Alejandro Vásquez: la ‘nea’ del barrio Aranjuez que democratizó la música clásica

Agustina_Stehr

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Si alguien puede dar testimonio del poder transformador de la música es Alejandro Vásquez Mejía (Medellín, 38 años). Violinista, arreglista, gestor cultural y director de orquestas filarmónicas, nació y creció en el barrio Aranjuez, uno de los más violentos de Medellín. Por eso, que lo llamen “nea” no lo ofende; por el contrario, dice que así es como le gustaría ser recordado: “Quiero que sepan que una nea de Aranjuez una vez se enamoró de un violín y empezó a soñar con llenar a Antioquia y Colombia de orquestas sinfónicas”.

Va acercándose a la meta. Es director y creador de cinco orquestas. Tres en áreas urbanas: la Filarmónica Metropolitana del Valle de Aburrá, en Medellín; la Filarmónica Metropolitana Distrito Capital, en Bogotá, y la Filarmónica Negra, en San Juan de Urabá. Y dos en territorio indígena, muy disruptivas dentro de la escena de la música clásica en el país: la Filarmónica Embera Chamí, en el resguardo Marcelino Tascón, en Valparaíso (Antioquia), la primera filarmónica indígena en Colombia, y la Filarmónica Wayuú de Weipiappa, en La Guajira; con ellas, incluso, el director presenta fusiones de piezas clásicas con música tradicional indígena.

Aunque recalca que no inventó el “enfoque pluriétnico en las orquestas”, Vásquez ha jugado un papel clave en su consolidación en el ámbito nacional. “Hoy hay muy pocas orquestas en Colombia, sobre todo por el elitismo y clasismo que siempre las han rodeado. Se nos ha inculcado que el violín, las violas y los violonchelos son para los ricos. Nosotros hemos demostrado que no. De hecho, es muy bonito ver cómo ahora los jóvenes se sienten aún más orgullosos de su cultura. Les encanta salir a los escenarios con sus trajes típicos y sus caras pintadas”, comenta lleno de entusiasmo.

Su compromiso con democratizar la música nació a los 12 años, cuando comenzó a participar en la Red de Escuelas de Música de Medellín para aprender violín. Poco antes se había enamorado del sonido de ese instrumento, cuyo nombre no conocía, escuchando la canción romántica Hasta ayer, de Marc Anthony. Su hermano mayor, que aprendía guitarra, no solo le reveló el nombre, sino que le dijo que podía aprender a tocarlo gratuitamente en la Red. Así empezó el proyecto de vida de Vásquez, quien en el camino se encontró con la docencia: fue profesor de la Red durante 11 años.

“Estos proyectos cambiaron la realidad de muchas personas en la comuna que no veían opciones más allá de la violencia. La música abre la mente y puede llenar de sueños y esperanza a muchos niños y jóvenes. Además, puede despertar la pasión por educar a otros. Al final, enseñar te enseña más”, agrega.

En 2016, creó la Corporación Cultural Pasión y Corazón, un proyecto que persigue la transformación social y la restauración de derechos por medio de la música, la memoria y la paz en los lugares donde funcionan las filarmónicas dirigidas por Vásquez. En ocho años ha logrado involucrar a 600 niños y jóvenes, de estratos socioeconómicos 1, 2 y 3, en procesos de aprendizaje musical y dancístico, que a su vez replican lo aprendido en sus territorios.

A todos les ha inculcado la filosofía de vida de Mozart: “La verdadera alma de los genios no es el virtuosismo con el que tocan, sino el amor con el que hacen las cosas”.

“Para muchos, la música clásica está en el olimpo de las expresiones culturales, por ser considerada la mejor construida y la más difícil de interpretar. Pero no estoy de acuerdo cuando dicen: ‘Lo que tú haces es bajar la orquesta para que se mezcle con los demás ritmos’. Lo que hacemos es mostrar que cualquier ritmo puede estar en ese olimpo. Quiero ser recordado como el man que hizo que la música sinfónica, tan cuadriculada, tan hermética y clasista, estuviese al alcance de todos. Todos pueden subir a ese olimpo”.

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