo.—Así es. Un trabajo que nadie paga a nuestras madres y la realidad es que gracias a ellas las casas siempre están limpias y la comida encima de la mesa. —Es dura la profesión de carpintero.—Sí, sí. Mire, mi padre me metió varios veranos a trabajar con él, cuando estaba estudiando Secundaria, para que no estuviera todo el verano dando vueltas, y vi que eso no me gustaba y empecé a estudiar mejor. Con mi padre aprendí que lo que no quería era ser carpintero. Es verdad que yo nunca había pensado que pudiera ser futbolista, pero sí algo ligado al deporte. Por eso estudié un ciclo de Educación Física y luego empecé INEF. —Cuando sus padres le veían jugar al fútbol de pequeño, ¿qué le decían?—Mi padre iba siempre y me veía jugar en una esquina del campo, sin molestar ni decirme nada. Era mi madre, que entiende menos de fútbol, la que me decía que esto o lo otro.—¿Dónde jugó en su infancia?—Jugaba en la típica liga de colegios y ya en infantil pasé al Club Deportivo Utrera, donde jugué hasta el último año de juvenil. Luego me fui al Ceuta a jugar en División de Honor y después recalé en el San Fernando de Segunda B. Estoy seis meses y me ficha el Granada, que me cede al Racing y luego al Cádiz.—¿Allí es cuando se da cuenta que esto le puede dar de comer?—Sí, fue así. Subimos de Segunda B a Segunda, y al siguiente año disputamos el playoff para ascender a Primera. Es cuando me doy cuenta que puedo ser profesional.—Y lo logró, y el camino no fue sencillo. ¿Cuántas veces entrenó sin apenas dormir desde que es padre?—Muchísimas. La realidad de ser padre es mucho más dura de lo que nos contaron. Yo tengo un hijo de cuatro años y medio y una nena de once meses, y el mayor no ha dormido hasta los tres años. Cuando Álvaro nació, le daban las cinco o seis de la mañana, y no es que no durmiera, es que además no paraba de llorar. Era increíble. Y yo no me podía ir a otra habitación y dejar ahí a mi mujer sola. Solo me iba a otra habitación la noche antes del partido. El resto, me levantaba, ayudaba e intentaba calmar a mi hijo, pero la realidad es que los primeros meses con Álvaro lo pasamos mal. Aquí estamos solos, no tenemos a nadie, ni abuelos ni ningún familiar. —Es extraño que un futbolista de élite que juega en un equipo de Madrid no viva en una zona pudiente.—Yo vivía en el Ensanche, aquí al lado, pero Álvaro nació un poco antes de la pandemia y vivíamos en un pisito pequeño sin balcón, no tenía ninguna estancia exterior para que jugara mi hijo. Así que intenté buscar un piso más grande con terraza, y encontramos uno de un exjugador del Rayo en el barrio de San Nicasio, en Leganés. Y allí nos fuimos. No necesito un chalé de 200 metros para ser feliz. Yo priorizo la felicidad de mi familia. Mi hijo está muy contento en el colegio, mi mujer tiene sus amigas allí y yo también. —El Rayo es de los pocos equipos que mantienen esa identidad propia, hoy casi olvidada en el fútbol de élite.—Es evidente la humildad de este club y de su gente. Gente humilde y solidaria que siempre está con nosotros y con su barrio. Y el grupo de jugadores también somos así. A lo mejor nos meten cuatro, te vas para el vestuario y ves cómo te aplauden y animan. En otros campos esto es prácticamente imposible. Eso se tiene o no se tiene y Vallecas lo tiene. Y se transmite. Por eso no paramos de correr, presionar y ayudar al compañero. Es lo que nos enseña nuestra afición. En Vallecas todo es diferente y no seguimos lo que te quiere imponer la sociedad.—Álvaro Cervera, Paco Jémez, Iraola, Francisco, Íñigo... Ha tenido entrenadores de todo tipo. ¿Qué le pide usted a su técnico?—Deportivamente, para explotar mis cualidades, necesito un entrenador que me dé espacios a la contra y que me deje correr al espacio, como hicieron Cervera o Iraola. Me gusta que el equipo sea vertical y juguemos mucho por banda. No me gusta hacerlo cohibido por dentro. Y a nivel personal, me gustan los entrenadores claros y sinceros para que llegue bien el mensaje. — ¿Para qué está este Rayo?—Primero, para salvarnos. Y luego, ojalá podamos hacer algo bonito en la Copa, pero la prioridad es salvarnos. —¿Cómo llevan el ruido alrededor de James?—Al vestuario no llega ese ruido. James mueve mucho, es un ídolo en Colombia y es normal que quieran que jueguen, pero el entrenador es el que decide.—¿Entendería que se fuera en enero?—No estoy en su cabeza y no puedo pensar por él, pero claro que lo entendería. Todos queremos jugar.
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