Sigurd_McCullough
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“Cuando se lo dije a mi novio, me dio una paliza. Y cuando se lo dije a mi padre, me dio otra”. Lo que les dijo esa adolescente es que estaba embarazada. Una situación harto reconocible en nuestro país a principios de los años ochenta. La época en la que se adentra Pau Teixidor en Alumbramiento, con imágenes de pesadilla lúgubre, luminoso espíritu adolescente y un discurso un tanto lineal.
El PSOE acaba de llegar al poder y buena parte de los españoles se lanza a las calles al grito de “¡España es socialista!”. Veníamos de donde veníamos —en lo social, en lo político, en lo cultural— y en ese año 1982 del fin de la Transición aún pervivían no pocas ideas e instituciones de apabullante negrura e infausta memoria. Como el sanatorio para embarazadas de Peñagrande, en Madrid, en el que se recluía a adolescentes encintas sin recursos o repudiadas por sus propias familias, abierto hasta 1984. Es ahí donde se ambienta la historia de Teixidor, inspirada en casos reales, aunque con elementos de ficción (al menos, por ahora), pues uno de sus postulados, el robo de bebés, de enorme complejidad, sigue sin demostrarse (ni científica ni judicialmente) más allá de ciertas irregularidades en las adopciones, como bien resumió en este periódico la propia defensora del lector, en un artículo del mes de noviembre de 2023, a raíz de una entrevista con el director del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.
“Nuestros actos tienen consecuencias” y “El aborto es el camino más fácil hacia el infierno” parecían ser los lemas de las monjas al mando de la institución, aunando con las chicas los cuidados de corte católico y los trabajos forzados no remunerados, en un régimen que rozaba lo carcelario. Una temática de magnitud desgraciadamente global pues sólo hay que pensar en títulos como la pionera Ultraje (1950), de Ida Lupino, en EEUU, o la sobrecogedora Las hermanas de la Magdalena (2002), de Peter Mullan, en Irlanda, y a la que también se acercó hace apenas un año otra producción española, Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte, aunque desde un estilo en el que se prefería la vanguardia al relato en sí.
En una película digna, pero de limitado alcance artístico, Teixidor se vuelca en la sororidad de las chicas, en su complicidad y, en un excelente prólogo, en la mirada oblicua de unas familias asentadas en la expresión “habrá que apechugar” y, si puede ser, sin que nadie se entere. En una línea parecida a la también reciente La maternal (2022), de Pilar Palomero, el director y coguionista (junto a Lorena Iglesias) no pretende un análisis exhaustivo de las condiciones sociales, familiares, morales y de género que han llevado a la dramática situación. Prefiere centrarse en la soledad de las esquinadas adolescentes, oprimidas desde arriba por el poder del hombre, de la religión, de la (mala) educación y de una sociedad que siempre las masacró, convirtiéndolas en responsables únicas de la situación.
A través de una fotografía de tonos ocres y exponiendo circunstancias en ocasiones de una crudeza extrema, aunque siempre con pudor en la puesta en escena y mesura en la carga sentimental, Teixidor ha compuesto un trabajo modesto pero loable; loable, pero modesto. Casi en ningún momento llegamos a conocer por dentro a las criaturas protagonistas. Sus complejidades, sus rencores, sus ilusiones, sus remordimientos (si los hay) y hasta sus miedos. A Alumbramiento le falta ese punto de ambición —en las situaciones, en los diálogos, en los subtextos— que convierte a las películas en otra cosa. A veces en obras fallidas, y otras, en descollantes.
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El PSOE acaba de llegar al poder y buena parte de los españoles se lanza a las calles al grito de “¡España es socialista!”. Veníamos de donde veníamos —en lo social, en lo político, en lo cultural— y en ese año 1982 del fin de la Transición aún pervivían no pocas ideas e instituciones de apabullante negrura e infausta memoria. Como el sanatorio para embarazadas de Peñagrande, en Madrid, en el que se recluía a adolescentes encintas sin recursos o repudiadas por sus propias familias, abierto hasta 1984. Es ahí donde se ambienta la historia de Teixidor, inspirada en casos reales, aunque con elementos de ficción (al menos, por ahora), pues uno de sus postulados, el robo de bebés, de enorme complejidad, sigue sin demostrarse (ni científica ni judicialmente) más allá de ciertas irregularidades en las adopciones, como bien resumió en este periódico la propia defensora del lector, en un artículo del mes de noviembre de 2023, a raíz de una entrevista con el director del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses.
“Nuestros actos tienen consecuencias” y “El aborto es el camino más fácil hacia el infierno” parecían ser los lemas de las monjas al mando de la institución, aunando con las chicas los cuidados de corte católico y los trabajos forzados no remunerados, en un régimen que rozaba lo carcelario. Una temática de magnitud desgraciadamente global pues sólo hay que pensar en títulos como la pionera Ultraje (1950), de Ida Lupino, en EEUU, o la sobrecogedora Las hermanas de la Magdalena (2002), de Peter Mullan, en Irlanda, y a la que también se acercó hace apenas un año otra producción española, Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte, aunque desde un estilo en el que se prefería la vanguardia al relato en sí.
En una película digna, pero de limitado alcance artístico, Teixidor se vuelca en la sororidad de las chicas, en su complicidad y, en un excelente prólogo, en la mirada oblicua de unas familias asentadas en la expresión “habrá que apechugar” y, si puede ser, sin que nadie se entere. En una línea parecida a la también reciente La maternal (2022), de Pilar Palomero, el director y coguionista (junto a Lorena Iglesias) no pretende un análisis exhaustivo de las condiciones sociales, familiares, morales y de género que han llevado a la dramática situación. Prefiere centrarse en la soledad de las esquinadas adolescentes, oprimidas desde arriba por el poder del hombre, de la religión, de la (mala) educación y de una sociedad que siempre las masacró, convirtiéndolas en responsables únicas de la situación.
A través de una fotografía de tonos ocres y exponiendo circunstancias en ocasiones de una crudeza extrema, aunque siempre con pudor en la puesta en escena y mesura en la carga sentimental, Teixidor ha compuesto un trabajo modesto pero loable; loable, pero modesto. Casi en ningún momento llegamos a conocer por dentro a las criaturas protagonistas. Sus complejidades, sus rencores, sus ilusiones, sus remordimientos (si los hay) y hasta sus miedos. A Alumbramiento le falta ese punto de ambición —en las situaciones, en los diálogos, en los subtextos— que convierte a las películas en otra cosa. A veces en obras fallidas, y otras, en descollantes.
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‘Alumbramiento’: digna pero limitada mirada a los reformatorios para adolescentes embarazadas
El director Pau Teixidor no pretende un análisis exhaustivo de las condiciones sociales, familiares y morales que han llevado a la dramática situación y prefiere centrarse en la soledad de las adolescentes
elpais.com