nicolas.karlie
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Una parte de Hollywood se parece cada vez más a la cocina de aprovechamiento y Alien: Romulus, séptima película de la franquicia (novena, si incluimos Alien vs. Predator y su secuela), su paradigma en doble sentido. Primero, porque ahora es Disney, tras la compra 20th Century Fox, quien comanda el negocio y hay que dar vida nueva a los productos que parecían muertos y que aún pueden resucitar bajo su mando. Y segundo, porque el nuevo director, el uruguayo Fede Álvarez, ha compuesto una entrega que funciona casi como un disco de Grandes éxitos de las múltiples entregas anteriores, las cronológicas y las precuelas. Un trabajo sin demasiada identidad y personalidad, pero que tiene ritmo, energía y algunas buenas ideas, junto a otras bastante penosas y hasta peligrosas.
Dice Álvarez que su película, situada cronológicamente entre El octavo pasajero y Aliens: el regreso, pretendía ser un retorno al origen: a la sencilla e impactante visceralidad de las dos primeras entregas, de Ridley Scott y James Cameron; a la suciedad, la oscuridad física y a los planteamientos poco explicativos, casi conceptuales en torno tanto al miedo como a la dictadura de las corporaciones y al capitalismo. Lejos, por ejemplo, de las ínfulas metafísicas de Prometheus y Alien: Covenant, ambas también de Scott, más incomprensibles que complejas. Pero esto que afirma el director es cierto solo en parte.
Lo es en la primera mitad de Romulus, con un primer acto excelente ambientado en una colonia minera que huele al peor futuro, aire enrarecido, situaciones laborales postesclavistas e incluso con una lectura contemporánea: los jóvenes de Jackson’s Star, que así se llama la colonia, operativa desde el año 2142, buscan un hogar lejos de la casa que les ha alojado de por vida, pero les resulta imposible por culpa de una sociedad distópica gobernada por firmas como la ya mítica Weyland-Yutani. Sin embargo, las intenciones de Álvarez se derrumban con los guiños a Prometheus en el tercer acto del relato, cuando las retorcidas aclaraciones especulativas, infectadas de falsa trascendencia, regresan en algunos diálogos y, aún peor, cuando el bicho original se convierte una vez más en una criatura que debería dar miedo y que en cambio está al borde del ridículo colapso.
Álvarez, junto a su coguionista habitual, Rodo Sayagues, sabe bien lo que es intentar recuperar una película mítica tras dirigir el remake de Posesión infernal, pero el buen trabajo en la primera mitad de la historia, tanto en el fondo como en la forma, se va empequeñeciendo conforme avanza y se le empiezan a ver las costuras al intentar aglutinar toda la serie, con estilos incluso contrapuestos, en un único conjunto que carece de identidad propia.
La injustamente maltratada Alien 3, de la que reniega incluso su director, David Fincher (y que sin embargo encanta al que esto escribe), tenía al menos una extraordinaria idea que fusionaba lo ambiental y lo espiritual (aquella colonia-prisión llamada Fiorina Fury 161, pergeñada en el argumento de Vincent Ward), y un fantástico y metafórico final que bien podría haber sido un intocable desenlace para toda la saga. De Romulus es posible que nos acordemos de pocas cosas tras dos horas, eso sí, de proteínica energía, protagonizadas por una actriz magnífica, Cailee Spaeny, pequeñita, vivaz, con cara de lista y variados matices, que viene de triunfar con Priscilla y Civil War. Si acaso, permanecerá en la memoria la tradición de los buenos personajes “sintéticos”, es decir, los no humanos, tras los poderosos Ash y Bishop de las dos primeras entregas, con otro bonito rol de enorme ambigüedad.
Para el último párrafo hemos dejado el espinoso asunto de la resurrección de Ash, personaje de El octavo pasajero, rebautizado como Rook en una (supuesta) variante, y he aquí el sacrilegio, interpretado por Ian Holm, fallecido hace cuatro años, gracias a la inteligencia artificial. No es una secuencia o un par de frases; es un papel de reparto en toda regla con muchos primeros planos. Una decisión irrespetuosa con Holm y peligrosa para el cine, que además encierra la ironía de que se dé con un personaje-villano que anunciaba los peligros de la IA. Para evitar esto, entre otras cosas, fueron las huelgas de intérpretes. ¿Qué será lo próximo? ¿Casablanca 2 con Bogart de secundario? La cocina de aprovechamiento, en su máxima expresión.
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Dice Álvarez que su película, situada cronológicamente entre El octavo pasajero y Aliens: el regreso, pretendía ser un retorno al origen: a la sencilla e impactante visceralidad de las dos primeras entregas, de Ridley Scott y James Cameron; a la suciedad, la oscuridad física y a los planteamientos poco explicativos, casi conceptuales en torno tanto al miedo como a la dictadura de las corporaciones y al capitalismo. Lejos, por ejemplo, de las ínfulas metafísicas de Prometheus y Alien: Covenant, ambas también de Scott, más incomprensibles que complejas. Pero esto que afirma el director es cierto solo en parte.
Lo es en la primera mitad de Romulus, con un primer acto excelente ambientado en una colonia minera que huele al peor futuro, aire enrarecido, situaciones laborales postesclavistas e incluso con una lectura contemporánea: los jóvenes de Jackson’s Star, que así se llama la colonia, operativa desde el año 2142, buscan un hogar lejos de la casa que les ha alojado de por vida, pero les resulta imposible por culpa de una sociedad distópica gobernada por firmas como la ya mítica Weyland-Yutani. Sin embargo, las intenciones de Álvarez se derrumban con los guiños a Prometheus en el tercer acto del relato, cuando las retorcidas aclaraciones especulativas, infectadas de falsa trascendencia, regresan en algunos diálogos y, aún peor, cuando el bicho original se convierte una vez más en una criatura que debería dar miedo y que en cambio está al borde del ridículo colapso.
Álvarez, junto a su coguionista habitual, Rodo Sayagues, sabe bien lo que es intentar recuperar una película mítica tras dirigir el remake de Posesión infernal, pero el buen trabajo en la primera mitad de la historia, tanto en el fondo como en la forma, se va empequeñeciendo conforme avanza y se le empiezan a ver las costuras al intentar aglutinar toda la serie, con estilos incluso contrapuestos, en un único conjunto que carece de identidad propia.
La injustamente maltratada Alien 3, de la que reniega incluso su director, David Fincher (y que sin embargo encanta al que esto escribe), tenía al menos una extraordinaria idea que fusionaba lo ambiental y lo espiritual (aquella colonia-prisión llamada Fiorina Fury 161, pergeñada en el argumento de Vincent Ward), y un fantástico y metafórico final que bien podría haber sido un intocable desenlace para toda la saga. De Romulus es posible que nos acordemos de pocas cosas tras dos horas, eso sí, de proteínica energía, protagonizadas por una actriz magnífica, Cailee Spaeny, pequeñita, vivaz, con cara de lista y variados matices, que viene de triunfar con Priscilla y Civil War. Si acaso, permanecerá en la memoria la tradición de los buenos personajes “sintéticos”, es decir, los no humanos, tras los poderosos Ash y Bishop de las dos primeras entregas, con otro bonito rol de enorme ambigüedad.
Para el último párrafo hemos dejado el espinoso asunto de la resurrección de Ash, personaje de El octavo pasajero, rebautizado como Rook en una (supuesta) variante, y he aquí el sacrilegio, interpretado por Ian Holm, fallecido hace cuatro años, gracias a la inteligencia artificial. No es una secuencia o un par de frases; es un papel de reparto en toda regla con muchos primeros planos. Una decisión irrespetuosa con Holm y peligrosa para el cine, que además encierra la ironía de que se dé con un personaje-villano que anunciaba los peligros de la IA. Para evitar esto, entre otras cosas, fueron las huelgas de intérpretes. ¿Qué será lo próximo? ¿Casablanca 2 con Bogart de secundario? La cocina de aprovechamiento, en su máxima expresión.
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‘Alien: Romulus’: energía juvenil y algunas peligrosas ideas en torno a la inteligencia artificial
El buen trabajo en la primera mitad de la historia, tanto en el fondo como en la forma, se va empequeñeciendo conforme avanza y se le empiezan a ver las costuras al intentar aglutinar toda la serie
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