Skye_Olson
Member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 53
En la mesa del escritorio descansa un poemario, Los días de tu vida, de tapas azules, con una portada en la que aparecen las sombras del Quijote y Sancho Panza, y cinco soles que brillan como la yema de un huevo. Se trata de una primera edición de la editorial El equilibrista, que fundaron los hijos de García Márquez. Viene dedicada por su autor, el cubano Eliseo Diego, Lichi, a alguien anónimo que se ha perdido en la neblina del tiempo, el destino que le espera a casi todo el mundo. “Me impresiona su caligrafía perfecta”, dice Alejandro Gaviria sobre la letra de Lichi, que valdría para incluir entre las fuentes de Word. Esta escena podría haber sido prefabricada: sabe que un periodista lo va a visitar y deja caer en su zona de trabajo, como el que no quiere la cosa, un libro que debe costar unos 500 dólares entre coleccionistas. Pero no hay ninguna impostura en Gaviria (Santiago de Chile, 58 años), un tipo transparente en un mundo deshonesto, lo que a veces le ha hecho daño. Escritor prolífico (”¿qué de malo tiene escribir un libro al año?”), académico (fue rector de la universidad de Los Andes), político (candidato presidencial y ministro con Gustavo Petro), divulgador, economista, poeta. Por la mañana participa en un podcast de éxito en Colombia, después graba un vídeo sobre la actualidad porque todavía tiene aspiraciones presidenciales y más tarde se sienta en esta mesa a escribir. Al mediodía almuerza con gente de la política y la cultura en restaurantes que son un hervidero de chismes sobre la Casa de Nariño, la residencia de Petro. Le molesta la etiqueta de intelectual por el uso despectivo que se le da ahora, pero no hay mejor manera de clasificar a alguien como él, una de esas raras personas que hace todo bien de una forma natural. El despacho de Gaviria, en el que vamos a hablar de El desdén de los dioses, un título afortunado que encontró consultando a ChatGPT, estaba hace unos minutos inundado de luz, de claridad, de sol, pero de repente se ha sumido en una cálida penumbra.
Pregunta. Su padre aparece en el primer relato del libro -en total son ocho-. ¿Qué relación tuvo con él?
Respuesta. Fue buena. En los últimos años, él vivía en Medellín y yo en Bogotá, no nos vimos mucho. Tengo esta idea, que está en el libro, de que hubo conversaciones que no tuvimos.
P. ¿Cómo cuáles?
R. No sobre la vida personal. Mi papá fue alcalde de Medellín cuando el narcotráfico estaba despuntando. No le pregunté cómo fue ese mundo que vivió y me he quedado con la curiosidad.
P. ¿Por qué ha situado el libro en un mundo por hacer, el del futuro, y en un contexto distópico?
R. Cuando era rector y empecé a dar discursos a los jóvenes siempre se me venía la idea de que estábamos en una época de locura, un momento de incertidumbre, de transición. Como dice Gramsci, un mundo se está acabando y el nuevo está por llegar. Siempre he sentido un sentido de extrañamiento. Desde que era columnista me gustaban las historias distópicas, pero no grandes historias, solo atisbos.
P. En el libro veo al literato y a veces me aparece el profesor, el que me explica. ¿Cómo se resuelven esas tensiones entre esos dos yo?
R. El ensayista se mete en la literatura y no quiere salir. El que dice “te voy a explicar”: número 1, número 2, número 3. Jajaja. El ensayista toma de la camisa al literato y le dice que se haga a un lado. Esa es mi pulsión. Yo era un ensayista tan cuadriculado y que decía: voy a escribir un libro con ocho capítulos, número par, los capítulos van a tener tres secciones cada uno y van a tener la misma longitud. Estaba preocupado por la estructura. Ahora me tocó luchar un poco contra eso. Que los relatos tuvieran longitudes distintas no me gustaba.
P. Le gusta ordenar el mundo.
R. Sí. Y creo que esa es tarea del ensayista, ordenar el mundo. Encapsular la realidad. Cuando en política hago un video en Tik Tok lo intento hacer de esa manera: voy a explicar lo que está pasando en El Plateado, Cauca; 1, 1a, 2, 3.
P. El 90 por ciento de los libros tienen títulos desafortunados. Este da en la diana.
R. Me lo dio ChatGPT. Cuando recibo el taco de la editorial (las galeradas) lo empecé a leer. Uno no ve nada y dos meses después lo abre al azar por cualquier página y ahí está el error. Le pregunté a ChatGPT cuál era la historia que más le gustaba del libro y dijo: Las estatuas del sol. Y la que menos: Humano demasiado humano. ¿Y por qué? Dijo que no es un relato, es un ensayo. Me había dado cuenta, pero no de esa polaridad tan grande. Ahí pensé que necesitaba más literatura y menos ensayo.
P. Ahora usted es político.
R. A veces reticente.
P. Pero profesional.
R. No es del todo verdad porque me dedico a otras cosas. No tengo reuniones políticas todo el día.
P. En El pez en el agua, Vargas Llosa dice en un momento dado que, en mitad de la campaña, se escondía en una habitación y leía un libro. Era una forma de evadirse de ese mundo cruel y despiadado que es la política. ¿Escribir esto ha sido una forma de alejarse de su salida tempestuosa del Gobierno de Petro?
R. Me aislaba, sí. Espiritualmente me servía. Alguien me sugirió que publicara este libro con un pseudónimo, para no juntar esos dos mundos tan distintos que son la política y la literatura.
P. Percival Everett dice que a él nada le impone ninguna rutina, escribe cuando le da la gana. ¿Cuál es su método?
R. Tengo una meta de 500 palabras diarias. Reviso en la mañana lo que escribí la noche anterior. Vuelvo a revisar porque soy inseguro. Me gusta más por la mañana, pero puedo escribir a cualquier hora.
P. Qué hay de su vida en estos relatos.
R. Mucho.
P. ¿Y oculto?
R. Mucho, pero seguirá oculto.
P. Su padre, en un amanecer, ve el sol y dice: “Por algo lo adoraban”.
R. Yo lo adoraba igual a través del amor a mi padre.
P. En el libro aparecen las últimas palabras de su padre en el lecho de muerte: “Qué vaina”.
R. Esa frase es literal, ocurrió así.
P. Me dijo una poeta que la mala escritura contamina, así que hay que leer un par de párrafos de autores que le gustan a uno antes de sentarse frente al ordenador. ¿Lo hace?
R. En este proceso he leído más poesía, por ejemplo, este poemario de Eliseo Diego. Se lo doy, quédeselo y no lo vaya a regalar.
P. En el libro Petro aparece ficcionado.
R. Escribo sobre la crisis climática. En la última conversación que tuve con el presidente Petro, en su oficina, que fue dos días después de que me echaran del Gobierno, creí que me iba a hablar de lo que había ocurrido. No, me habló de su teoría de lo que estaba ocurriendo, su forma de traer el capital al debate sobre la emergencia climática. No quiero interpelarlo, pero había escrito cosas que tienen una interpretación distinta de lo que estaba ocurriendo. Que no solamente es el capitalismo, que hay algo más. Detrás de esto también está la dificultad de resolver problemas colectivos a escala global. En Petro hay un sentido de injusticia, de indignación, de que esto es un problema de una oligarquía global que tiene la culpa de todo. Mi visión de la crisis climática, que no rechaza la idea de la justicia, está basada más en la tragedia, en el que en el fondo estamos hechos de ingenio para cambiar las cosas y de una voracidad. Antropológicamente, esto es un problema complejo.
P. Ve una simplificación y una exageración en Petro.
R. En un cuento hablo de la idea de Petro de llevar “el virus de la vida a las galaxias”, que es la misma idea de Elon Musk. El presidente anuncia el fin del mundo y a la vez se erige como su salvador. Es profético y mesiánico a la vez.
P. ¿Cree que leyó el anterior libro que usted escribió, La explosión controlada, en el que habla de su experiencia en el Gobierno y hace una suerte de perfil de Petro?
R. No, ni lo va a hacer.
P. Tengo entendido que Petro es muy fiel a unas lecturas y que orbita alrededor de ellas constantemente.
R. Hay un libro que marcó su presidencia, uno del profesor sueco Andreas Malm, Capitalismo fósil, que tiene esta idea de que cuando se inventa la máquina de vapor se localizan las plantas en aquellos lugares donde había más mano de obra barata para explotarla, que conecta la industria del carbón a la explotación del trabajo. Es una idea económica muy particular que Petro extrapola a todo el mundo. Es una visión indignada, de justicia, y creo que al presidente se le pierde el ser humano.
P. ¿Ese Petro tiene un interés por las causas y no por las personas concretas?
R. Alguien dijo esta semana que él pensaba en abstracto. Y siempre me ha parecido que para ciertas personas primero están las ideas y después está la gente. Un amor en abstracto, una indiferencia a lo real.
P. ¿Sintió eso cuando el presidente le convocó dos días después de que lo echase del Gobierno?
R. Almorzamos en su despacho. Al principio hablaba yo porque él solo comía. Podríamos haber hablado de que intentamos juntar las ideas liberales y las progresistas y en nuestro caso no funcionó. Evadió mi despido. Era como si hubiera invitado a un profesor a almorzar y quisiera escucharlo. Él tiene una idea -aunque no quisiera hacer más psicología de la cuenta- de que en el libro de Malm está el diagnóstico y la solución. Para él fue una epifanía y quiere que el mundo lo escuche. Más que presidente es el predicador del poder destructivo del capitalismo fósil, esa es su misión.
P. Usted dijo que Petro era “una explosión controlada”, que Colombia debía pasar por sus manos después de las protestas de 2021.
R. Petro era inevitable. La democracia colombiana tenía que pasar por ahí. Hay un aprendizaje. Políticos que antes gobernaron y ahora aprenden a hacer oposición, la izquierda que siempre fue oposición y ahora aprende a gobernar.
P. Usted no se desencantó de él porque nunca hubo un proceso de encantamiento, pero sí creyó que ayudándole desde el liberalismo se podrían conseguir cambios estructurales en el país.
R. Era por un tiempo, yo siempre fui escéptico, pensé que podría aportar mi conocimiento un año y medio, traer mi experiencia en políticas públicas y tratar de aportar en la educación superior, sabiendo los riesgos. Pasó lo que pasó. Sabía que él había logrado articular el descontento y tuvo ese éxito.
P. Hay en Petro un cierto desprecio hacia la intelectualidad clásica. Él dice: “Yo soy un gran político y tengo la capacidad de llegarle al corazón a la gente, ellos no”. ¿Esa tensión existió entre ustedes dos?
R. Puede que eso sea verdad, que diga que yo soy un profesor que articula ciertas ideas, pero un mal político. Puede que ese sea su juicio. No tuvimos muchos momentos en el Gobierno para que esa tensión se diera.
P. No es fácil llegar a él.
R. No, nada. Tuvimos pocas conversaciones. Es sabido que no atiende mucho a los ministros. Es difícil captar su atención. Hubo uno o dos momentos en los que pudimos tener una conversación relajada. Una fue en los últimos días que estuve en el Gobierno, viniendo de Ecuador, donde hablamos de su obsesión: cree que la resolución de la crisis climática es incompatible con el capitalismo. Y yo le dije que no podíamos prescindir completamente de la innovación capitalista, y él dijo que sí, que no se podía hacer de otra manera. El presidente es un ecosocialista: esa es su ideología.
Seguir leyendo
Pregunta. Su padre aparece en el primer relato del libro -en total son ocho-. ¿Qué relación tuvo con él?
Respuesta. Fue buena. En los últimos años, él vivía en Medellín y yo en Bogotá, no nos vimos mucho. Tengo esta idea, que está en el libro, de que hubo conversaciones que no tuvimos.
P. ¿Cómo cuáles?
R. No sobre la vida personal. Mi papá fue alcalde de Medellín cuando el narcotráfico estaba despuntando. No le pregunté cómo fue ese mundo que vivió y me he quedado con la curiosidad.
P. ¿Por qué ha situado el libro en un mundo por hacer, el del futuro, y en un contexto distópico?
R. Cuando era rector y empecé a dar discursos a los jóvenes siempre se me venía la idea de que estábamos en una época de locura, un momento de incertidumbre, de transición. Como dice Gramsci, un mundo se está acabando y el nuevo está por llegar. Siempre he sentido un sentido de extrañamiento. Desde que era columnista me gustaban las historias distópicas, pero no grandes historias, solo atisbos.
P. En el libro veo al literato y a veces me aparece el profesor, el que me explica. ¿Cómo se resuelven esas tensiones entre esos dos yo?
R. El ensayista se mete en la literatura y no quiere salir. El que dice “te voy a explicar”: número 1, número 2, número 3. Jajaja. El ensayista toma de la camisa al literato y le dice que se haga a un lado. Esa es mi pulsión. Yo era un ensayista tan cuadriculado y que decía: voy a escribir un libro con ocho capítulos, número par, los capítulos van a tener tres secciones cada uno y van a tener la misma longitud. Estaba preocupado por la estructura. Ahora me tocó luchar un poco contra eso. Que los relatos tuvieran longitudes distintas no me gustaba.
P. Le gusta ordenar el mundo.
R. Sí. Y creo que esa es tarea del ensayista, ordenar el mundo. Encapsular la realidad. Cuando en política hago un video en Tik Tok lo intento hacer de esa manera: voy a explicar lo que está pasando en El Plateado, Cauca; 1, 1a, 2, 3.
P. El 90 por ciento de los libros tienen títulos desafortunados. Este da en la diana.
R. Me lo dio ChatGPT. Cuando recibo el taco de la editorial (las galeradas) lo empecé a leer. Uno no ve nada y dos meses después lo abre al azar por cualquier página y ahí está el error. Le pregunté a ChatGPT cuál era la historia que más le gustaba del libro y dijo: Las estatuas del sol. Y la que menos: Humano demasiado humano. ¿Y por qué? Dijo que no es un relato, es un ensayo. Me había dado cuenta, pero no de esa polaridad tan grande. Ahí pensé que necesitaba más literatura y menos ensayo.
P. Ahora usted es político.
R. A veces reticente.
P. Pero profesional.
R. No es del todo verdad porque me dedico a otras cosas. No tengo reuniones políticas todo el día.
P. En El pez en el agua, Vargas Llosa dice en un momento dado que, en mitad de la campaña, se escondía en una habitación y leía un libro. Era una forma de evadirse de ese mundo cruel y despiadado que es la política. ¿Escribir esto ha sido una forma de alejarse de su salida tempestuosa del Gobierno de Petro?
R. Me aislaba, sí. Espiritualmente me servía. Alguien me sugirió que publicara este libro con un pseudónimo, para no juntar esos dos mundos tan distintos que son la política y la literatura.
P. Percival Everett dice que a él nada le impone ninguna rutina, escribe cuando le da la gana. ¿Cuál es su método?
R. Tengo una meta de 500 palabras diarias. Reviso en la mañana lo que escribí la noche anterior. Vuelvo a revisar porque soy inseguro. Me gusta más por la mañana, pero puedo escribir a cualquier hora.
P. Qué hay de su vida en estos relatos.
R. Mucho.
P. ¿Y oculto?
R. Mucho, pero seguirá oculto.
P. Su padre, en un amanecer, ve el sol y dice: “Por algo lo adoraban”.
R. Yo lo adoraba igual a través del amor a mi padre.
P. En el libro aparecen las últimas palabras de su padre en el lecho de muerte: “Qué vaina”.
R. Esa frase es literal, ocurrió así.
P. Me dijo una poeta que la mala escritura contamina, así que hay que leer un par de párrafos de autores que le gustan a uno antes de sentarse frente al ordenador. ¿Lo hace?
R. En este proceso he leído más poesía, por ejemplo, este poemario de Eliseo Diego. Se lo doy, quédeselo y no lo vaya a regalar.
P. En el libro Petro aparece ficcionado.
R. Escribo sobre la crisis climática. En la última conversación que tuve con el presidente Petro, en su oficina, que fue dos días después de que me echaran del Gobierno, creí que me iba a hablar de lo que había ocurrido. No, me habló de su teoría de lo que estaba ocurriendo, su forma de traer el capital al debate sobre la emergencia climática. No quiero interpelarlo, pero había escrito cosas que tienen una interpretación distinta de lo que estaba ocurriendo. Que no solamente es el capitalismo, que hay algo más. Detrás de esto también está la dificultad de resolver problemas colectivos a escala global. En Petro hay un sentido de injusticia, de indignación, de que esto es un problema de una oligarquía global que tiene la culpa de todo. Mi visión de la crisis climática, que no rechaza la idea de la justicia, está basada más en la tragedia, en el que en el fondo estamos hechos de ingenio para cambiar las cosas y de una voracidad. Antropológicamente, esto es un problema complejo.
P. Ve una simplificación y una exageración en Petro.
R. En un cuento hablo de la idea de Petro de llevar “el virus de la vida a las galaxias”, que es la misma idea de Elon Musk. El presidente anuncia el fin del mundo y a la vez se erige como su salvador. Es profético y mesiánico a la vez.
P. ¿Cree que leyó el anterior libro que usted escribió, La explosión controlada, en el que habla de su experiencia en el Gobierno y hace una suerte de perfil de Petro?
R. No, ni lo va a hacer.
P. Tengo entendido que Petro es muy fiel a unas lecturas y que orbita alrededor de ellas constantemente.
R. Hay un libro que marcó su presidencia, uno del profesor sueco Andreas Malm, Capitalismo fósil, que tiene esta idea de que cuando se inventa la máquina de vapor se localizan las plantas en aquellos lugares donde había más mano de obra barata para explotarla, que conecta la industria del carbón a la explotación del trabajo. Es una idea económica muy particular que Petro extrapola a todo el mundo. Es una visión indignada, de justicia, y creo que al presidente se le pierde el ser humano.
P. ¿Ese Petro tiene un interés por las causas y no por las personas concretas?
R. Alguien dijo esta semana que él pensaba en abstracto. Y siempre me ha parecido que para ciertas personas primero están las ideas y después está la gente. Un amor en abstracto, una indiferencia a lo real.
P. ¿Sintió eso cuando el presidente le convocó dos días después de que lo echase del Gobierno?
R. Almorzamos en su despacho. Al principio hablaba yo porque él solo comía. Podríamos haber hablado de que intentamos juntar las ideas liberales y las progresistas y en nuestro caso no funcionó. Evadió mi despido. Era como si hubiera invitado a un profesor a almorzar y quisiera escucharlo. Él tiene una idea -aunque no quisiera hacer más psicología de la cuenta- de que en el libro de Malm está el diagnóstico y la solución. Para él fue una epifanía y quiere que el mundo lo escuche. Más que presidente es el predicador del poder destructivo del capitalismo fósil, esa es su misión.
P. Usted dijo que Petro era “una explosión controlada”, que Colombia debía pasar por sus manos después de las protestas de 2021.
R. Petro era inevitable. La democracia colombiana tenía que pasar por ahí. Hay un aprendizaje. Políticos que antes gobernaron y ahora aprenden a hacer oposición, la izquierda que siempre fue oposición y ahora aprende a gobernar.
P. Usted no se desencantó de él porque nunca hubo un proceso de encantamiento, pero sí creyó que ayudándole desde el liberalismo se podrían conseguir cambios estructurales en el país.
R. Era por un tiempo, yo siempre fui escéptico, pensé que podría aportar mi conocimiento un año y medio, traer mi experiencia en políticas públicas y tratar de aportar en la educación superior, sabiendo los riesgos. Pasó lo que pasó. Sabía que él había logrado articular el descontento y tuvo ese éxito.
P. Hay en Petro un cierto desprecio hacia la intelectualidad clásica. Él dice: “Yo soy un gran político y tengo la capacidad de llegarle al corazón a la gente, ellos no”. ¿Esa tensión existió entre ustedes dos?
R. Puede que eso sea verdad, que diga que yo soy un profesor que articula ciertas ideas, pero un mal político. Puede que ese sea su juicio. No tuvimos muchos momentos en el Gobierno para que esa tensión se diera.
P. No es fácil llegar a él.
R. No, nada. Tuvimos pocas conversaciones. Es sabido que no atiende mucho a los ministros. Es difícil captar su atención. Hubo uno o dos momentos en los que pudimos tener una conversación relajada. Una fue en los últimos días que estuve en el Gobierno, viniendo de Ecuador, donde hablamos de su obsesión: cree que la resolución de la crisis climática es incompatible con el capitalismo. Y yo le dije que no podíamos prescindir completamente de la innovación capitalista, y él dijo que sí, que no se podía hacer de otra manera. El presidente es un ecosocialista: esa es su ideología.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com